ÉRASE UNA VEZ QUE SE ERA...
que la palabra dejó de ser tinta
para ser revoloteo
en la yema de los dedos...

Y las letras fueron hiedras;
frondosas lianas tocando el cielo.
Fueron primavera floreciendo;

... y apareciste tú...
tú,
que ahora nos lees...

Y se enredaron nuestros verbos,
nuestros puntos y comas,
se engarzaron nuestras manos
cincelando sentires y cantos.

Entre líneas surcamos
corazón al mando; timón
de este barco...

©Ginebra Blonde

Participantes y textos de la convocatoria de octubre: "Mosaico"

Campirela/ Nuria de Espinosa/ Auroratris/ Gustab/
Susana/ María/ Marifelita/ Dulce/ Chema/ Lady_P/
Tracy/ Dafne SinedieGinebra Blonde.  

miércoles, 31 de mayo de 2023

Dalia

 

(Autora: ©Marifelita)

(Ilustración- Jana Brike)

La conocí una primavera de hace ya no sé cuántos años. Mis padres se quedaron sin trabajo en la ciudad, y regresamos a la casa de mis abuelos para quedarnos a vivir en el pueblo. Ella vivía en la finca contigua a la nuestra. En alguna ocasión, cuando mi abuela me mandaba salir al prado a pasear a su pequeño rebaño de ovejas, la espiaba en la distancia. Ella, estirada semidesnuda en medio del prado y rodeada de infinidad de coloridas y variadas flores, cantaba y silbaba melodías desconocidas para mí. Durante la semana y hasta nuestro siguiente encuentro era incapaz de quitármelas de la cabeza. Durante nuestra infancia nunca me atreví a intercambiar ni una palabra con ella.


Los años fueron pasando y al ir creciendo, fueron mis hermanos más pequeños los que se encargaron de sacar a los rebaños. Para mi disgusto, ya que yo fui el elegido para acompañar a mi padre en su taller de carpintería y aprender el oficio familiar. Fue entonces cuando le perdí la pista durante meses.
 
Una mañana me acerqué al mercado dominical y fue cuando la redescubrí, más hermosa que nunca, en una pequeña parada de flores. Impulsivamente y sin pensarlo ni un segundo, me acerqué con la excusa de comprar un ramo para mi madre. Y antes de despedirme, hoy aun no sé cómo, me atreví a pedirle que saliéramos juntos alguna tarde a merendar o al cine, y para mi sorpresa, con su sonrisa dulce y sus mejillas sonrosadas y pecosas aceptó mi invitación.
 
Desde aquel día fuimos inseparables. Su aspecto frágil y delicado fue lo primero que me atrajo de ella. Con los meses descubrí que también su salud y carácter lo eran, siendo sus mayores debilidades.
 
Y como si presintiera que en cualquier momento su delicada salud le pudiera dar una sorpresa, aprovechaba cada minuto como si fuera el último, y así aprendí de ella a vivir la vida intensamente, sin dejar nada para mañana. Era toda una soñadora y una romántica, entre risas y carcajadas me explicaba cómo sería nuestro futuro, como el que habla con la certeza de que aquello no puede ocurrir de otra forma. Imaginábamos como sería nuestra vida juntos: en que casa viviríamos al casarnos; cuantos hijos tendríamos; como se llamarían y que carácter tendría cada uno; a que se dedicarían cuando fueran mayores; a que países viajaríamos e infinidad de cosas más que mi memoria no logra recordar ahora.
 
Pero no me dio tiempo de descubrir si todas aquellas predicciones se harían realidad. Una mañana de domingo salió de nuestra recién estrenada casa, a recoger un ramo de flores a un prado cercano. Al principio no me preocupé, porque ella siempre se entretenía mucho al salir a pasear al campo, se encantaba con sus flores, los pajarillos, las mariposas, cualquier criatura viviente la fascinaba. Pero al pasar las horas y no regresar fui en su busca. La encontré estirada entre las flores, como la primera vez que la vi, parecía dormir relajadamente, perdida en alguno de sus sueños, pero mi dulce Dalia nunca despertó.



Vendí la casa y me marché a la ciudad, ya que no podía soportar vivir frente a aquellos campos rebosantes de flores que tanto me recordaban a ella, al día que la conocí y también al que se marchó. Pero cada año tal día como hoy, sin falta acudo a aquel prado donde la vi por primera vez siendo niños, y donde sin saberlo quedé encadenado a ella para siempre. Allí, sobre la pequeña roca donde me sentaba a descansar mientras vigilaba el rebaño, y pensaba secretamente en ella, dejo un ramo de dalias en recuerdo de aquellos años que vivimos juntos y que fueron para mí, y espero que para ella también, los más felices de mi vida.


 

(Relato perteneciente a la propuesta de Variétés: "Floreciendo")

2 comentarios:

  1. Qué relato precioso y triste...una historia de amor maravillosa entre las flores que también trajeron la tristeza...
    Precioso.
    Un saludo.

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  2. Nos has dejado bien repensando que la vida puede pasar en un pis pas, que hay que disfrutar de las personas cada momento nunca se sabe lo que nos depara el destino. Un precioso relato de amor sincero . Un beso y gracias por tan bonito mensaje.

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Gracias por tu visita y tu compañía... ©Gin

Gracias por tu visita y tu compañía... ©Gin