(Autor:
©Rodrigo Fúster)
Pegado a la pantalla,
ni una hebra de cabello cabría entre nosotros. Emergió tan rápido, que a mis
ojos se hizo imperceptible. Acercó mis dedos a los labios y ordenó:
-Abre la boca
-desprovista de lo humano ordenó y añadió -Chúpalo- mientras su dedo entraba en
mi boca.
Turbado, viéndome
reflejado en sus hipnóticos ojos, no racionalicé, chupé el índice obediente en
la miseria dolorosa, mientras sentía latir mi sexo...
-Beberé de ti calmando
mi sed- bajó al valle de piel en el que se erigía mi acerada cabeza. Pasó la
lengua llevándoselo todo a su boca. Me instó estimulando con una persistente
fricción y presión.
-siempre me anhelarás,
pese a que tu moral te fustigue por ello -sentenció.
Sentí, que como un
volcán a punto de erupción, todo se agolpaba en mi cabeza. El esperma, bullía
dentro, trepando desde el interior hasta que explosó en su boca. El orgasmo me
hizo apretar los párpados con fuerza desfilando ante sus ojos. Retorcí las
manos, tirando de las sábanas, y gemí ronco, destrozado por el clímax.
Mi cerebro, ebrio,
persistió sustentando la dureza de la erección y disparando largas ráfagas de
elixir. Los pulmones se prendían en llamaradas y jadeé hasta quedarme quieto,
vacuo y aturdido, hecho un amasijo de gozo. Ella lo recolectó en la lengua,
bebiendo de la viva fuente. Percutió una última vez en el rozado y duro cuarzo,
exprimiendo con la mano hasta la última gota. Cuencas blanquecinas salpicaron
su semblante y oscilaron en translucidos hilos en la comisura de su boca.
Nadando en un océano
atemporal, floté en una corriente de calma. En el silencio instaurado a
consecuencia de todo, incapaz de abrir los ojos...
-¡Alto!-, gritó la
vocecilla en mi cabeza, esa que clamaba por la supervivencia y que hasta entonces
se había hallado bajo un ancestral y lóbrego embrujo.
El sabor mutó,
tornándose metálico, salífero y desagradable, como la sangre… En sus ojos se
estaba desatando una tormenta de pupilas dilatadas...
-Mírate- rio,
pasándose la punta de la lengua por el labio superior. Apuntó con una mano
hacia el espejo en la pared, retándome a enfrentar su reflejo. Al mirar la
refracción, me presentó solo en la cama y con múltiples destellos relumbrando
en un vivo color rojo... Cerré los ojos, conteniendo el alma para que no se
saliera por la boca, con el grito aterrado que necesitaba.
Un titileo de imágenes
de espadas blandidas y melladas, bosques de picas humanas, gusanos necrófagos
que se enroscaban sobre mí, huesos tarascados en fauces de lobos y cenizas al
viento, corrían por el transcurrir del tiempo.
Al volver, sus ojos se
encontraron con los míos y se inclinó sobre mí depositando un gélido beso en
mis trémulos labios. Su piel se ennegreció, estallando en un tropel de caballos
alados negros, que rabiosos, aletearon rasgando los doseles, agujereándolos y
muescando la madera de las columnas del techo para dirigirse hacia ella, que
agitada, golpeaba los muros convirtiendo el paisaje en un desenfreno de
astillas, percutiendo contra ella, horadando su cuerpo desnudo inmerso en alas
rotas, senos mutilados, hasta lanzarla contra la pared de la torre de un
castillo...
La luz eléctrica
regresó, alumbrando una carnicería. El olvidado crucifijo proyectó un fulgor,
la sangre se esparció por el cielo, aproximándose y mancillándome igual que a
la mujer...
-Ginebra- dije
gritando, recordando el título del reto.
Salí de la cama,
pisando el ensangrentado piso y con el sabor metálico de su beso en la boca,
tironeando de su cuerpo que se desleía; el soniquete de los cascabeles en el tobillo
de ella, era ahora el goteo de su sangre.
Empujé la puerta y
salí al corredor... Esa era ella, esa misma mujer vestida de época y engalanada
de joyas; esa misma por la cual aún palpitaba mi sexo recordando el oscuro
placer.
-¿Tienes miedo? -susurró desde la pantalla y sin que sus labios se movieran. No obstante, lo hicieron para sonreír...
(Relato perteneciente
a la propuesta de Variétés: “Terrorífica(mente)”)
No solo nos dejas terror, nos dejas un texto donde el sexo, el deseo, la lujuria nos transmite sensaciones abrumadoras.
ResponderEliminarUn abrazo Rodrigo.
Sensualmente aterrador. Un abrazo
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