(Autora: ©Lady_p)
Ángel era un nombre equivocado para él. Era un tipo
envidioso, resentido, suspicaz y sumamente desconfiado. Incapaz de alegrarse
del bien ajeno padecía una especie de manía persecutoria hacia su compañero de
piso, un chico inteligente y con suerte a quien el éxito se le amontonaba tras
la puerta. No soportaba tanta enhorabuena frente a su mediocridad. Le
reconcomía por dentro la fama, la celebridad y el triunfo constante de su compañero, y sobre todo le
podía su sencillez y el que las cosas le salieran bien sin el más mínimo
forcejeo con la vida. Sólo superaba a su amigo en fortaleza física: era más
alto y grande que él.
A pesar de todo vivía simulando que lo apreciaba, que se
alegraba de sus triunfos, aunque el veneno interior rezumaba por cada poro de
su piel y esperaba paciente la oportunidad de poder asestarle el golpe de
gracia. Solo tenía que estar atento y esperar.
Y a punto de acabar el curso, un día salieron de excursión a
la montaña. Aunque Ángel no lo sabía, esta salida le proporcionaría la ocasión
para vengarse.
Todo sucedió muy rápido. Decidieron escalar la cima de una
montaña y en la bajada su compañero resbaló y se quedó colgado de una pared con
los pies lanzados a un vacío de más de dos mil metros. Ángel lo observó con una
disimulada sonrisa mientras sujetaba la cuerda que los mantenía unidos. Durante
unos segundos lo miró fijamente a los ojos recreándose mentalmente en la idea
de tener su vida en sus manos. El chico le pedía ayuda desesperadamente al
tiempo que percibió en la mirada de Ángel un sentimiento de odio que no había
visto hasta entonces. Y cuando pareció haber entendido el mensaje le dijo:
«Sálvame la vida y estaré en deuda contigo para siempre».
Ángel valoró las consecuencias de semejantes palabras, pero
no era suficiente, le podía el afán de venganza. Entonces se visualizó como el
desdichado y doliente montañero que no pudo salvar a su amigo. Por su cabeza
pasaron imágenes de la noticia en la prensa, las entrevistas, los golpes en la
espalda, la compasión de los familiares y amigos comprensivos ante la
desgracia… Y sin dudarlo abrió suavemente las manos y soltó la cuerda. Unos
segundos después el cuerpo había sido engullido por aquel enorme y profundo
vacío…
(Relato perteneciente a la propuesta de Variétés: “Subliminal”)
Terrible relato! Nos deja helados. Pensé que el hecho de salvarlo le daría un poder sobre él... pero,al final ganó el resentimiento.
ResponderEliminarMuy bueno.
Un saludo
Qué mala es la envidia, cuando se junta con la ira.
ResponderEliminarÉl no sabe que esa acción le llevara a ser un amargado toda su vida. Un besote.
Terriblemente duro. La envidia es de lo peor. Un abrazo
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