(Autor: ©Chema)
Siempre me han gustado las metáforas visuales. Cuando era
jovencillo y me gustaba alguna chica, me preguntaba si ella podía sentir algo
parecido por mí. Y descubrir la respuesta lo visualizaba como abrir una caja:
dentro de ella podía haber algún objeto más o menos valioso, o no haber nada.
Esto me lleva a pensar en un problema que nos propuso el
profesor de la asignatura de estadística de 3º de carrera -precisamente la
misma época en la que tenía esos enamoramientos tan ingenuos-.
Imaginemos un concurso de televisión en el que se le
presentan al concursante tres puertas cerradas. Detrás de una de ellas hay un
coche, y habrá que acertar cuál es. El concursante elige una de ellas, pongamos
que la central para poder visualizarlo más fácilmente. Entonces, el presentador
abre otra de las puertas, pongamos que la derecha, tras la cual no hay nada.
El concursante tiene la oportunidad de elegir de nuevo. ¿Qué
puerta deberá elegir, la central o la izquierda? ¿Con cuál tiene mayor
probabilidad de acertar? La intuición nos dice que con cualquiera de las dos,
pero las matemáticas nos dicen que la mejor estrategia será cambiar de elección
y decidirse por la otra, la izquierda.
Esto se entiende mejor con un número mayor de puertas,
digamos que diez. Tú eliges una puerta, y el presentador te abre todas menos la
que has pedido y otra. Tienes la oportunidad de elegir de nuevo. Elegir la
misma que has dicho antes es suponer que has acertado a la primera. ¿De verdad
crees que has tenido tanta puntería como para acertar la puerta correcta entre
diez posibles? Parece más razonable creer que la primera vez has fallado, y que
el coche estará tras la otra puerta que aún está cerrada.
A menudo ocurre que tenemos una lucha interior entre el
cerebro y el corazón. Incluso, dentro del mismo cerebro, existe una dualidad
entre el hemisferio izquierdo -más racional y lógico- y el hemisferio derecho
-más intuitivo y visual-.
A veces en la vida nos encontramos puertas cerradas, y nos
preguntamos cuál debemos abrir. La elección correcta no siempre será la puerta
más amplia o bonita... o quizá sí. Sólo lo sabremos abriéndola. Y como no
estamos en un concurso de la tele, siempre podremos desandar el camino y abrir
otra puerta...
En cuanto al tema del amor y las cajitas que me imaginaba
cuando era veinteañero, pues se pueden abrir, o bien intuir mediante diversas
señales si hay algo dentro o no. A día de hoy aún no he encontrado una
estrategia infalible, pero siempre se puede agitar la caja cerca del oído, a
ver si suena algo o no.
*
Durante mucho tiempo había tenido en mi mente una metáfora
visual sobre el amor. Cuando me preguntaba si lo que yo sentía por una chica
determinada podía ser recíproco, me imaginaba una caja cerrada cuyo contenido
no se podía ver. En su interior podía haber desde un diamante hasta un lápiz...
Oye, ahora que lo pienso, el diamante y la mina de lápiz tienen la misma
composición –carbono puro–, pero diferente estructura atómica.
Pero volviendo al tema de los sentimientos correspondidos o
no, esa caja simbólica se acabaría abriendo con el tiempo y mostrado su
contenido, no había que precipitarse. En el nuevo curso había hecho amistad con
una chica de nombre muy matemático, Áurea. El primer día nos sentamos juntos en
clase y empezamos a hablar. Las mejores cosas en la vida surgen de manera
aleatoria, o random como dicen los youtubers.
Un día, Áurea me propuso que estudiáramos juntos en su casa.
Ella vivía en Carabanchel, cerca del río Manzanares, y sus padres estaban de
viaje. Habíamos empezado a dar la distribución normal –lo que viene siendo la
campana de Gauss– en la asignatura de estadística. Como sabéis quienes hayáis
tenido que estudiar estos temas, la fórmula es:
f(x) = e -(x-µ)2/2σ2 /σ√2π
–¡Menos mal que no tenemos que aprendernos la fórmula de la
distribución normal y nos dejan usar tablas! –comenté.
–Ya... aunque la fórmula, bonita sí que es. Aparecen tanto el
número pi (π) como el número e. –respondió ella–.
–Pi es más conocido por la gente en general, pero en
matemáticas y física avanzadas, el número e es igual de importante. ¿Tú de
quién eres más, Áurea? Bueno, pensándolo bien, a ti te gustará el número áureo,
jajaja.
–¡Qué chisposo estás hoy! Pues tanto a π como a e les tengo
un aprecio especial. Tanto, que me los voy a tatuar, fíjate tú.
Entonces Áurea sacó de un cajón una pluma antigua, una pluma
de ave, de las que antes se usaban para escribir. Introdujo la punta en un
tintero y se levantó un poco su falda.
–Esta pluma la heredé de mi abuelo –me explicó mientras
escribía con ella los símbolos π y e en su muslo–. Hala, ya está, dejo que se
seque y ya se me borrará cuando me duche un par de veces.
–¡Vaya! Al leer las dos letras juntas, pi-e, suena como “pie”
–dije yo–. Oye, hablando de lo cual... Cuando hayamos acabado de estudiar, ¿nos
descalzamos y nos hacemos cosquillas en los pies un rato?
–¿De verdad quieres eso? Te advierto que para las cosquillas
tengo la pluma de mi abuelo... ¡y sé bien cómo usarla! –añadió en tono
travieso.
Estuvimos un buen rato estudiando, en un silencio tan sólo
interrumpido para preguntarnos alguna duda rápida uno al otro. Al final nos
salían todos los problemas de distribución normal a la perfección, así que ese
tiempo de estudio había sido fructífero.
–Bueno, pues ya sabes lo que toca ahora –dijo ella mientras
se quitaba despacio las botas y los calcetines–. ¡Empieza tú si quieres, te doy
ventaja!
Desde luego, Áurea aguantaba las cosquillas en las plantas
bastante mejor que yo, o tal vez su técnica de hacer cosquillas era más
depurada que la mía. Llegó el anochecer, y estábamos exhaustos pero muy
contentos.
–Había un chiste sobre una fiesta de funciones matemáticas
–recordé–, y una de ellas, la función e x (e elevado a x), estaba sola en un
rincón. Alguien le preguntó “¿qué haces, que no te integras?”, y respondió
“¿para qué, si me va a dar lo mismo?”. Pues eso a nosotros no nos ha pasado,
¡nos hemos integrado a base de bien!
–¡Qué bobo eres, pero qué bobo! –respondió Áurea riendo–.
Anda, vamos a darnos una ducha, que estamos sudando.
(Relatos pertenecientes a la propuesta de Variétés:
En tu mente tan bien equipada hay siempre ese entusiasmo de niño grande y sobre todo de buena persona.
ResponderEliminarTodo lo que nos has contado tiene su lógico y su porqué.
Gracias por darnos ese punto visual ta especial, que siempre tienes en tus entradas y convocatorias . Un besazo Chema.
Nunca que te leo me defraudas, tienes una gran habilidad para que las matemáticas sean el perejil de todas tus salsas y te admiro por ello, nunca me gustaron las mates y a ti y tus historias siempre disfruto leyéndolas.
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