(Autora: ©Ana)
Image by- Josephine Cardin
Desde niña Estrella tenía un sueño recurrente en el que podía
volar. A veces iba ras del suelo, otras por encima de los tejados e incluso
sobre las montañas. Era algo extraordinario y siempre tenía lugar a primer hora
de la mañana, justo en el momento en el que se encontraba entre el sueño y el
despertar, por lo que podía tomar las riendas y moverse en ese escenario hacia
donde quisiese a voluntad.
Nunca había hablado con nadie de ese sueño, era tan habitual
desde que tenía memoria que le parecía de lo más normal. Pero un día le sucedió
algo un tanto peculiar, despierta, bien despierta, cerró los ojos y echó a
volar como lo hacía en sueños. Estaba mirando hacia unas montañas que veía
todos los días a través de la ventana de su cuarto y cuando quiso darse cuenta
estaba rodeada de árboles y prados, y podía seguir caminos serpenteantes sin
notar sus pies en el suelo, por alguna razón había traspasado los límites de
tener que estar dormida para viajar como si fuese un ráfaga de aire, sin apenas
densidad.
Lo que comenzó como un suceso anecdótico se convirtió en algo
bastante frecuente. Cuando se sentía cansada, ponía a reposar su cuerpo en una
vieja silla de oficina con respaldo reclinable y tras cerrar los ojos, sentir
su respiración acompasada y hasta los latidos de su corazón, en poco tiempo se
volvía etérea. Soltaba todo lastre y ligera como una pluma se entregaba a un
paseo nada convencional.
Los años se fueron sucediendo y los paseos aéreos eran más o
menos habituales según las épocas, pero seguía sin hablar de ello con nadie. En
una ocasión en la que se sentía radiante tras un viaje en el que se había
elevado casi hasta las nubes, una amiga de confianza le comentó que tenía un
aire distinto, se la veía especialmente feliz. Y en medio de la conversación,
sobre un asunto un tanto serio por cierto, a Estrella se le ocurrió que igual
era hora de contar ese secreto, si ella lo podía hacer seguramente los demás
también y tal vez a su amiga le apeteciese intentarlo. Trató de encontrar en su
mente las palabras que explicasen algo tan poco convencional y en ello se
debatía cuando amablemente su amiga le pidió que la escuchase, se notaba
demasiado que no estaba en la conversación. Bueno, en algún momento en el que
hablemos de sueños se lo diré reflexionó y no volvió a pensar más en ello.
Una mañana en la que Estrella se encontraba especialmente
hastiada de luchas y conflictos varios que no tenían nada que ver con ella
aunque de alguna forma la salpicaban, se acomodó en la vieja silla y respirando
hondo, decidió ir más lejos, hacia las nubes e incluso más allá. Ese día abrió
una puerta que ya no pudo cerrar, todo el espacio quedó despejado y pudo sentir
la libertad de ser una auténtica corriente de aire, carente de límite alguno en
su deambular. Sintió el roce de las nubes en su cara, como una caricia, el
saludo alegre del sol y hasta la conversación animada de los pájaros que aunque
no la entendía, podía intuir lo que se decían unos a otros.
Comprendió a partir de ese momento que su auténtico ser salía
de su cuerpo y que podía hacerlo a voluntad y en cualquier momento. Era un
regalo tan maravilloso, que experimentar esos viajes en el día a día le
proporcionaba mucha paz, a su alrededor todo parecía estar cada vez más
convulso y notaba cada vez más la imperiosa
necesidad de desconectar. Así que un día, con plena convicción, tomó la
decisión de transitar ese otro camino, había estado semanas reflexionando sobre
ello y finalmente lo vio claro y empezó los preparativos para ese vuelo que sin
duda era el viaje de su vida.
Todas las noches hacía un repaso mental en busca de lo que
pudiese quedar pendiente tras su partida, no quería darse cuenta demasiado
tarde de algo que debería haber dicho o hecho y pacientemente repasaba la lista
de lo que consideraba importante dejar como legado. Y al fin llegó el día en el
que Estrella consideró que había hecho todo lo que tenía que hacer. Era una
tarde cálida de otoño, a última hora de la jornada, cuando el sol se despide y
en sus últimos rayos envía su beso de buenas noches, justo en ese momento cerro
los ojos y partió.
Se sentía ligera, como siempre, pero hacía tiempo que había
reparado en una especie de cordón que la mantenía ligada a su ser físico y era
hora de abandonar esa realidad y pasar a otra diferente, por lo que
voluntariamente Estrella corto esa ligadura. Al instante, todo resplandeció
ante su mirada, el sol se había puesto pero la claridad era excepcional y se
sintió abrazada por una calidez que circulaba a su alrededor y a través de
ella. Se elevó más que nunca hasta el punto de alejarse tanto que podía ver a
su amado planeta como un astronauta, maravillada de semejante belleza. Y siguió
explorando ese espacio nuevo, repleto de puntos de luz en una nada acogedora
que hacía que su lugar de partida se convirtiese en un punto cada vez más
lejano.
(Relato perteneciente a la propuesta de Variétés: "Humana-Mente")
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