(Autora: ©Marifelita)
¿Quién te iba a decir de niña que, siendo ahora adulta,
hablar de ciertos temas que eran puro romanticismo, se convertirían en una
verdadera pesadez? Escuchar las interminables anécdotas de tus amigas, de la
estresante organización de sus bodas. Nunca pensaste que el tema daría para
horas de conversaciones llenas de detalles, aventuras, intrigas y entresijos de
una complejidad tal, que tu sencilla existencia nunca podría imaginar.
Eres una mujer que simplemente no es la de nadie. Vives en
pareja desde hace más de veinte años, no eres ni su mujer, ni su esposa ni su
compañera, esas son las del trabajo. A este paso serás su novia eternamente, si
de alguna forma necesitan etiquetarte.
Nunca te entusiasmó la idea de casarte, ni de ser la princesa
del cuento por un día. Siendo hija de un matrimonio divorciado desde niña,
quizá nació en ti la idea de lo innecesario del trámite, y ser incapaz de ver
la magia de tan valorado evento. Te parece increíble que tu estado civil, sea
una pista tan útil para poder clasificarte como persona.
Lo que tienen que aguantar las chicas solteras, todos
preguntándoles constantemente cuando van a buscarse un novio, como si tuvieran
que hacerlo para sentirse mujeres completas. Como si con solo proponérselo les
salieran los pretendientes de debajo de las piedras. Si por casa no te ven con
ningún novio de vez en cuando, empiezan a preocuparse y pensar que igual eres
lesbiana, que tampoco tendría que ser un drama para nadie en nuestros tiempos.
Tienen todos tus respetos si así han decidido vivir su vida,
libres y sin ataduras. Las llaman “Solteronas” con cierta connotación negativa,
como si no tener pareja fuera un defecto, una maldición o un revés de la vida.
Los señores por el contrario son “Solteros de Oro”, como si su status fuera un
gran logro.
No encontrar una pareja tampoco tiene que ser una desgracia.
Mejor esperar a esa persona que te haga sentir especial, querida, cuidada, que
te haga reír y ser feliz, que no atarse a cualquiera con prisas para no estar
sola, y que luego te des cuenta que ha sido una equivocación. Y si esa persona
especial nunca llega, tampoco pasaría nada, habrías disfrutado del tanteo y de
la bonita experiencia de ser la novia eterna, en fase de enamoramiento
constante y perpetuo.
Vivir sin pareja o sola, que no es lo mismo, no tiene por qué
ser una mala cosa. Los tiempos cambian y las mujeres son más selectivas con lo
que quieren para sus vidas y la disfrutan de una manera totalmente diferente.
Algo parecido y quizá más grave pasa con la maternidad. Tener que contestar preguntas que nadie tiene derecho a formularte y que tampoco te apetece responder. Buscar una justificación que los convenza, aunque te dé pereza o incluso rabia, porque con la verdad a veces no tienen suficiente. La confianza para estos delicados temas es muy peligrosa, porque a más confianza, más atrevida e íntima es la pregunta.
A veces son más dolorosas las tímidas insinuaciones llenas de
intención como: “Cuando tengas hijos…”, “cuando seas madre…”, “si un día
quieres tener hijos…” o “si un día me hacéis abuela”. Pequeñas recriminaciones
camufladas que te hacen sentir un bicho raro, como si fuera antinatural tu
decisión, como si se tratara de un crimen contra la humanidad. ¡La tierra tiene
superpoblación, no sufran! Ni que a la mitad se nos ocurriera ser tan egoístas
(eso también te lo han dicho) de no concebir hijos, no para uno mismo sino para
el planeta. Como si fuéramos una especie en peligro de extinción.
Que poca sensibilidad para abordar temas tan delicados. Sería
normal antes de preguntar, plantearse si el otro no se ha decidido porque no
puede, aunque lo desee con todas sus fuerzas. O si económicamente no pueda
permitírselo, aunque siempre habrá quien te diga que “donde comen dos, comen
tres”. Guárdate de opinar delante de esa madre devota de tres o cuatro
criaturas, llena de entusiasmo, pero cada vez con menos energías y recursos
para echarlos adelante.
¿Con la misma naturalidad te interrogarían si consumieras drogas, sufrieras abusos o maltratos, si tuvieras una enfermedad grave o hubieras estado en la cárcel o cometido algún delito? Cualquier tema delicado, todos lo asumen sin dudarlo, pero con la maternidad, cualquiera se ve con el derecho de preguntar y opinar. Hasta hace poco, en una entrevista de trabajo te preguntaban casualmente si estabas casada o tenías hijos. Dabas valiosas pistas al contestar, pero ahora por suerte puedes negarte a responder. Con el resto, familiares, amigos y terceros, aún no te has ganado ese derecho.
¿Y si para liquidar tu deuda pendiente con la sociedad, en un
arrebato de generosidad y compromiso con la humanidad, te planteas adoptar para
ejercer de madre del hijo de otra? Entonces tendrías el cielo ganado, aunque
siempre habría aquella voz crítica que
te advertiría: “Piénsatelo bien que es muy complicado y nunca sabes lo que te
va a tocar”. Como si todo en la vida no fuera una lotería. Esperarías años para
ejercer, cuando te concedieran semejante honor tras todas las fases
burocráticas y etiquetarte como “apta” para tan excepcional tarea, el niño se
encontraría con una abuela en lugar de una madre. Si para la maternidad
convencional se necesitara todo este tiempo y formalismos, ¿se animarían tantas
o lo dejarían correr a mitad del proceso?
Después de todas estas reflexiones, que quizá no te lleven a
ninguna parte, y después de la avalancha subliminal que recibirás a lo largo de
tu vida, como cualquier mujer, no te queda más que seguir adelante con tus
decisiones, convencida de que serán las correctas, sean las que sean, y digan
lo que digan los demás.
(Relato perteneciente a la propuesta de Variétés: “Subliminal”)
Excelente!
ResponderEliminarUn fuerte abrazo!
Me gustó volver a leerte de nuevo, has dicho muchas verdades, una mujer al igual que un hombre no necesita de la otra persona para realizarse o ser feliz. El vivir en pareja es optativo, no por ello te garantiza la felicidad.
ResponderEliminarEl igual que el ser madre no te da y te otorga el derecho amar y saber lo que es un amor incondicional. Son etiquetas que tardarán en irse, pero llegara ese día.
Un texto exquisito. Besotes muchos.
Así es la sociedad de los garrulos que no entienden más qué la punta de sus zapatos. Un abrazo
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