(Autora: ©Ana)
Había comenzado la mañana con un suceso extraño, a primera
hora mientras Aya oteaba el cielo, observó unos curiosos fogonazos en torno al
sol que la desconcertaron. Y para rematar lo anecdótico del día, el pueblo
había sufrido numerosos apagones. Los cortes de electricidad eran algo bastante
habitual en la apartada localidad pero en ninguna ocasión que ella recordase
habían sido tan frecuentes, ni de tanta duración. Tal vez por ese motivo tras
cerrar la joyería que regentaba su familia desde hacía décadas, se dirigió a su
casa dubitativa, con la extraña sensación de que algo no iba bien.
En pocas horas Aya tenía previsto asistir a una cena especial
de noche de difuntos pero cuando llegó a su hogar y subió a su habitación, se quedó
petrificada mirando la ropa y accesorios dispuestos sobre la cómoda. Sintió que
algo en su interior le susurraba que no debía asistir a esa cena, y era tan
patente que hasta casi podía oír como algo le decía "no vayas, no, no
vayas a ese sitio".
Resolvió darse una ducha para despejarse y tratar de suavizar
el remolino de sensaciones que en ese momento parecían haberse desbocado. No
era una persona miedosa pero por alguna razón ese día sentía una inseguridad
que no recordaba haber padecido antes.
No obstante, cuando salió del baño descubrió con alivio que
se encontraba mucho mejor, de alguna forma parecía haberse despojado del
malestar que hasta no hacía mucho le había rondado. Más animada, se posicionó
por segunda vez frente a la cómoda decidida a vestirse y arreglarse para la
ocasión. Tenía tiempo suficiente así que se preparó con calma y tras contemplarse
en el gran espejo de pie que presidia un extremo de la habitación, bajó las
escaleras dispuesta a acceder al garaje y dirigirse a la casa de los Domain,
los anfitriones de la celebración.
Ya en el coche, introdujo la llave para arrancar el vehículo pero al girarla se produjo un silencio atípico, como si el motor se negase a ponerse en marcha. Lo intentó varias veces sin escuchar ningún tipo de ruido y con fastidio tuvo que asumir que la batería de su coche se había descargado. No se lo podía creer, era una batería vieja pero hasta ese momento no había dado ningún síntoma que le hiciese pensar que se estaba agotando. Alterada, se bajó del coche y caminando en círculos analizó la situación. Los Domain vivían a las afueras del pueblo, justo en el otro extremo, y aunque se había calzado las botas militares tan hechas a su pie que parecía como si caminase en zapatillas, la distancia que tenía por delante era tal que no cabía la opción de ir andando. La casa del mecánico en cambio estaba a pocos metros de su vivienda y tal vez le podía solucionar el percance pensó, y se puso en marcha.
No tardó en avistar la casa de Darío y comprobó que el taller estaba cerrado, como ella también tenía su horario, pero estaba convencida de que la ayudaría en lo que pudiese pues era una excelente persona. Al llegar a la altura de la vivienda vio un folio pegado a la puerta y tuvo un mal presentimiento. Se acercó más y tal y como pensaba la nota decía que estaría unos días fuera del pueblo por un asunto familiar. De nuevo, la sensación de que algo raro estaba sucediendo se hizo patente, hasta el punto de hacérsele un nudo en la garganta. Miró hacia arriba, a las montañas, tratando de calmarse y en su cabeza surgió una idea insólita, algo la incitaba a subir por el sendero que partía muy cerca de la casa, con la idea de contemplar la puesta de sol. Se sacudió la cabeza como para sacar esa idea de su mente, pero una fuerza que parecía irresistible la hizo echar a andar hacia el sendero vestida con unos ropajes que le llegaban hasta los pies y un tocado en la cabeza un tanto excéntrico, el atuendo era tan inadecuado que no pudo evitar soltar una carcajada mientras comenzaba el suave ascenso. Rumbo al alto de Somao pensó, riéndose por dentro y por fuera. Había previsto subir al alto al amanecer del día siguiente, para ver mejor el eclipse del que todos hablaban, se decía que tardaría más de 300 años en volver a producirse en el mismo lugar, y allí estaba, recorriendo el sendero vestida para una cena a la que no habría de ir.
Los cuatro primeros kilómetros eran un paseo agradable con
una pendiente poco pronunciada pero en los dos últimos la subida se acentuaba y
se hacía más pesada. Aya tardó casi dos horas en completar el ascenso, el
sendero estaba cuidado pero el vestido le molestaba y la obligaba en muchas
ocasiones a caminar haciendo de él un ovillo para poder ver por dónde pisaba.
