ÉRASE UNA VEZ QUE SE ERA...
que la palabra dejó de ser tinta
para ser revoloteo
en la yema de los dedos...

Y las letras fueron hiedras;
frondosas lianas tocando el cielo.
Fueron primavera floreciendo;

... y apareciste tú...
tú,
que ahora nos lees...

Y se enredaron nuestros verbos,
nuestros puntos y comas,
se engarzaron nuestras manos
cincelando sentires y cantos.

Entre líneas surcamos
corazón al mando; timón
de este barco...

©Ginebra Blonde

domingo, 30 de junio de 2024

El de la puerta 13

 

(Autora: ©Ginebra Blonde)


(Robin Isely)


    La muerte se había convertido para ella, casi, como en un animal de compañía. Las noticias, y cualquier programa sensacionalista de los muchos que ocupaban la pantalla de su televisor, no eran más que un altavoz de los miles de trágicos sucesos que, desgraciadamente, ocurrían diariamente.

     Cada día, al bajar la escalera de su casa para ir a comprar el pan, solía pegar la oreja en la puerta número 13 «no podía ser casualidad»; y no porque fuera una fan incondicional de Hitchcock, e imaginara escenas de crímenes en el corredor de aquella finca, sino porque, a pesar de sus ya desgastados huesos, le encantaba bajar a pie por si pillaba al vuelo cualquier cotilleo que la mantuviera entretenida el resto del día. Pero, sobre todo, la 13… Lo que se guisaba tras esa puerta, era un misterio que la tenía preocupada y cavilosa rozando la obsesión.

     Tras esa puerta vivía un hombre solo, de unos cincuenta años. Nunca se había visto entrar o salir a nadie más de su casa. Sin embargo, ella estaba convencida de que, a menudo, había alguien con él «cosa de lo más normal del mundo».

     En aquella ocasión, no pudo más que mantener la respiración y echarse las manos a la boca para contener un grito de pavor. Esta vez parecía grave; tanto, como esas películas que veía con su esposo mientras comían palomitas, o tan macabro como algunos de esos sucesos que escuchaban en las noticias mientras almorzaban.

     Estaba segura; su rostro le ardía… Y no por los cuarenta y siete grados de un verano casi apocalíptico, sino por lo que acababa de escuchar tras esa puerta.

     Se olvidó de comprar el pan y volvió a subir las escaleras de dos en dos y de cuatro en cuatro, porque sin apenas aliento, estaba frente a su esposo contándole lo que acaba de suceder.

     —Vicente, se la ha cargado, ¡se la ha cargado!

     —¿Qué estás diciendo, mujer?

   —El de la 13. Te lo dije, ¡te lo dije! Sabía que no era trigo limpio; que ocurriría una desgracia. ¡Hay que llamar a la policía!

     —Cálmate, por Dios. Cuéntame… ¿Qué has escuchado?

     —Le decía a esa pobre chica: “No te me escapas… no te me escapas… De aquí no sales viva. Ya me he cargado a unas cuántas antes que a ti, y tú no vas a ser menos, maldita…”

   Tras escuchar las sirenas de la ambulancia y la policía, y los gritos aterradores de la señora del séptimo indicando a los agentes el lugar del crimen, muchos de los vecinos se echaron a la calle asustados, mientras que otros se encerraron a cal y canto en sus casas.

     De pronto se hizo el silencio…

     A la del séptimo, y tras ver al hombre de la puerta 13 salir a la escalera en gayumbos y con un matamoscas en la mano, tuvieron que asistirla los de la ambulancia porque estaba al borde de un infarto.

     El de la 13 siguió matando moscas:

     —¡Putas moscas!


©Ginebra Blonde

(Relato perteneciente a la propuesta de Variétés: “Surrealismo”)

2 comentarios:

  1. ajajajjajaj, las moscas son verdaderamente insoportables. Y esa vecina, un tanto curiosa, ¿pero quién no lo es, en algún momento de su vida? Un besazo Ginebra, gracias por estos meses de proyectos qué han sido geniales.
    Ahora a descansar y renovarse. Un feliz verano.

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  2. ejejjjjj genial querida Gine!
    Sorprendente y detallado relato donde nada es lo que parece.
    Te ha quedado perfecto-
    Como siempre es un placer leerte!
    BESAZO!

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Gracias por tu visita y tu compañía... ©Gin

Gracias por tu visita y tu compañía... ©Gin