(Autor:
©Chema)
(1)
Logré convencer a mi familia de que necesitaba unas vacaciones. Ellos podrían arreglarse durante unos días en mi ausencia.
Tras un viaje en tren que se me hizo corto -entre leer, escuchar música, mirar por la ventanilla y observar a otros viajeros-, llegué a Cádiz. Como la estación no estaba demasiado lejos del hotel, decidí ir andando. Así podría estirar un poco las piernas.
Me di una ducha y bajé al comedor, eran las dos de la tarde y aún estaba a tiempo. Mientras comía, me sonó el móvil: era un whatsapp de Lorena, me proponía quedar esa misma tarde. Para los que somos algo tímidos, qué gusto da tener amigas que tomen la iniciativa. Acepté sin dudarlo.
Quedamos a las cinco. Fuimos caminando hacia la playa de la Caleta. Nos descalzamos, aunque es un decir, porque ambos llevábamos chanclas de V, las más abiertas que hay. Mientras paseábamos por la orilla, se me ocurrió una idea.
—Irene, ¿y si te saco una foto para luego hacerte un retrato? Ya sabes que he empezado un curso de dibujo y me viene bien practicar.
A ella le pareció buena idea. Adoptó una pose soñadora, con los ojos cerrados. Me pareció que así estaba guapísima, así que disparé.
—Cuando cerramos los ojos, mejora nuestra propiocepción. Nos podemos centrar más en otras sensaciones que no sean visuales —me explicó.
Continuamos paseando y hablando sobre muchas cosas: libros, psicología, música, anécdotas de un foro donde nos habíamos conocido...
Al atardecer, decidimos regresar. Lorena, como yo, también tenía a personas a su cargo. Era una de las muchas cosas en común que teníamos.
Al llegar a la esquina donde ella continuaría hacia su casa y yo hacia el hotel, le pregunté en tono travieso:
—Bueno, ¿cómo nos despedimos? ¿Nos damos un abrazo, dos besos, o tres...?
—Lo que tú prefieras, Chema, pero en cualquiera de los casos tendremos que cerrar los ojos. ¡La propiocepción, recuerda! —respondió riendo.
(2)
Al día siguiente, Lorena y yo volvimos a quedar para pasear por la playa.
En un momento dado, ella me dijo:
–Chema, hace tiempo
abriste en el foro un hilo sobre los dones y talentos de cada uno. Ahora que estamos
charlando en persona, podríamos desarrollar ese tema un poco más.
–Oh, pues en mi caso
poco podría aportar –respondí–. Aparte de descomponer números en factores
primos mentalmente, poco más se me da realmente bien... Bueno, sí, en yoga aguantaba
mucho tiempo en una postura que la profesora llamaba ‘caminar sobre la pared’.
–¡Vaya! A mí también
me gustaban las posturas de inversión de yoga –respondió Lorena–.
Creo que podría intentar hacer la postura de la cabeza, a ver si no he perdido práctica...
Mi amiga se tendió en la arena, cruzó los brazos detrás de la cabeza y curvó la espalda. A continuación, se irguió sin apenas esfuerzo.
–Lore, me acabas de
demostrar que, además de saber escribir historias, tu don es la flexibilidad y
la fortaleza corporal. ¿Me dejas que te haga una foto?
–Vale, pero ¡hazla rápido! Que tengo aguante en esta postura, pero hasta cierto punto –respondió riendo–.
Disparé y, unos segundos más tarde, bajó una pierna y luego la otra. Tenía algo de rubor en el rostro, pero sonreía de manera traviesa. Algo estaba tramando.
–Chema, ¿comprobamos
ahora cuánto aguantas tú?
–Oh, pues... Estoy un poco desentrenado... ¡Bueno, venga, vamos a intentarlo!
Me costó menos de lo
que me imaginaba. Al parecer, las posturas de yoga son como montar en
bicicleta, no se olvidan.
Cuando conseguí erguirme del todo, noté que algo me rozaba las plantas de los pies.
–¿Tienes cosquillas,
querido Chema? –oí desde abajo, pues no hay que olvidar que mi cabeza estaba en
el suelo–.
–¡Pero bueno! ¡Esto no
es jugar limpio, jajaja!
–¡Ya sabes, en el amor y en la guerra todo está permitido! –respondió ella.
Cuando deshice la postura, le dije jadeando:
–Vale, en esta ocasión
me has hecho cosquillas en los pinreles, pero te confesaré una cosa. Tú siempre
me haces cosquillas... pero un tipo especial de cosquillas... –y de repente me
dio pudor terminar la frase.
–¿En el alma, quieres
decir? ¿Te hago cosquillas en el alma, tal vez...? –me ayudó ella, entre emocionada
y traviesa.
–Sí, eso justamente.
¡Vaya, Lorena! Además de saber escribir, también tienes el don de leer las emociones
–respondí, mirándola de reojo con sonrisa boba.
–¡Ayy, qué intensito te pones! –exclamó entre risas–. Pero algo de razón tienes. Creo que tú y yo vamos a escribir un cuento de hadas a cuatro manos, y ya te digo desde ahora que tendrá final feliz. ¿Qué tal si vamos a mi casa? Te puedo enseñar los libros que tengo en mi habitación, de donde saco las citas que comparto en el foro.
El cuento de la bella
escritora y el excéntrico matemático no había hecho más que empezar...
(Relato perteneciente
a la propuesta de Variétés: “Un verano de fotografía”)
Bravo Chema me ha encantado esta historia de un comienzo de relación que promete mucho ajja. Si es cierta me alegro cantidad, si es solo un relato me alegro igual. Has plasmado perfectamente el comienzo de una relación preciosa. Un besote grande.
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