ÉRASE UNA VEZ QUE SE ERA...
que la palabra dejó de ser tinta
para ser revoloteo
en la yema de los dedos...

Y las letras fueron hiedras;
frondosas lianas tocando el cielo.
Fueron primavera floreciendo;

... y apareciste tú...
tú,
que ahora nos lees...

Y se enredaron nuestros verbos,
nuestros puntos y comas,
se engarzaron nuestras manos
cincelando sentires y cantos.

Entre líneas surcamos
corazón al mando; timón
de este barco...

©Ginebra Blonde

martes, 31 de octubre de 2023

La Sirenita

(La Sirenita- Hans Christian Andersen)


Elena Vizerskaya aka Kassandra

 (Autora: ©Dafne Sinedie)

Capítulo 1. La sirena
 
        Amparada por las robustas paredes del Templo de Neptuno, observaba cómo la tormenta se desataba en el mar.
           —Es un mal augurio —dijo una de mis hermanas, a mi espalda.
       —No, es un buen augurio —le contradijo la otra—. Pronto llegará la calma que sucede a la tormenta, pues la semana que viene por fin abandonaremos este templo. Además, Raisa conocerá a su Príncipe y se casará con él.
         Suspiré con pesadumbre. Cuando éramos pequeñas, mis padres, los Reyes de Zapad, nos enviaron a aquel templo para que recibiéramos una educación completa y, especialmente, alejarnos de las intrigas palaciegas. Ahora que había cumplido dieciséis años, estaba previsto mi regreso; el matrimonio concertado con el Príncipe de Vastok reflejaría la unión entre ambos reinos y consolidaría la paz que tantas vidas había costado en el pasado.
        Ya había aceptado mi Destino, a pesar de que mi corazón pertenecía al mar.
        Desde niña, mis ojos turquesa se hundían en las aguas como si buscasen algo que aún no sabía que quería encontrar. Mis oídos encontraban en el oleaje la melodía más maravillosa y cuando pasaba la lengua por mis labios salados siempre encontraba una sonrisa. Todos los días me bañaba, y no sería la primera vez que las sacerdotisas debían sacarme a rastras de entre las olas porque, de lo contrario, habría permitido que me arrastrasen mar adentro.
        Amaba el mar como si fuera una persona, y lo comprendía en todos sus estados de ánimo. Por eso, dije:
         —No es ni un mal ni un buen augurio. Simplemente...
         Enmudecí. Había una figura en la playa.
         —Hay alguien en la orilla.
      Y, sin pensármelo dos veces, atravesé el templo corriendo y salí a su encuentro.
      Llegué a la playa con los pulmones ardiendo por la repentina carrera, la túnica empapada por la lluvia y el peinado deshecho por el viento. En la arena estaba tumbado un muchacho inconsciente, con la ropa hecha jirones y sin una bota. Un náufrago.
       Debería haberme acercado a él para comprobar si aún respiraba, pero me quedé paralizada al descubrir otra figura a su lado. Se trataba de una muchacha de largos cabellos rojos, piel olivácea y ojos cristalinos. Era realmente hermosa. Me ruboricé al descubrir que mostraba el torso desnudo, pero al bajar la vista no encontré piernas, sino una larga cola escamosa. Imposible...
          La sirena me miró con miedo, como si creyera que le fuera a hacer algún daño. Sin embargo, pronto se sobrepuso a su temor y, con firmeza, me habló.
           —Ayúdale, por favor.
         No estaba segura de si había hablado mi idioma, pero la entendí. Estaba claro que había salvado al muchacho y que él era su prioridad, así que supuse que ella tampoco suponía un peligro para mí.
         Me arrodillé en la arena, comprobé las pulsaciones del chico... Su corazón aún latía, débilmente. Por desgracia, no respiraba. Realicé el masaje cardiopulmonar, treinta compresiones tal y como me habían enseñado, y seguidamente me dispuse a hacerle el boca a boca. La sirena nos miró con curiosidad y preocupación, ya que el muchacho seguía sin respirar. Repetí el procedimiento. Mientras exhalaba por segunda vez aire en sus pulmones, el muchacho por fin despertó. Me separé rápidamente, pues comenzó a toser y a vomitar agua.
       La sirena sonrió, aliviada; ella sólo tenía ojos para él, mientras que yo sólo tenía ojos para ella.
       —Gracias.
       Oh, me lo decía a mí. Una cálida sensación se extendió por mi pecho.
       —N-no hay que darlas...
       —¡Raisa!
       Mis hermanas y las sacerdotisas se aproximaban a la playa.
      La sirena huyó hacia las olas y se sumergió de nuevo en el agua. ¡No! Quise detenerla, pero una mano se cernió entorno a mi muñeca y captó mi atención. El muchacho había abierto los ojos, azules como un cielo despejado, y me miraba con absoluta adoración.
        —Me has salvado.
        —Yo no...
        Pero ya no quedaba ningún rastro de la sirena.
 

