(Autora: ©Marifelita)
Los conocí un día lluvioso y frío, me rescataron de la calle
siendo un cachorro y ya nunca nos hemos vuelto a separar. Lo primero que
hicieron al encontrarme solo y tiritando, fue él ofrecerme algo de comer y ella
meterme dentro de su abrigo para que entrara en calor.
Iban siempre cogidos de la mano, con una mochila cada uno. En
la más grande llevaban una pequeña tienda de campaña y en la otra que solía llevar
ella, un saco de dormir.
Cuando anochecía se iban caminando hasta llegar a un lugar
alejado del centro, buscando algún local abandonado, o bajo alguno de los
puentes de la autovía que cruzaba la ciudad, y allí instalaban su tienda, cada
noche en un lugar distinto.
A la mañana siguiente recogían todas sus cosas dentro de sus
mochilas y se dirigían otra vez al centro para probar suerte de nuevo. Ella
pedía una moneda a las personas que paseaban con prisas por la calle a cambio
de un mechero o un paquete de pañuelos. Él solía pararse frente a alguno de los
semáforos más transitados de la ciudad, y cuando se ponía en rojo para los
coches, aprovechaba para realizar su breve espectáculo de malabares. En verano
limpiaba también los cristales que algunos pagaban con unas monedas,
depositándolas en una cestita que me colocó en el lomo con un cartelito
dándoles las gracias por su generosidad.
El pasado invierno, ella enfermó de una pulmonía y tras unas
semanas empeorando y sin querer ir a un hospital, ya no se recuperó.
Ahora vagamos él y yo solos por la ciudad. Siempre ha sido
muy generoso conmigo, desde el momento que nos conocimos. Pero ahora que ella
no está, parece como si estuviera solamente pendiente de mí. Me regala la poca
comida que tiene y me deja dormir sobre su cojín mientras él toca de pie la
flauta persiguiendo a algún transeúnte para que le dé una moneda. Ya llegó el
verano y se pasea con una vieja camiseta de tirantes desgastada llena de
agujeros y puedo comprobar que se está quedando en los huesos.
Así que a la vida solo le pido un único deseo, y es que no le
dé a él un minuto de vida más que a mí, porque se volvería loco de tristeza si
me pierde a mí también. Y que a mí no me regale tampoco un segundo más de
aliento que a él, porque yo no soy nada sin él.
Si un día vais en vuestro coche y paráis en un semáforo y nos
veis actuar, recordad que os agradeceremos enormemente que nos deis una moneda,
gracias a ella podremos comprarnos algo para cenar esa noche.
(Relato perteneciente a la propuesta de Variétés: “Deseos”)
Estás letras no sólo dejan ternura, sino un amor incondicional
ResponderEliminarHas reflejado unos sentimientos que deberíamos tenerlos en cuenta mucho más a menudo.
Un besaz✨🙋
Emocionante!
ResponderEliminarUn conmovedor relato de amor incondicional!
Precioso.
Un abrazo!