(Autora: ©Ana)
(Brooke
Shaden / Laura Makabresku)
Te observo y me parece que yo soy tú o que tú eres yo. He
estado en esa puerta o en una parecida y también he bajado descalza unas
escaleras mientras esperaba el amanecer. Sucedió hace muchos años y ese
recuerdo ha permanecido enterrado todo este tiempo por lo doloroso que fue pero
trataré de hacer memoria, pues mi historia no es tan diferente a la tuya.
Fui muy infeliz en esa morada que se parece a la que veo
justo detrás de ti. Nací en un pueblo grande, una villa, que mi familia
dominaba con mano de hierro. Podría describir tantos actos de crueldad que tuve
que presenciar desde mi infancia, esa era la tónica de mi familia, rica y
prepotente que hacía y deshacía a su voluntad. Me educaron para ser una déspota
y tardé mucho tiempo en reconocer el amor pues nunca lo había presenciado en mi
entorno y por desgracia durante muchos años no tuve acceso al mundo que había
tras los muros de la mansión. No me voy a recrear en el sufrimiento que fue
vivir esa época de mi vida, trataré de obviar todo el daño que mi familia
ejercía sobre ella misma y sobre los demás. Pero te contaré algo curioso, sé
que eso no lo has vivido, por fortuna para ti. Mi familia y las demás afines,
en su locura trataban a la mayoría de las personas como a ovejas, sí, eran así.
Se consideraban los pastores de su pueblo y cuando hablaban de sus habitantes
se referían a ellos como su rebaño, literalmente los veían así. Esa forma de
percibir el mundo les parecía muy natural y me lo repetían muchas veces. Normalmente
la técnica de repetir funciona bien aunque en mi caso no fue así, yo asentía
siempre con la cabeza pero en mi interior sabía que todo era una memez, tal vez
para justificar sus malas acciones.
Y así crecí. A menudo me preguntaba si algo en mis genes no
estaba bien pues no me sentía parte de esa familia, era como ver a un canguro
criado por un grupo de jirafas, inexplicable. Y como te sucedió a ti, también
tuve que vivir en un entorno en el que la compasión se consideraba una
debilidad, con frecuencia mis actos eran motivo de vergüenza para mi familia y
creo que siempre fui para ellos un auténtico dolor de cabeza. Recuerdo que en
una ocasión, tendría unos 10 u once años, paseando junto al estanque que había
en la parte de atrás de la casa salvé la vida de una mosca que se había caído
al agua, la levante sobre mis dedos y la alejé del peligro. Mi madre que estaba
cerca, vio la escena horrorizada y me dio un bofetón. Era muy raro que mi madre
perdiese la compostura, ese arrebato de humanidad aún motivada por su aversión
a la vida, me dejó perpleja.
Era extraño que me aplicasen castigos físicos, solo me
ignoraban, cuantas veces incluso estando en la misma sala era como si me
hubiese vuelto invisible. Padecí ese tipo de castigo desde muy niña y aunque en
un principio estaba confundida y el destierro funcionaba, finalmente llegó un
momento en el que dejó de dar el resultado esperado. Podría parecer un castigo
terrible, entonces ellos eran los únicos seres humanos con los que tenía
contacto pero lo que no sabían, menos mal, es que llegó el día en que el hecho
de no socializar con esas mentes enfermas fue el mejor regalo que pude recibir.
Hablaba con las plantas, con las aves, con todo a mi alrededor salvo ellos, no
se podía pedir más. Ese comportamiento, creo que lo llaman telepatía, me llevó
mucho tiempo de entrenamiento pero finalmente dio sus frutos.
Empecé hablando con las flores y aunque no me respondían, yo
les hacía preguntas e intentaba mantener una conversación. Un día, tras haber
preguntado algo que ya no recuerdo, noté que si mi cabeza se inclinaba a la
derecha era claramente un sí y al revés, si iba hacia la izquierda significaba
una negativa. Resultó muy emocionante, aún era niña y con cualquier
descubrimiento me embargaba la emoción. No sé cuánto tiempo tardé en conseguir
que en mi mente se formasen palabras, mucho, para que te voy a mentir pero lo
conseguí, y a las palabras le siguieron frases y nunca más me volví a sentir
sola, siempre había un alma con la que conversar. No obstante, te he de confesar
que en un principio me asaltaban las dudas sobre si me estaría volviendo loca.
