ÉRASE UNA VEZ QUE SE ERA...
que la palabra dejó de ser tinta
para ser revoloteo
en la yema de los dedos...

Y las letras fueron hiedras;
frondosas lianas tocando el cielo.
Fueron primavera floreciendo;

... y apareciste tú...
tú,
que ahora nos lees...

Y se enredaron nuestros verbos,
nuestros puntos y comas,
se engarzaron nuestras manos
cincelando sentires y cantos.

Entre líneas surcamos
corazón al mando; timón
de este barco...

©Ginebra Blonde

sábado, 30 de noviembre de 2024

La vida en llamas

 

(Autora: ©Marifelita)


Sally Mann


Cada año por estas fechas me ronda la misma visión. A veces me visita en sueños, en otras se cuela en aquel lugar de mi memoria, donde guardamos las cosas que no desean ser recordadas.

Era una noche de San Juan, tomábamos la cena en un picnic improvisado en el jardín de los Bertrand, los vecinos de la finca contigua a la nuestra. Los niños, tomábamos los postres tumbados en unas mantas observando el cielo, adornado por los fuegos artificiales. Mis padres no llegaban y los Bertrand llamaron a casa sin recibir respuesta. A lo lejos una columna de humo salía de nuestra casa y en minutos se convirtió en llamas, que ardieron con tal ferocidad que en pocos minutos la fachada de madera de nuestra casa centenaria se convirtió en una gran fogata. Los vecinos de los terrenos colindantes no dudaron en intentar sofocar el incendio por todos los medios a su alcance, pero para cuando llegaron los bomberos que tardaron una eternidad, ya no quedaba rastro de la casa.

Esa noche mi hermano y yo quedamos huérfanos y pasamos al cuidado del orfanato local, hasta que unas semanas más tarde nos encontraron una familia de acogida en un pueblo cercano. Mi hermano pareció encajar mejor que yo la muerte de mis padres, con más serenidad. A mí me llevó varios años de pesadillas y terapias superar su pérdida, sumida eternamente en una profunda depresión.

Si había algo que me inquietaba y me asustaba por encima de cualquier cosa era enterarme que en alguna finca vecina les había sorprendido un incendio. Solo conocer la noticia, me hacía revivir de nuevo nuestro drama familiar. No era extraño que hubiera de vez en cuando un incendio, en aquellas casas viejas y poco cuidadas, aquellos campos abandonados y secos, sobre todo cuando llegaba el verano. Después de la verbena de San Juan siempre había alguna desgracia que lamentar.

Por esas fechas siempre estaba más sensible al recordar nuestra tragedia. Nuestros padres dejaron un hueco difícil de llenar. Los Rizzo, la pareja que nos acogió en su casa durante años, nos cuidaron muy bien, pero nunca podrían sustituir a nuestros padres. Esa noche del año tan especial, cuando más necesitaba a mi hermano, él siempre estaba ausente, decía que prefería pasar esa noche a solas, que no era buena compañía para nadie.

Ryan Muirhead

Esas noches temía meterme en la cama y quedarme dormida, era cuando me asaltaban aquellas horribles pesadillas. Entraba en nuestra vieja casa, nada más poner el pie se oía el crujir de la madera vieja. Parecía que no había nadie, mis padres aún no habían regresado de sus quehaceres en el campo, pero yo notaba una presencia. Subía a mi habitación y me tendía en la cama. De repente oía el chasquido de una cerilla al encenderse y el olor inconfundible del fósforo y entraba volando en mi habitación justo antes de que la puerta se cerrara de golpe. Caía en la alfombra que se incendiaba en segundos mientras yo intentaba salir, pero la puerta no se abría, el picaporte no giraba. Me dirigía angustiada a la ventana, pero tampoco lograba abrirla. Entonces en medio de aquella humareda, mis ojos empezaban a llorar sin poder evitarlo y el humo se colaba en mis pulmones provocándome una tos descontrolada. Intentaba pedir auxilio, pero me faltaba el aire, y ya caída en el suelo intentaba arrastrarme, pero mi cuerpo pesaba y no avanzaba. Detrás de la puerta oía a mi hermano llamarme y golpear la puerta sin conseguir entrar y entonces perdía el conocimiento justo cuando despertaba del sueño. Entre lágrimas, asustada y faltándome la respiración, como en la pesadilla.

Ya habían pasado diez años desde el incendio en nuestra casa y no podía deshacerme de aquellas malditas pesadillas, me perseguían allá donde fuera. Fue después de aquel verano cuando llegó el momento de irme a estudiar a la universidad, pensé que sería bueno para mí cambiar de aires, quizá en la distancia, todo sería distinto y no me perseguirían mis viejos fantasmas.

El día que recibí la carta de admisión a la universidad que yo deseaba, subí corriendo las escaleras y entré en la habitación de mi hermano para darle la buena noticia. Me recibió como siempre con una gran sonrisa.

—Me alegro un montón por ti, canija. Yo también tengo buenas noticias para ti. Hoy he entregado mi solicitud para ingresar en el cuerpo de bomberos.

En aquel momento, al mirarle vi algo en sus ojos, y un escalofrío recorrió mi cuerpo de arriba a abajo. Me dejó sin respiración. Algo en mi interior siempre lo había sospechado. ¿Sería él el culpable de todos aquellos misteriosos incendios locales? Y lo que definitivamente me heló la sangre y casi me hizo perder el conocimiento fue pensar que tuviera algo que ver en el incendio de nuestra casa.

Era mi hermano gemelo, lo conocía tan bien como si fuera yo misma. En ese mismo instante, al cambiar su semblante, puede que al leer en mi cara desencajada, que yo quizá sospechara algo, lo supe.

Kyle Thompson

 

©Marifelita

(Relato perteneciente a la propuesta de Variétés: “Terrorífica(mente)”)

Annita Maslov

1 comentario:

  1. Nos dejaste una buena historia donde se juega con la mente de ver quién es bueno y no tan bueno, al final ese hermano guardaba un as y no muy bueno sobre la manga.
    Un besico, me gusto

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Gracias por tu visita y tu compañía... ©Gin

Gracias por tu visita y tu compañía... ©Gin