(Autor: ©Chema)
Iris era una joven profesora de
matemáticas de un instituto. En una tarde de mayo, estaba en su casa
corrigiendo exámenes. En un momento dado, decidió que era mejor hacer un descanso.
Cuando llevas muchos exámenes corregidos, ya casi no distingues lo que el
alumno ha escrito. Y como a ella le gustaba valorar el planteamiento y no sólo
mirar si el resultado final coincidía o no, pues era mejor descansar y
continuar más tarde.
Se tumbó en el sofá de su salón, con las piernas elevadas. De
repente notó que algo tocaba las plantas de sus pies descalzos. Era su gato Girasol, que había decidido hacerle
compañía... y algo de cosquillas también. Le llamó Girasol en honor a Van Gogh,
ya que era pelirrojo y le adoptó un 30 de marzo, día de nacimiento del pintor
francés.
De repente se acordó de las azucenas que tenía en su terraza, y se levantó a regarlas. Se fijó
en la disposición de sus hojas, formando entre sí ángulos de 60º. Si unes entre
sí las puntas de las hojas, se forma un hexágono regular perfecto. Precisamente
en el último examen, uno de los ejercicios era calcular el área externa y el
volumen de una pirámide de base hexagonal.
Como hacía buena tarde, decidió salir a dar una vuelta. Le
dijo a su gato: “Girasol, voy a salir un rato a tomar el aire, pórtate bien”. Y
el gato pensó: “¡Sí, sí, a tomar el aire! La Karen va a ligar,
si la conoceré yo”.
Iris vivía en Vallecas, y tenía cerca el parque “de las siete
tetas”, llamado así por la forma de sus colinas. En plena primavera estaba
lleno de margaritas, y eso le
encantaba. Se quitó las sandalias y se tumbó sobre la hierba. Tras un rato de
soñar despierta y mirar perezosamente el móvil de vez en cuando, notó que tenía
las uñas de los pies algo largas para su gusto. La parte blanca ya superaba los
dos milímetros, las matemáticas no la abandonaban ni para eso.
Se acordó de que dentro de su bolso llevaba un pequeño
neceser, que contenía entre otras cosas un espejo, un pintalabios y un cortaúñas.
Sacó éste y se puso a cortarse las uñas de los pies sobre la marcha. En un
parque con tanta gente, cada uno a lo suyo, nadie se fijaría en ella.
Pero se equivocaba, de repente apareció Jacinto, su amigo de la infancia. A ella le dio apuro verse
sorprendida en plena labor de pedicura, pero él le dijo: “¡Tranqui, chica, tú
sigue con lo tuyo!”.
Jacinto también era profesor, pero de biología. Le contó a su
amiga que una de las preguntas del último examen que mejor habían respondido
los alumnos en general era enumerar y describir las partes del ojo. “Sabrás que
una de ellas es el iris... ¡se llama como tú!”, dijo con gesto travieso. Y
ella, mientras recogía el montoncito de uñas cortadas y lo envolvía en un pañuelo
de papel, le respondió mirándole de reojo: “No te digo que no, pero ¡yo me
llamo Iris por la flor! Eso sí, el iris de mi ojo es verdoso, no morado”.
Él reflexionó: “El iris es una flor que simboliza la
confianza y la esperanza. ¡Es como tú!”, y ella dijo riendo: “¡Mira que eres
zalamero! Pues tú te llamas Jacinto, también tienes nombre de flor. Estamos
hechos un par de floripondios los dos”.
Un rato más tarde Iris regresó a casa, y tras una ducha y una
cena ligera, siguió corrigiendo exámenes con la compañía de Girasol entre sus
pies. Estaba contenta, la mayoría habían aprobado, y a los que no sólo les
faltaba un pequeño empujón. Había sido un buen curso.
(Relato perteneciente a la propuesta de Variétés: “Floreciendo”)
Muy bonito el relato! Bien logrado el reto!
ResponderEliminarUn saludo.
Ha hecho toda una narración con esa profe que te encandilo , pero a la vez la has adornado tan bien de esas plantas que ha florecido todo el blog. Un beso, Chema, me gusto .
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