Además, a veces me decían una cosa y resultaba ser otra, en esas ocasiones me
enfadaba muchísimo, por mi educación supongo, mi reacción airada era lo que
siempre había visto hacer cuando las cosas no salían como uno quiere. Entonces,
se hacía un silencio muy grande y durante días no había forma de volver a
ponerme en contacto. Tras uno de esos arrebatos y la consiguiente espera, una
flor me dijo aquella tarde que la responsable era yo, que mi mente traducía lo
que ellas me transmitían poniendo las palabras que a mí me parecía mejor y eso
daba lugar a los malentendidos. Traté a partir de entonces de ser lo más neutra
posible cuando usaba mi mente para escuchar y eso fue algo decisivo para
aprender a comunicarme de esa forma.
No sé bien por qué te estoy hablando de todo esto, me he ido
del asunto en cuestión, la puerta a tus espaldas y tu expresión. El caso es que
sé bien por lo que estás pasando, a veces puedo leer la mente. Bueno, no pongas
esa cara, tampoco te creas que es tan raro. He de decirte además que yo también
sufrí por amor, y mucho, sobre unos escalones similares a esos en los que tú
estabas sentado hace unos instantes, yo me quería morir.
Me acuerdo ahora del enorme salón, había asistido con mi
familia a una celebración de esas que marcan una época y al lado de una pequeña
mesa ovalada y adornada por un bello jarrón con margaritas, estaba él. Lo
cierto es que lo que yo observaba eran esas flores que siempre me han llamado
la atención, seguramente porque me llamo así, Margarita, lo único bello que mi
familia me proporcionó. Pero mi insistencia en mirar hacia ese punto concreto
de la sala despertó su curiosidad según me contó después. Pensaba que me había
fijado en él y que mientras observaba el jarrón solo trataba de mirarle de
reojo jajajajajaja como nos reímos cuando le conté la verdad. Descubrí en ese
momento que era diferente a todo lo que conocía pues no se sintió perturbado
por la mala interpretación, se rio, y su risa tenía el sonido del agua de la
cascada que yo a menudo escuchaba en mi jardín, creo que en ese mismo instante
me enamoré.
Yo no sabía nada del amor, mi familia no me había hablado
sobre ello y aunque alguna vez había escuchado al servicio murmurar sobre
enamoramientos tenía prohibido conversar con los sirvientes y en cuanto se
percataban de mi presencia se alejaban volando por lo que mi ignorancia en esos
temas era enorme. Lo que sentí el día en que le conocí se parecía en algo a lo
que había escuchado, escondida, de boca de esas personas que me servían
guardándome las distancias. Supe entonces lo que era desear que el tiempo se
detuviese mientras le escuchaba hablar, como si todo lo que me importase en la
vida lo tuviese delante. El corazón se me aceleraba en ocasiones, cuando se
refería a temas como la amistad, el amor… ese día hice el descubrimiento de mi
vida, había un mundo increíble tras la puertas de mi casa que hasta ese momento
desconocía. Una de las primeras cosas que me contó Ángel, así se llamaba, es
que le parecía extraño que a mis dieciséis años me mantuviesen oculta en la
mansión, como única mujer casadera de la familia el hecho de que aún no se
hubiese concertado mi matrimonio era poco común. Me dijo que muchos pensaban
que seguramente era muy fea o de muy mal carácter, por eso mi familia no se
atrevía a mostrarme públicamente. Como nos reímos tras esa confesión, creo que
ese tarde me reí más que en todos los años transcurridos hasta ese día.
Nos hicimos inseparables, yo seguía sin poder salir de casa
pero Ángel me visitaba casi a diario. Mis padres no decían nada, ni lo
aprobaban, ni lo condenaban, y en ese vacío de su duda yo pude al fin saber lo
que era la felicidad plena. Descubrí el primer beso, y el segundo, y el
tercero… con mucha precaución y tratando de no ser muy explícitos en nuestras
muestras de cariño cara al exterior, vivimos una gran historia de amor. No me
voy a alargar con los detalles, sé que la tuya también ha sido una magnífica
historia de amor aunque por desgracia truncada, como la mía. Yo también amaba
con todo mi corazón, y como te sucedió a ti, él partió a ese lugar del que nada
sabemos y ni siquiera me permitieron ir a su entierro pues consideraron que
estaba demasiado afectada.
