ÉRASE UNA VEZ QUE SE ERA...
que la palabra dejó de ser tinta
para ser revoloteo
en la yema de los dedos...

Y las letras fueron hiedras;
frondosas lianas tocando el cielo.
Fueron primavera floreciendo;

... y apareciste tú...
tú,
que ahora nos lees...

Y se enredaron nuestros verbos,
nuestros puntos y comas,
se engarzaron nuestras manos
cincelando sentires y cantos.

Entre líneas surcamos
corazón al mando; timón
de este barco...

©Ginebra Blonde

sábado, 30 de noviembre de 2024

Cuando el suelo se quiebra


(Autora: ©Susana)


Joshua Hoffine

La habitación era un océano de papeles, obligaciones, y expectativas tan densas como el aire sofocante que respiraba. Los relojes en las paredes parecían burlarse de ella, acelerando sus latidos en cada tic-tac despiadado. Aun así, no se detenía. No podía permitirse el lujo de parar. Las listas de tareas crecían como malas hierbas, incontrolables, siempre hambrientas de tiempo.

Hasta que ocurrió.

El suelo cedió bajo sus pies, como si el mundo se quebrara y la gravedad tomara un gusto sádico en llevarla al centro de la tierra. Cayó de rodillas, el golpe reverberando por sus huesos, y entonces las sintió: manos, frías y asfixiantes, surgiendo de las entrañas del suelo. Dedos huesudos que se enroscaban alrededor de sus muñecas, tobillos y hombros, tirando de ella hacia abajo. Era imposible determinar si la tierra era de madera o de carne, pero estaba viva y famélica.

Intentó gritar, pero su voz se ahogó en un alarido seco, atrapado en el pozo de su pecho. Un susurro la rodeó, incesante y monocorde, como un sinfín de responsabilidades exigiendo su atención.

"No puedes detenerte."

El frío de las manos se colaba en su piel, un escalofrío que se extendía hasta sus entrañas. El mundo a su alrededor palpitaba, y el olor a hierro oxidado llenaba el aire, como si la misma tierra sangrara por el esfuerzo de retenerla. Trató de zafarse, de tirar con fuerza para liberarse, pero las manos seguían apareciendo, empujando, atrapándola en una prisión sin muros.

A medida que la oscuridad se cernía sobre ella, una imagen atravesó su mente: la de sí misma, sola en su escritorio, con montañas de tareas que jamás compartió, proyectos que jamás delegó. Y se dio cuenta de que aquellas manos eran las suyas, manifestadas por el peso del estrés que la había estrangulado durante tanto tiempo.

Mientras luchaba con todas sus fuerzas, un destello de luz atravesó la oscuridad, cálido y envolvente como un abrazo que había olvidado. Era tenue al principio, apenas un susurro de claridad, pero crecía, bañando las paredes y las manos que la aprisionaban con una luminiscencia suave.

Por un momento, se quedó inmóvil, sintiendo el calor en su piel y la suavidad de un aire limpio que barría el olor a hierro. Cerró los ojos y, en su mente, una voz emergió de aquel caos, una voz distinta, calmada y llena de compasión.

"Es hora de soltar."

Al inhalar ese aire nuevo, sintió que el peso de las manos empezaba a disminuir. Sus dedos, antes aferrados al suelo por el miedo, empezaron a soltarse uno por uno. No sin esfuerzo, se enderezó, dejando que la luz la envolviera. El terror comenzó a disiparse, y la tierra, que antes parecía hambrienta y viva, ahora se sentía firme, sólida, como un suelo que la sostenía en lugar de arrastrarla hacia abajo.

El cielo sobre ella era un lienzo en constante cambio, pero en esa tranquilidad encontró algo que había olvidado: la promesa de un nuevo comienzo.

Supo que no estaba completamente curada, que el camino sería largo y que necesitaría ayuda y cuidado. Pero el simple hecho de sentir el suelo bajo sus pies, firme y amable, le hizo creer que era posible seguir adelante, que había vida y esperanza más allá del abismo.

Con la luz acariciando su rostro, se levantó. Dio su primer paso, más consciente que nunca de que el suelo ya no la atrapaba; ahora, era el que la sostenía.

©Susana

(Relato perteneciente a la propuesta
de Variétés: “Terrorífica(mente)”)

Annita Maslov


2 comentarios:

  1. Que bien has descrito ese miedo mental que nos aferra y nos hace sentir en nuestro propio cuerpo que todo se queda inmóvil y no somos nosotros, en esos momentos la mente se apodera de todo él.
    Me gusto, lo llevaste a un máximo nivel.
    Un abrazo.

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  2. Un relato desgarrador sobre como la mente nos domina en ciertas ocasiones y parece que desborda nuestro alrededor. Me encantó. Un abrazo

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Gracias por tu visita y tu compañía... ©Gin

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