Finalmente completó la subida, con los bajos del vestido destrozados pero
inexplicablemente con una sensación de paz indescriptible. A lo largo de la
caminata se había percatado de que el cielo se estaba encapotando y al llegar a
su destino pudo comprobar que ya no había ni rastro del cielo azul que había
sido la tónica general del día. Gruesos nubarrones grises lo cubrían por
completo por lo que la posibilidad de observar la puesta de sol se había
esfumado. Sin embargo, una sorpresa inesperada la lleno de alegría, un perro
blanco que era la viva imagen de Nieve movía el rabo entusiasmado ante su
presencia en aquel solitario lugar.
Mientras se acercaba, con el corazón latiendo frenéticamente
en el pecho, recordó el día en que encontraron a Nieve, un cachorro abandonado
al que escucharon gemir aquel domingo de picnic en la montaña. Lo llevaron a
casa de su abuelo que adoraba a los perros, por si deseaba quedarse con él. Su
único abuelo, los demás habían fallecido antes de que naciera, en cuanto lo vio
supo que era un cruce de perro y lobo pero a pesar de ello, lo acogió y lo crió
con paciencia y disciplina hasta que se convirtió en un adulto cariñoso y
protector de la familia y de la casa.
Nieve tenía la costumbre de cerrar los ojos cuando Aya le
acariciaba la cabeza y sin dudarlo, al llegar a la altura del animal, lo
acarició haciendo círculos entre las orejas como le solía hacer a Nieve. Su
sorpresa fue mayúscula cuando éste cerró los ojos y se pegó a ella como hacía
su adorado animal de la infancia. Los ojos de la joven se llenaron de lágrimas
y de rodillas se abrazó a él con el corazón rebosante de amor. Nieve había sido
compañero de juegos, amigo protector y cómplice en alguna de sus travesuras, la
compañía y el cariño que el perro le había transmitido era inestimable pues Aya
no tenía hermanos, apenas familia, pues ambos padres eran hijos únicos y la
trajeron al mundo cuando tenían una edad avanzada. La pérdida de su querido
amigo fue un duro golpe para ella que tuvo que aceptar como pudo, pero en ese
atardecer, el tiempo parecía haberse plegado sobre sí mismo y Nieve volvía a
estar a su lado. Tuvo la sensación de que el mundo se había detenido en ese
momento, la nubes quietas sobre ella, ni la más leve brisa, ni el más mínimo
murmullo... debo de estar soñando se dijo para sus adentros.
Pero de pronto, un viento arrollador se desparramó sobre
ellos e inundó todo el lugar. Nieve levantó sus orejas, olfateó el aire y
poniéndose en pie hizo un amago de alejarse de Aya. Sin dejar de acariciarlo,
ella también se incorporó y caminando a su lado subió por un risco abrupto
desde el que podía contemplar su pueblo natal. El viento aullaba y Nieve lo
empezó a imitar. Parecía traer entre susurros los sonidos de una canción que su
madre le cantaba de niña y que Aya empezó a tararear casi como una autómata, y
es que por momentos se sentía como una marioneta en manos de algo que movía los
hilos de su cuerpo pero por extraño que pareciese, se encontraba a gusto y se
dejaba llevar. Allí, en un saliente muy estrecho en el que apenas se podía
mover, tras recoger en parte su largo vestido comenzó a oscilar como mecida por
el viento mientras la tormenta se acercaba a ellos.
Al borde del precipicio, mientras la noche comenzaba a
abrirse paso lenta e inexorablemente, víspera del día de difuntos recordó a su
madre, a su padre, a su abuelo... a todos los que se habían ido hacía ya mucho
tiempo y siguió tarareando la canción mientras los truenos hacían acto de
presencia, avisando de que la tormenta ya casi estaba encima.
Fue una tempestad impresionante, el viento soplaba feroz y
los rayos caían sobre el valle pero en ningún momento se acercaron al alto en
el que ella y Nieve contemplaban la escena. Aya no podía dejar de mirar el
panorama que se le ofrecía desde risco como si se tratase de un sueño, o más
bien una pesadilla, en la que la naturaleza desatada azotaba con violencia todo
lo que encontraba a su paso. Era tal la fuerza del viento que los árboles
próximos crujían sin parar y pequeñas ramitas que volaban a su alrededor iban
enganchándose a su tocado. Milagrosamente, ambos permanecían erguidos en el
saliente, como si la madre Tierra les sujetase por la planta de los pies y les
protegiese, pues ni ella ni Nieve resultaron lastimados a pesar de la furia del
vendaval.
En algún momento de esa extraña noche Aya descendió del risco
con Nieve a su lado y se acurrucaron uno junto al otro para proporcionarse
abrigo mutuo, hasta que el sueño les venció.