Se fueron todos a despedir a mi amado, menos yo. Partieron
casi de noche, los actos comenzaban a primera hora de la mañana e iban a dormir
a una propiedad cercana al domicilio del que había sido mi amor. Ya hacía un
buen rato que había oscurecido cuando salí por la puerta de atrás de la casa,
descalza, me senté en los fríos escalones y el tiempo al igual que yo se
congeló. Me quedé mirando a lo lejos un cielo parcialmente iluminado por la
luna como último acto de mi vida. Había decidido dejarme morir, estaba
convencida de que podía hacerlo y durante horas estuve así, inmóvil y con la
vista clavada en el cielo, esperando a que el amanecer rematase la exigua
energía que aún pudiese permanecer en mí.
*
No me morí como puedes ver, creo que en algún momento perdí
la consciencia pero los primeros rayos de sol me hicieron abrir los ojos y
contemplé con extrañeza que aún estaba unida a mi cuerpo, no me había ido a
ninguna parte. No obstante me encontraba bastante mal, temblando, posiblemente
con fiebre y sin apenas fuerzas para levantarme. No sé cómo lo hice pero me
adentré en la casa, subí por las escaleras de servicio que finalizaban casi en
la puerta de mi habitación y me desplomé sobre la cama. Cerré los ojos sabiendo
que la muerte y la vida hacían tablas en ese momento y sin importarme demasiado
como sería el desempate, me abandoné a la inconsciencia pero esta vez arropada
por la gruesa colcha que me protegía hasta de mí misma.
La sed me hizo despertar al caer la tarde y como tenía una
jarra de agua sobre mi mesita y un vaso, sacié mi sed hasta no dejar ni una
gota. Volví a despertar en la noche, milagrosamente me encontraba algo
recuperada así que bajé a la cocina a comer algo y de nuevo volví a mi habitación
a acostarme.
Cuando desperté de nuevo era mediodía, otra vez me obligué a
comer algo y a continuación subí a cambiarme de ropa. Necesitaba ponerme algo
cómodo, además de una maleta en la que pudiese llevar todo lo necesario para
estar fuera un tiempo, había decidido escaparme de casa aprovechando que mi
familia aún no había vuelto.
Si la vida se empeñaba en no abandonarme, me encargaría de
que al menos mereciese la pena vivir, solo sabía lo que Ángel me había contado
de esos pueblos desconocidos que había en las cercanías, pero al menos era
algo.
Y así inicié una nueva vida, cada vez más lejos de mi casa.
Nunca supe si me buscaron. Al principio tomaba todo tipo de precauciones pero
con el tiempo, convertida ya en mujer adulta, el asunto dejó de preocuparme.
Viajé mucho y viví muchas experiencias que por fortuna me salieron bien.
Aprendí a presentarme como una joven viuda que trabajaba de maestra en los
pueblos en los que se requerían mis servicios, mis conocimientos sobre
matemáticas, física, astronomía, literatura, filosofía… eran mi mejor carta de
presentación. No me quedaba nunca más de 6 meses en ninguna escuela, aun así
llegaba a conocer bien a los niños y a sus padres, esas supuestas ovejas que
eran como yo, seres de carne y hueso en lugar de soberbios manipuladores.
Trascurrido ese tiempo ponía alguna excusa y me iba, no quería echar raíces ni
apegarme demasiado a nada. Normalmente las clases conllevaban el alojamiento
durante mi estancia, además de una pequeña asignación que me servía para comer
y vestirme adecuadamente, así como afrontar otros gastos.
Hice esta vida por más de 10 años hasta que conocí a Fernando
y algo me hizo click por dentro. Me marche a los seis meses como era mi
costumbre pero un trocito de mi corazón se quedó en aquel lugar. Como profesora
de su hija, Laia, tuve ocasión de conocerle y en seguida surgió cierta
complicidad que él achacaba a la viudedad compartida pero en mi interior yo
sabía que él era la clase de persona por la que renunciaría a mi estilo de
vida, razón por la cual me fui casi sin despedirme. Me dolió bastante separarme
también de Laia a la que había cogido mucho cariño, pero tenía miedo a hacer
cambios que pudiesen acabar con todo lo que había conseguido y decidí no mirar
atrás.
Me había convertido en una persona feliz con mi trabajo,
errante eso sí, pero para mí era más una ventaja que un inconveniente. Conocí a
hombres que parecían emborracharse con mi presencia, que decían verme tan
bella, tan delicada, tan culta… y que muy a su pesar, tras deshacerse los pobres
en tantos elogios, acababan por aceptar que nada me conmovía. No me había
vuelto insensible, lo cierto es que tenía tantas cosas que ver y tanto que
descubrir que el amor de un hombre entonces me parecía insignificante, solo
Fernando asomaba de cuando en cuando por mi cabeza. A veces me venía su
recuerdo sin más y en una de esas ocasiones, se me ocurrió hablarle mentalmente
como lo hacía de niña y adolescente. Estaba comprobado que aunque me resultaba
fácil comunicarme así prácticamente con todo lo que me rodeaba, con las
personas era distinto. Si me contestaban, su respuesta venía de algún lugar tan
recóndito que ni siquiera eran conscientes de lo que acababa de suceder. A
pesar de todo lo hice, hablé con Fernando desde la distancia y mantuve con él largas
conversaciones, a sabiendas de que era poco probable que las recordase
conscientemente.
