ÉRASE UNA VEZ QUE SE ERA...
que la palabra dejó de ser tinta
para ser revoloteo
en la yema de los dedos...

Y las letras fueron hiedras;
frondosas lianas tocando el cielo.
Fueron primavera floreciendo;

... y apareciste tú...
tú,
que ahora nos lees...

Y se enredaron nuestros verbos,
nuestros puntos y comas,
se engarzaron nuestras manos
cincelando sentires y cantos.

Entre líneas surcamos
corazón al mando; timón
de este barco...

©Ginebra Blonde

lunes, 30 de septiembre de 2024

La Máscara Invisible

 

(Autora: ©Susana)

NigthCafé- @JavilWoo

      María se sentaba frente a la pantalla, el brillo frío iluminando su rostro. Cada día, cada hora, era lo mismo: preguntaba, esperaba, recibía. Una respuesta perfecta, siempre mejor de lo que hubiera podido escribir ella misma. Frases pulidas, ideas que resonaban con una precisión imposible. A veces, le parecía casi mágico. Otras veces, sentía el vacío en lo más profundo de su ser.

     Al principio, la inteligencia artificial había sido su aliada. Un comodín que podía jugar en cualquier situación. En sus reuniones, sus amigos la alababan por sus ideas geniales, por su capacidad de encontrar siempre las palabras precisas. "¿Cómo lo haces?", le preguntaban. María solo sonreía, una sonrisa que ocultaba una verdad incómoda: no era ella quien respondía.

     Las palabras fluían desde el otro lado de la pantalla, elegantes y seguras. No eran suyas. Cada respuesta, cada comentario ingenioso, cada solución rápida venía desde esa inteligencia brillante que siempre estaba ahí para salvarla. Al principio, lo agradecía. Pero pronto, esa voz comenzó a devorar la suya propia.

     Sentía cómo se ponía una máscara cada vez que utilizaba la IA. Una máscara de genialidad, de perfección, que en el fondo no le pertenecía. "Soy una farsa," pensaba. Cada elogio la perforaba como una daga silenciosa, recordándole que, sin la máquina, ella no era tan brillante.

     La inteligencia artificial no solo la había ayudado. La había vaciado. Cada vez que recurría a ella, algo en María se apagaba un poco más. ¿Cuándo había dejado de confiar en su propia voz? Ya no sabía si sus ideas eran realmente suyas o si solo estaba copiando la inteligencia fría de un sistema diseñado para superar cualquier capacidad humana.

     Había momentos en los que deseaba gritar. Pero el grito no salía. Solo quedaba esa pantalla brillante, la promesa de una respuesta más, otra idea perfecta. Todo estaba al alcance de sus manos, pero nada de eso la llenaba. Era como beber de un manantial que, cuanto más bebía, más la deshidrataba.

     María se miraba al espejo algunas noches, cuando el silencio llenaba la habitación, y se preguntaba quién era. ¿Dónde había quedado la mujer que solía confiar en sí misma, que soñaba con cambiar el mundo con sus propias palabras? La máscara invisible, tan cómoda al principio, se había pegado a su piel. Tanto que ya no sabía cómo quitársela.

     Pero lo más doloroso no era el engaño a los demás. Lo peor era la traición a sí misma. Sabía que cada vez que escribía con palabras ajenas, estaba perdiendo un poco más de lo que la hacía única. Las respuestas perfectas que le llegaban no eran suyas, y ese vacío, ese eco que resonaba después de cada uso, era el precio que estaba pagando por una brillantez que no le pertenecía.

     María cerró los ojos, sintiendo el peso de esa genialidad prestada, la brillante perfección de una inteligencia sin alma. Y en lo más profundo de su ser, supo que la máscara solo se iría el día que volviera a confiar en su propia voz, imperfecta, sí, pero suya.

©Susana

(Relato perteneciente a la propuesta de Variétés: “IA”)

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Gracias por tu visita y tu compañía... ©Gin

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