A la mañana siguiente, al abrir los ojos Aya pudo comprobar
que ya había comenzado el anunciado eclipse total y era algo fascinante, hasta
Nieve parecía estar pendiente de la visión del sol que se iba quedando tapado
ante ellos. En un momento dado, a Aya le vino el recuerdo de niña cuando tanto
le gustaba ver las puestas de sol y su fiel amigo la acompañaba, acarició a
Nieve y sonrió feliz por compartir de nuevo con él esos momentos de paz. El
eclipse solo duró unos pocos minutos pero sin duda fue algo digno de recordar.
Cuando el sol volvió a la normalidad, Aya se dio cuenta de
que Nieve no estaba. Lo buscó, lo buscó durante horas sin entender nada, se
había ido sin dejar rastro. Finalmente, se resignó a volver al pueblo pues todo
había sido demasiado irreal y se sentía bastante confundida. El sendero había
quedado en muy mal estado tras el paso de la tormenta y le tomo bastante tiempo
regresar. Lo que se encontró entonces fue un espectáculo dantesco, casi todas
las casas del pueblo habían quedado dañadas por la descomunal tormenta. Por
suerte no había muertos hasta el momento, aunque sí muchos heridos y algunos de
gravedad, especialmente en la casa de los Domain que quedó arrasada debido a
que un árbol centenario se había derrumbado sobre ella.
©Ana
Alina había salido esa tarde a recoger ramas para la gran
hoguera. El sol se escondía cuando su padre se percató de que aún no había
regresado y preocupado dejó lo que estaba haciendo. No era una fecha
cualquiera, durante todo el día la aldea despedía al verano celebrando el día
fuera del calendario, el Samaín. Una ocasión que servía de reflexión antes del
comienzo del año celta pero también varias horas en las que la frontera que
separa el mundo de los vivos y el de los muertos se disolvía, con el riesgo que
conllevaba.
Inquieto, puso a un lado la cesta en la que había apilado
manzanas y salió en dirección al bosque caminando a grandes zancadas, orando
con todas sus fuerzas a Dana para encontrar en cualquier momento a su hija de
regreso a casa, sana y salva. Apenas se había adentrado en el bosque cuando le
pareció escuchar una risa lejana, algo distorsionada. Y sin motivo aparente,
Mael cayó de rodillas y arañando la tierra con sus manos siguió implorando a
Dana para que protegiese a su hija en una noche tan peligrosa. Se hallaba
envuelto en un silencio inusitado, era el mes del búho pero no se escuchaba su
característico chillido al anochecer, es más, parecía que todos los seres del
bosque estuviesen dormidos o expectantes y esa ausencia de actividad era un mal
augurio.
Minutos antes, Alina se había dado cuenta de lo tarde que se
le había hecho, el sol empezaba a
ocultarse y tenía un largo trecho hasta llegar a su hogar. Acababa de
sujetar las ramas en un fardo y acercándolo a su cadera echó a andar con paso
ligero. Tenía 12 años, cuerpo menudo y era capaz de hacer grandes distancias en
poco tiempo, algo de lo que solía presumir y que en ese momento suponía, era su
gran baza. No obstante, no había recorrido ni un tercio del camino cuando vio
frente a ella a una mujer que le cortaba el paso. Iba vestida con extraños
ropajes oscuros, un sombrero con flores negras y en la mano derecha sostenía un
aro que desprendía cierto resplandor. Sorprendida, se detuvo en el acto.
La desconocida le preguntó a dónde iba con tanta prisa y
Alina sintió como un escalofrío le recorría todo el cuerpo ante una voz
metálica que no parecía humana. Debo regresar a casa murmuró, arrastrando las
palabras. La mujer se rio y el bosque entero enmudeció por completo, como si la
vida se hubiese marchitado con ese gesto.
Dana contemplaba el suceso, las plegarias del padre de la
niña habían surtido efecto y aunque no era dada a intervenir en asuntos
humanos, se quedó observando lo que Bodua se proponía hacer. El suelo comenzó a
vibrar y los pies de Alina empezaron a hundirse como si se encontrase dentro de
arenas movedizas. Soltó horrorizada el fardo que cargaba e intentó gritar pero
el miedo le atenazaba la garganta y no fue capaz de emitir ningún sonido. Miró
a su alrededor, la naturaleza parecía haberse sumido en una oscuridad
devastadora, pero en su corazón aún palpitaba el amor que le profesaba a Dana,
la madre Tierra, y extendiendo los brazos le suplicó ayuda. Había perdido a su
madre siendo niña pero recordaba las palabras que le dijo junto al pozo el día
en que llegó moribunda por el ataque de un jabalí "mi amada Alina, ahora
Dana será tu madre, no dudes en confiarte a ella, es una madre poderosa que
siempre vela por sus hijos" y hecha un manojo de nervios pronunció
mentalmente "madre universal, esta noche pongo mis esperanzas en ti, socórreme".