 
Capítulo 2. El Príncipe
 
       A veces el Destino obra de formas extrañas.
      El muchacho resultó ser el Príncipe con el que debía casarme; la comitiva viajaba a Zapad cuando les sorprendió la tormenta y su navío naufragó.
      —Espero que haya más supervivientes —añadió el Príncipe tras compartir con nosotras su relato. Las sacerdotisas le habían proporcionado una túnica seca, y ahora se encontraba en la cama del mejor dormitorio del templo con un chocolate caliente entre las manos—. Soy muy afortunado de que Neptuno me condujera hasta su templo... ¿Puedo preguntar el nombre de mi salvadora?
    Por supuesto, él no debía descubrir mi verdadera identidad hasta la ceremonia.
      —Tan sólo soy una sacerdotisa, mi Príncipe...
      —Podéis llamarme Eric —era la quinta vez que me lo pedía.
    Debía admitir que era muy apuesto, con el cabello negro y ondulado cayéndole sobre los hombros y hoyuelos que se le marcaban en las mejillas cada vez que sonreía. Sin embargo, en mi mente se había alojado la imagen de la sirena, con su voz sobrenatural y su belleza inhumana.
    —Mi Príncipe, ya hemos avisado a la Guardia. —La Madre Sacerdotisa entró en la habitación—. Mañana os recogerán y acompañarán hasta el castillo.
     —Gracias —murmuró. Parecía apenado de no poder quedarse más tiempo. ¿Desearía casarse tanto como yo?—. Cuando llegue, me encargaré de enviaros las mejores ofrendas, ¡y podéis pedir todo lo que necesitéis! Os debo mi vida.
    La última frase la dijo clavando sus pupilas de nuevo en mí. La Madre Sacerdotisa se dio cuenta y chasqueó la lengua, medio contrariada medio divertida.
     —Chicas, podéis retiraros ya. El Príncipe debe descansar...
    La siguiente vez que vi al Príncipe fue durante el desayuno. Después, se empeñó en acompañarme a recoger los objetos que la tormenta había arrastrado hasta la orilla, y estuvo contándome historias sobre su vida en Vastok, la relación con su familia y lo mucho que le aburría la Corte. Era gracioso, inteligente y agradable. Por mi parte, apenas hablé. Intentaba escucharle con atención, pero inevitablemente mis ojos buscaban a la sirena entre las aguas...
      —¿Habéis visto eso?
   Me pareció ver una cabeza asomándose, como si también estuviera escuchando al Príncipe.
     —Me temo que sólo tengo ojos para vos.
    Tras del almuerzo, tal y como había comentado la Madre Sacerdotisa, la Guardia vino a recogerle en un carro con caballos. Ante el asombro de todo el templo, el Príncipe besó mi mano a modo de despedida.
     —Ojalá volvamos a vernos...
     «Nos veremos antes de lo que esperas, Eric».
     No me atreví a decirlo en voz alta.
     Una semana más tarde, a mis hermanas y a mí nos recogió el mismo carro con caballos.
     Era extraño regresar al castillo después de vivir tantos años en el templo, y estaba tan abarrotado de gente que mareaba. Tras hablar con mis padres, me encerré en mi antiguo dormitorio; me habían avisado de que, tras la ceremonia, el Príncipe y yo pasaríamos nuestra Luna de Miel en un barco que nos conduciría hasta su reino.
     Me sentía triste y furiosa. ¡Si me marchaba, las probabilidades de volver a ver a la sirena se reducían a la nada! Además, me ponía muy nerviosa lo que se suponía que debía ocurrir durante la Noche de Bodas; la Madre Sacerdotisa me lo había explicado, y sólo de imaginármelo se me tensaba todo el cuerpo.
    Por la tarde, entraron tres doncellas para bañarme, vestirme, peinarme y maquillarme. La noche se asomaba a las ventanas cuando finalizaron la tarea.
    Mis hermanas me escoltaron hasta el salón y alguien anunció nuestra entrada. Todos los asistentes dejaron de bailar para hacer la reverencia protocolaria, y aproveché para buscar con la mirada al Príncipe; lo encontré al fondo, acompañado del Rey y la Reina, y de una muchacha de apariencia extranjera. ¿Su hermana, quizás?
    Conforme me acercaba, distinguí mejor sus rasgos. Pelo rojo trenzado alrededor de su cabeza como si fuera una corona, piel olivácea, ojos cristalinos... ¡La sirena! Pero estaba segura de que bajo su vestido había dos piernas humanas.
     Ambos me reconocieron al mismo tiempo, los labios de ella formando una “o” perfecta, el rostro de él iluminándose. El Príncipe se adelantó, rompiendo la unión de sus brazos entrelazados, y se arrodilló ante mí.
     —Ahora entiendo por qué Neptuno os entregó mi corazón... mi salvadora, mi Princesa.
      Cuando me besó la mano, la multitud rompió en vítores.
     No pude evitar mirar hacia la sirena; por su mejilla derecha se deslizaba una lágrima silenciosa.
 


