ÉRASE UNA VEZ QUE SE ERA...
que la palabra dejó de ser tinta
para ser revoloteo
en la yema de los dedos...

Y las letras fueron hiedras;
frondosas lianas tocando el cielo.
Fueron primavera floreciendo;

... y apareciste tú...
tú,
que ahora nos lees...

Y se enredaron nuestros verbos,
nuestros puntos y comas,
se engarzaron nuestras manos
cincelando sentires y cantos.

Entre líneas surcamos
corazón al mando; timón
de este barco...

©Ginebra Blonde

domingo, 30 de junio de 2024

Polo de mora, polo de menta



(Autor: ©Gabiliante)

(Robin Isely)


      Seguro que hoy es mi última oportunidad. Son elecciones europeas que no son como generales pero sirve igual. Hoy, por fin, voy a votar a los naranjas. No les he votado nunca y no creo que vuelvan a presentarse. Ya he votado en otras ocasiones a todos los demás, menos a los muy nuevos, que ya tendré oportunidad, pero a los naranjas… ya no creo que tenga más oportunidades.

      La sala está vacía. Me toca la mesa 56. Doy un repaso por todas las mesas a ver si conozco a alguien, como siempre, pero nunca conozco a nadie a pesar de que deben ser vecinos míos. Solo hay una mesa central. Vaya, qué raro. No hay pila de sobres. Las papeletas ya están metidas en ellos, y además abiertos, de modo que se ve en su interior el partido de la papeleta. No lo había visto nunca. Miro a mi alrededor extrañado y todos me miran.  Será porque soy el único votante ahora mismo.

      Verdes, Morados, Verdes, Morados, Morados, Verdes… ¿Y dónde están los sobres de los naranjas? Voy por el otro lado de la mesa. Lo mismo: Verdes y Morados. ¡Pero esto no puede ser! Busco un interventor de los naranjas… pero no hay ninguno. Tampoco hay de los azules ni de los rojos. Me dirijo a una mesa, pero antes de llegar cerca, me señalan al grupo de interventores que forman un corro. Son todos de los dos partidos con papeletas. Me dirijo a uno que lleva colgada una tarjeta Verde:

    ―Perdón, veo que no hay papeletas de… bueno, de los naranjas, pero tampoco…

      ―¿Es usted tibio, melifluo, suave, moderado, indeciso…? ―me interroga dando un paso al frente, pegando prácticamente su cara a la mía, como en las películas yankees.

      ―¿No es capaz de tomar una decisión? ¿Es usted de baja determinación? ¿Necesita ayuda para forjar su carácter? ―Esto me lo suelta por detrás, uno que lleva colgada del cuello una tarjeta morada y que se me ha acercado tanto que me toca el codo con su barriga. Me encuentro acorralado. Me separo de ambos, pero enseguida vienen los otros interventores y me cierran el paso en todas direcciones menos en la que llevaba a un pasillo. Forzado, entro por él. Los interventores no me siguen, se dispersan por la sala de votaciones. Estoy en el pasillo de las aulas. Son acristaladas, de modo que se puede ver todo el interior. En la puerta de la primera pone “Forjadores de carácter” en letras moradas; había dos personas dentro, supongo que votantes de poco carácter. En la segunda aula pone lo mismo con letras verdes y hay seis personas. Continuo por el pasillo en busca de una salida pero no hay ninguna, así que vuelvo a la sala de votaciones. Están todos a la suya, ya no me prestan atención.

      Decido que no me iban a amilanar. Me voy a ir a otro colegio electoral, cogeré una papeleta de los naranjas, y volveré aquí, a votar en mi mesa. Pero cuando me dirijo a la única puerta que da al exterior, los dos policías que la flanqueaban, me barran el paso en cuanto me acerco. Todos vuelven a poner su atención en mí. Poco a poco se me acercan, esta vez disimuladamente, como acortando la distancia pero sin venir directamente.

      ¡Muy bien! Pues votaré en blanco. Me acerco a la mesa central y cojo un sobre; saco la papeleta y la tiro disimuladamente a la papelera. Me dirijo raudo a mi mesa, y antes de entregar mi DNI al presidente, me dice:

        ―¿Esta vacío no?

     ―Pero ¿cómo se atreve? ¿Qué se ha creído… ―Entonces el presidente señala el techo. Está lleno de cámaras cenitales; hasta sobre la cabina de votar en secreto.

      ―¿Destruyendo propiedad pública? ―me susurra alguien por detrás. Es un interventor. Todos los demás le respaldan, formando un grupo compacto.

     ―¿Yo? ―Todos empiezan a moverse con pasitos cortos obligándome a seguir al que ha hablado

      ―¿No irá a negar que ha tirado una papeleta a la basura? Una papeleta sin usar. Destrucción de propiedad pública. ―La coge de la basura y la agita delante de mi cara, hasta que la cojo. Es una papeleta de los Morados y el que me está abroncando es de los Verdes.

       ―Pero no está rota.

     ―La ha disociado de su sobre. Así no tiene razón de ser. Enmiende su delito.

    Suena la campana. Todos se giran hacia el pasillo. De él salen los ocho alumnos que se dirigen diligentes a la mesa central; a ejercer su derecho a voto.

      Yo meto la papeleta en el sobre y me encamino a mi mesa. Voto. Me dirijo a la salida y los policías ahora me sonríen y saludan.

     Nadie me ha visto hacer un rayote con el boli en la papeleta. Creo que así se anula, pero no estoy muy seguro. No sé si mi voto vale o no, pero seguro que no he votado a los naranjas.

©Gabiliante

(Relato perteneciente a la propuesta de Variétés: “Surrealismo”)


1 comentario:

  1. Gaby, hoy nos dejaste un surrealismo total, aunque si me pongo a pensar no creas, algo de verdad encierran tus letras.
    Un beso.

    ResponderEliminar

Gracias por tu visita y tu compañía... ©Gin

Gracias por tu visita y tu compañía... ©Gin