Conmovida, la deidad se interpuso entre Alina y la presencia oscura, la cual
sorprendida dio un paso atrás. En ese instante, la luz que Bodua portaba soltó
un fogonazo y al fin el sonido volvió al bosque a la par que se deshacían todas
las tinieblas que lo habían tomado hasta ese momento.
Mael sintió que el aire regresaba a sus pulmones, sintió que
recuperaba la energía vital oprimida instantes antes por unas garras invisibles
y poniéndose en pie echó a correr con todas sus fuerzas internándose más en el
bosque. No sabía hacia dónde debía dirigirse pero con los ojos entornados se
dejó guiar por el sentimiento de volver a ver a su hija y avanzó sin descanso
confiando en que iba en la dirección correcta. Casi extenuado pero sin dejar de
correr llegó hasta un claro en el que pudo observar a su hija al lado de dos
mujeres de sobra conocidas por los habitantes de su aldea. Dana, la diosa madre
de la mitología celta y enfrente la siniestra Bodua, que en la noche del Samaín
era una aparición funesta.
Sin apenas recuperar el aliento recorrió los escasos metros
que le separaban de su hija. Parecía como si la tierra la estuviese engullendo
y solo asomaba una parte del perfil de su cuerpo, de la cadera hacia abajo no
había nada. Con paso decidido se internó en una especie de ciénaga, hundiéndose
en ella mientras abrazaba a su hija con fuerza. Alina parecía estar
petrificada, solo unas lágrimas que le rodaban por las mejillas le alentaban a
creer que aún estaba viva. Lo que sucedió a continuación lo cambió todo, de
pronto como si regresase de algún misterioso lugar, Alina modificó su expresión
y alzó los brazos hacia su padre abrazándose a él tiernamente.
El encuentro hizo que la tierra temblase. El rostro satisfecho
de Dana contrastaba con la turbación de su oponente que con semblante altivo,
como deseando derretirla con la mirada, ya era consciente de que no tenía
ninguna posibilidad. Así pues, Bodua dio por terminada la tentativa de llevar a
la niña a su mundo, se giró con cierta indolencia y desapareció casi al
instante. También la ciénaga se esfumó y padre e hija miraron hacia Dana con
profunda gratitud, solo por un momento, pues al igual que la otra aparición se
desvaneció repentinamente.
Mael y Alina emprendieron el regreso a casa asidos por la
cintura, iban tan entusiasmados que se alejaron sin reparar en el fardo de
ramas que había sido el desencadenante de su odisea. Casi no podían creer lo
afortunados que eran y en su nerviosismo, iban deliberando sobre cómo
relatarían a sus descendientes la intercesión de Dana en esa noche de Samaín,
para que el recuerdo de lo sucedido en ese bosque se perpetuase a través de las
sucesivas generaciones.
(Relatos pertenecientes a la propuesta de Variétés: "Samhain")
Gracias, por tan bonito texto, en él no solo hay magia, sino ilusión y una manera de ver la vida.
ResponderEliminarUn saludo.
Gracias a ti Campirela por lo que has escrito. Siento acercarme por aquí tan tarde, se me pasó. Espero que en estos primeros días del año hayas tenido buenas experiencias, y que sea la tónica del nuevo año.
EliminarBesos!!
Muy hermoso relato! Un desafío cumplido con muchísima aplicación literaria y talento!
ResponderEliminarAbrazo,
Gracias Lunaroja, lo del talento va y viene, supongo que lo importante es disfrutar cuando nos sentimos inspirados.
EliminarTambién te pido disculpas por responder tan tarde.
Besos!!
El primero, de Aya y Nieve es una preciosidad. Una incursión en el destino y sus señales. Hay veces que lo que pasa, de malo, es lo mejor.
ResponderEliminarUn abrazo
Lo de las señales siempre me ha llamado la atención, y es bueno estar atenta porque en ocasiones hay algo que te avisa pero hay que ver lo que nos cuesta darnos por enterados ji,ji.
EliminarUn besito Albada!!
Qué grata sorpresa me he llevado. Un relato emotivo, en el que nos enseña a estar pendientes de las señales... Me gustó mucho.
ResponderEliminarEn el segundo, relato que empieza de una forma inquietante su desarrollo está lleno de magia y misterio místico. Las deidades pueden ser caprichosas, pero al final deja un mensaje esperanzador. Me gustó también.
Un abrazo
Me alegra mucho que te hayan gustado Nuria.
EliminarEspero que hayas tenido una buena entrada de año, besos!!