Capítulo 3. La Princesa
 
   La ceremonia transcurrió tal lo previsto y a la medianoche nos intercambiamos los anillos.
        —Sí, quiero.
        —Sí, quiero.
       Nuestros labios se reencontraron, sólo que ahora sentía que la tormenta se había desatado dentro de mi pecho.
    La sirena había desaparecido, pero al Príncipe no parecía importarle, concentrado completamente en mí. Bailamos la primera canción como marido y mujer, e intenté disfrutar del rato que me quedaba junto a mi familia antes de separarnos.
      —¡Iremos a visitarte, Raisa!
      —Vendrás pronto a visitarnos, ¿verdad?
      —No podrá venir si tiene a su primer bebé, tonta...
    Prefería comerme una medusa a quedarme embarazada, pero me limité a sonreír, asentir y a despedirme de mis queridas hermanas.
     Un poco más tarde, el Rey y la Reina nos acompañaron hasta la carroza nupcial que nos llevaría hasta el puerto. Durante el trayecto, el Príncipe se mostró tan nervioso como yo al quedarnos a solas, y no conseguimos mantener una conversación fluida. No obstante, con mano firme y cálida me ayudó a bajar de la carroza y a embarcar en el Navío Real.
       Nuestro camarote ocupaba uno de los niveles de la popa. En el centro había una gran cama que, en vez de estar aferrada al suelo, colgaba de cadenas, de modo que acompañase el movimiento de la marea. Había velas encendidas en el suelo, cuyo aroma a flores enmascaraba el olor marino, y sobre las sábanas pétalos rojos dibujaban un corazón.
      —Siento mucho no poder ofreceros un lugar mejor en el que pasar esta noche —susurró el Príncipe, abrazándome desde atrás—. Pero nuestras familias pensaron que no sería conveniente que esperásemos a llegar a Vastok para consumar nuestro matrimonio.
      Me besó el cuello, poniéndome la piel de gallina, y noté que sus manos buscaban los abroches de mi corsé para desnudarme. Entré en pánico y me aparté bruscamente.
       —¡No!
       El Príncipe parecía desconcertado.
      —L-lo siento... Es que... —Pensé rápidamente en una excusa para que no sucediera lo que tanto me repugnaba—. Estoy en mi periodo.
       —¿Vuestro... periodo?
     Tardó un poco en comprender a qué me refería y se ruborizó hasta las orejas, mostrándose más como un muchacho que como un príncipe.
     —Oh. Ah. No pasa nada... Podemos dormir... y cuando pase vuestro... periodo, ya haremos... esto.
       Sonreí, aliviada, y le di un beso ligero como una pluma.
       —Gracias por comprenderlo, Eric.
       Se rio al oírme pronunciar su nombre.
      Nos cambiamos de ropa y nos metimos en la cama. Noté que él se dormía en seguida, arrullado por la marea, pero yo me quedé despierta sumida en mis propios pensamientos. ¿Por cuánto tiempo podría atrasar el momento? Si le decía que no muchas veces, probablemente se enfadaría... ¿Me obligaría a hacerlo por la fuerza?
        Oí cómo se abría la puerta y unos pasos entrando en el dormitorio. ¿Pero qué...?
       Cuando abrí los ojos, vi a la sirena de pie al lado del Príncipe, sosteniendo una daga como si estuviera dispuesta a descargarla sobre su pecho.
        —¡No!
    Asustada, la sirena huyó hacia la cubierta. Salté de la cama y la seguí apresuradamente, consciente de que el Príncipe también nos alcanzaría. La sirena arrojó la daga al mar y se subió a la barandilla.
       —¡No, por favor!
       Tiré de ella y caímos sobre la madera.
    —No... lo... entiendes... —Habló como si se estuviera desgarrando la garganta en el proceso—. Yo sólo... quería que el Príncipe... me amase... porque así... yo también tendría... un alma humana. ¡Pero él... te ama a ti! La Bruja del Mar me dijo que... si nadie era capaz de... amarme tras tres soles... al siguiente amanecer me convertiría... en espuma de mar.
       Justo en ese momento llegó el Príncipe.
     —Pero mis hermanas... hicieron otro trato... ofrecieron sus cabellos... y si yo mataba al Príncipe... podría volver a ser sirena... ¡Pero prefiero morir... antes que matarle!
      Faltaban apenas unos minutos para que amaneciera.
      —¿Cómo debía demostrar el Príncipe que te amaba? —le pregunté.
      —Con un... beso... de amor verdadero.
      Ya sabía lo que tenía que hacer para salvarla.
      Ante la sorprendida mirada del Príncipe, acuné el rostro de la sirena entre las manos, me incliné hacia delante y la besé con dulzura.
      —Yo te he amado desde el primer momento que te vi.


 
(Relato perteneciente a la propuesta de Variétés: “Finales alternativos”)


1 comentario:

  1. IMPRESIONATE. Un trabajo muy bien hecho , me gusto , creo que una mini novela con tu toque personal. Un besazo.

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Gracias por tu visita y tu compañía... ©Gin

Gracias por tu visita y tu compañía... ©Gin