(Autora: ©Nuria de Espinosa)
En medio del bullicioso gentío de la feria, de sus luces parpadeantes y del aroma a algodón de azúcar flotando en el aire, de las tómbolas, puestos de caramelos, del gusano loco, y otras atracciones se encontraba una caseta de terciopelo rojo que destacaba entre las demás. Sobre la entrada, un letrero dorado con las palabras: «Madame Victoria, Pitonisa del Destino. Si quieres conocer tu futuro entra y te haré un conjuro». En su interior, el olor del incienso llenaba el ambiente.
Andrés, siempre se sintió atraído por las adivinanzas de la pitonisa, pero hasta esa noche no se decidió a entrar. Había oído hablar sobre la Madame, y su increíble sabiduría. Al cruzar el umbral, tuvo un dejá vu, y la extraña sensación de que otros tiempos lo envolvían. Sentada en una mesa redonda, cubierta con un mantel violeta bordado con estrellas y lunas doradas, esperaba Madame Victoria. Sus cabellos plateados caían en cascada sobre sus hombros y sus ojos de un azul profundo contrastaban con su apariencia sosegada.
«Bienvenido, joven viajero», dijo con voz suave. «El oráculo ha estado esperando tu llegada».
Se sentó frente a ella, sin articular palabra, intentando ignorar el escalofrío que le recorría la espalda. Madame extendió sus manos y, empezó a barajar un mazo de cartas tan usadas que daba la sensación de que iban a romperse entre sus manos. Sus movimientos eran rápidos y precisos.
«El oráculo revelará lo que está oculto en lo más profundo de ti», murmuró mientras desplegaba las cartas sobre la mesa. Cada carta parecía brillar con luz propia, como si estuvieran imbuidas de algún un poder.
«El Emperador», continuó, señalando una carta con la imagen de un rey. «Representa tu deseo de control y estructura. Pero...», señaló, girando otra carta, «La Torre. Esto indica una gran ruptura, un revés inesperado que cambiará todo lo que conoces».
Andrés sintió un nudo en el estómago. Había venido por simple curiosidad, pero ahora no podía apartar la vista de la mesa. Victoria cerró los ojos y extendió sus manos sobre las cartas. Un extraño soplo de aire hizo que la llama de las velas oscilara. «Veamos lo que el oráculo tiene reservado para ti», prosiguió, a la vez que habría un cofre de madera que descansaba a su lado y sacó una esfera de cristal, la colocó en la mesa y pasó sus manos por encima, susurrando palabras en un dialecto que no conocía. La bola de cristal se llenó de una niebla espesa, que poco a poco se fue aclarando para mostrar una escena: un paisaje con montañas y árboles que parecían perderse entre las nubes del cielo. En el centro, Andrés se vio a sí mismo, más viejo, con expresión de tristeza rodeado de seres transparentes que emanaban una luz celeste.
Estás destinado a descubrir un portal entre los mundos, indicó con voz grave. «Un lugar donde la realidad se distorsiona y lo imposible se vuelve posible». Pero cuidado, porque este conocimiento trae tanto maravillas como peligros».
Él estaba fascinado, y atrapado por la incertidumbre. «¿Qué debo hacer?», preguntó.
«El oráculo ha hablado. Ahora, el camino es tuyo para recorrerlo», respondió Madame, devolviendo la esfera al cofre. «Recuerda, la clave está en tu interior. Solo aquellos de alma pura hallan el camino».
Andrés salió de la caseta, el bullicio de la feria ahora le parecía lejano y difuso. Llevaba consigo una sensación de destino inevitable, sabiendo que su vida nunca sería la misma. Deambuló unos minutos por la feria pensativo. Aún le quedaba una pregunta y ahora estaba preparado. Regresó, sin embargo, para su sorpresa la caseta había desaparecido. Intrigado, extrañado y preocupado, preguntó al hombre que estaba en la tómbola.
«Disculpe, hace un rato, estuve en la caseta de la pitonisa y, por extraño que parezca, no logro encontrarla». Puede decirme «dónde...».
«¿Pitonisa?, cortó el hombre. Caballero nunca hubo pitonisa en esta feria. ¿Amigo, no será que lleva alguna copa de más?».
Andrés no respondió. Agachó la cabeza. Se hallaba desconcertado, aturdido. No entendía nada. Parecía surrealista. Empezó a caminar saliendo del recinto ferial y tras un trecho dio una última mirada. De nuevo regresó el déjà vu que lo hizo sentir que estaba viviendo una situación del pasado, no obstante, él se convenció de que la imagen que su cerebro reconocía era del futuro. Las luces de la feria refulgían en la distancia, pero para él, el verdadero espectáculo no había hecho más que comenzar.
(Relato perteneciente
a la propuesta de Variétés: “Surrealismo”)
La mente nos juega malas pasadas, o tal vez fue magia de verdad... Un besote Nuria, muy buen texto.
ResponderEliminarInteresantísimo relato que nos deja con ganas de saber qué pasó!
ResponderEliminarMuy bueno.
Gracias a ambas chicas, paso a seguir leyendo los aportes. Un fuerte abrazo
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