(Autora: ©Marifelita)
SOLEDAD
Quiso la mala fortuna que, a los pocos meses de jubilarse, se
quedara viuda. Con la de planes que habían hecho durante toda la vida, y
cometieron el error de dejarlos para el final. Sus tres hijos vivían en la
ciudad, donde estaban sus trabajos y sus vidas y los domingos le traían a sus
nietos de visita para comer su deliciosa paella. Con el tiempo fueron
alternándose los fines de semana, ya no venían todos juntos, tan ajetreados
iban que a veces se dejaba caer por allí uno de ellos en todo el mes. Todo volvió
de nuevo la rutina, y no le parecía mal, eran jóvenes y tenían los fines de
semana para disfrutar.
Pero ella aún tenía la necesidad de encargarse y ocuparse de
alguien, y ahora que no tenía ni a su madre, ni a su marido y sus hijos ya no
la necesitaban, ¿a quién cuidaría ahora? Una conocida le comentó que
necesitaban voluntarios para vigilar una colonia de gatos a las afueras del
pueblo, y no dudó ni un momento en colaborar. Cuidar de aquellos gatos se
convirtió en su prioridad desde el primer momento. Sin darse cuenta dejó de
gastar el dinero de su modesta pensión en cosas innecesarias como ropa y otros
caprichos, su gasto principal era la alimentación y los cuidados de aquellos
pobres gatos.
Sin hacer caso de los consejos de sus hijos y sus vecinos del
pueblo, fue aficionándose a llevarse a alguno de los gatos de la colonia a su
casa, desobedeciendo la principal norma de todo cuidador. Ella pensaba que
siendo invierno estarían mejor en su casa. Tampoco parecía que a nadie les
importara esos gatos. Y así fue recogiendo poco a poco un gato cada mes. Ya
estaban esterilizados en la colonia, así que solo tenía que preocuparse de
darles de comer y llevarlos al veterinario si alguno se ponía enfermo. Como
tenía un carnet especial de voluntaria nadie le haría preguntas.
Los primeros meses los tenía alojados en el garaje, vacío
desde que murió su marido, así que allí tenía espacio de sobra para ellos. Les
iría entregando a sus hijos las cajas con todas sus cosas que allí aún les
guardaba. Así nadie entraría allí para nada, ni tendría que oír su opinión
sobre el tema, estaba convencida que ninguno de ellos lo entendería.
En unos meses el garaje se le fue quedando pequeño y habilitó
una de las habitaciones de su casa, tan grande y ahora vacía, para poner allí a
los más pequeños, que necesitaba tenerlos más controlados y vigilados,
necesitaban más cuidados pobrecitos. Ahora sus hijos y nietos ya no venían a su
casa, ella prefería ir de visita a la ciudad y así tenía la excusa perfecta
para volver pronto al pueblo, siempre les decía que tenía que cuidar de un par
de gatos recogidos temporalmente en casa.
Una mañana, la que era conocida ya en el pueblo como la loca
de los gatos, fue encontrada en el suelo de su garaje. Sus adorados gatos
estaban junto a ella, lamiéndola cariñosamente, jugando y dándole mordisquitos
como solían hacer cada mañana. Pero ese día ella ya no pudo estar más por
ellos. ¿Qué mejor manera de despedirse de todo, que rodeada de aquellos que te
quieren y te necesitan?
*
LA BUGAMBILIA
Tenía una pequeña floristería en el barrio, con una
bugambilia impresionante que ocupaba toda la fachada. Entre sus llamativas
flores cada vez costaba más distinguir su pequeño escaparate y el cartel que
daba nombre a su negocio, “Floristería Aurora”. Era un negocio familiar
heredado de su abuela.
Siendo ella una niña, su abuela le regaló una pequeña maceta
con una diminuta planta de vistosas flores color violeta. Como condición le
puso venir ella a cuidar de la planta a su tienda. Así que al salir del colegio
iba a la floristería para cuidarla además de empaparse de toda la sabiduría que
su abuela le transmitía. Con los años la planta creció tanto que la trasladaron
al exterior y siguió creciendo año tras año trepando por toda la fachada. Al
jubilarse la abuela le dio el relevo a la nieta, muy orgullosa.
Daba gusto verla trabajar tan concentrada a través del
escaparate. Los clientes al entrar siempre la interrumpían en sus largas
conversaciones con sus plantas. Les hablaba e incluso cantaba. Le explicaba a
cada una lo que les hacía falta para estar guapas y fuertes, mientras las
trasplantaba de una maceta a otra más grande; las cambiaba de lugar si pensaba
que la luz no era suficiente o bien era excesiva; o si la corriente de aire que
entraba por la puerta no les era recomendable. Les daba sus vitaminas, las
podaba y les leía artículos que trataban sobre ellas y sus cuidados.
Sentía cierta pena cuando un cliente se encaprichaba de una
de ellas. Mientras la envolvía cuidadosamente en un papel decorado y añadía un
vistoso lazo, le contaba con detalle los cuidados que precisaba. Como una madre
que deja a su hijo con la niñera y antes de marcharse le da todas las
instrucciones.
Una mañana, la florista no se presentó en la tienda, tuvo un
pequeño accidente que la mantuvo alejada una larga temporada del negocio. En su
lugar envió a su hermana para que se hiciera cargo. La bugambilia de la fachada
empezó a marchitarse esa misma semana, sin que nadie pudiera hacer nada por
evitarlo. Dicen por el barrio que no pudo aguantar tanto tiempo sin los
cuidados de su dueña, sin oír su voz ni sentir su tacto y finalmente se
marchitó de pura tristeza.
(Relatos pertenecientes a la propuesta de Variétés: "Humana-Mente")
Qué bonitos ambos relatos! me han encantado!
ResponderEliminarUn beso!
Cada uno de ellos nos deja una bonita enseñanza , la soledad que la evade con sus gatos y esas flores que cuando ella no esta mueren de tristeza. Precios ambos . Un besote.
ResponderEliminarAmbos son muy buenos. La soledad de la viuda convirtió la casa y garaje en hogar de gatos sin dueño...muy inquietante, porque habrá de decir stop un día
ResponderEliminarPor las buganvillas, esa flor o arbusto que tanto engalana. Un abrazo, amigaan