Y ocurrió que con el tiempo, ese tener a Fernando presente y
a la vez tan lejos me empezó a pasar factura, mi felicidad empezó a
resquebrajarse pues la nostalgia empezó a invadir mi vida cada vez con más
frecuencia, a pesar de que intentaba huir de ella con todas mis fuerzas. En esa
tesitura me debatía cuando supe que en su pueblo se necesitaba un maestro/a. El
corazón me dio un vuelco en el pecho y no lo dudé, sin esperar a que
finalizasen los seis meses acordados, me excusé por acabar mi labor antes de
tiempo alegando motivos familiares de peso y regresé a esa vida que no había
podido olvidar al lado de Fernando y Laia.
Nos fue bien, nos casamos y Laia estaba tan contenta que era
un chorretón de alegría y buen humor constante en nuestro hogar. Pero he de
señalar no obstante, que cuando llegué me encontré a Fernando muy distante,
llevo su tiempo que volviésemos a retomar nuestra relación dónde la habíamos
dejado. En cierta ocasión me comentó que había estado a punto de casarse pero
por un impulso carente de toda explicación lógica, cortó la relación. Tratando
de indagar más sobre el tema le interrogué lo más sutilmente que pude y al
final me acabo confesando que en ocasiones veía mi rostro y hasta podía
escuchar mi voz, por eso creía que nunca me había podido olvidar. Me sentía
feliz pero a la vez un tanto apurada, consciente de haber mantenido esa llama
encendida a sus espaldas. Pensé que en algún momento se lo tendría que decir,
cuando fuese el momento perfecto, algo que nunca sucedió.
Me he convertido en una anciana de las que caminan algo
encorvadas y con las caderas lo suficientemente gastadas para tener cuidado con
mis pobres huesos que ya dan los síntomas propios de la edad como puedes
apreciar, ochenta y seis primaveras, tengo 3 nietos y en general apenas sufro
dolores, salvo cuando cambia el tiempo. Solo he de lamentar la pérdida de
Fernando que se fue el verano pasado, aunque a decir verdad las décadas que compartimos
han llenado por completo mi vida. No comencé con buen pie pero de alguna forma
la pude enderezar.
Y al fin la expresión de tu rostro ha cambiado, menos mal.
Así que si te parece bien acompáñame a mi casa, nos prepararemos un té caliente
que este frío me está calando hasta los huesos. Y me podrás contar que es lo
que se te ocurre que puedes hacer con el resto de tu vida, después de tanto
hablar sobre mí te escucharé encantada.
(Relatos pertenecientes a la propuesta de Variétés:
Es toda una vida contando con esa delicadeza que nos tiene acostumbrada Ana, me ha gustado leerte, ver como el amor lo cambia todo , a pesar de que en su niñez no fue feliz , supo guiarse por su corazón y al final este triunfo.
ResponderEliminarBesote, con todo cariño.
Siento haber tardado tanto en responder, muchas gracias por tus palabras.
EliminarTe mando un gran beso!!
Un relato que abarca toda una vida. La niña solitaria y que no acepta a su familia, deviene en joven que habla sin palabras. Por miedo a atarse deja a quien luego reencuentra y con quien es feliz.
ResponderEliminarEsa anciana de hoy tendrá que escuchar a quien seguramente ha tenido una vida solitaria, como ella durante décadas. Un abrazo
La vida puede ser tan compleja y sin embargo siempre salimos adelante, es la cara y la cruz con la que tenemos que lidiar, con suerte sin tantos pesares como la protagonista.
EliminarDisculpa la tardanza, te mando un gran abrazo!!
Un relato valiente que abarca más que una vida, diría que que una saga perpetuada en el tiempo.
ResponderEliminarMuy interesante y delicada tu forma de escribir.
Un abrazo
Te agradezco el cumplido, y salió una protagonista muy valiente sí, supongo que a la de malas no queda otra que sacar la heroicidad de donde sea.
EliminarUn fuerte abrazo!!