ÉRASE UNA VEZ QUE SE ERA...
que la palabra dejó de ser tinta
para ser revoloteo
en la yema de los dedos...

Y las letras fueron hiedras;
frondosas lianas tocando el cielo.
Fueron primavera floreciendo;

... y apareciste tú...
tú,
que ahora nos lees...

Y se enredaron nuestros verbos,
nuestros puntos y comas,
se engarzaron nuestras manos
cincelando sentires y cantos.

Entre líneas surcamos
corazón al mando; timón
de este barco...

©Ginebra Blonde

martes, 31 de enero de 2023

La caja de música


(Autora: ©Marifelita)

La abuela nació un día de Reyes. Fue un bebé muy esperado y la primera hija de una buena prole. En su habitación colocaron como regalo de bienvenida una pequeña caja de música. Era de latón y formas sencillas, con vivos colores y la clásica melodía “Para Elisa”. Su madre la abría cuando ella estaba nerviosa y le costaba conciliar el sueño.
 
A medida que fue creciendo, ella misma la hacía sonar un poquito cada día, hasta que empezaron a interesarse por ella sus hermanos. Viendo peligrar su valioso tesoro, buscó un escondite donde nadie la encontrara. Escuchar esa melodía a solas le daba paz.
 
Luego vinieron la guerra y los años de postguerra y ya todo cambió. Cada uno de los hermanos formó su propia familia y con la vida de adultos sobrevinieron todas las complicaciones y preocupaciones propias de esa etapa. Pero oírla sonar la transportaba a los tiempos en los que compartía casa con sus padres y sus hermanos, que recordaba como los más felices, aunque fueran también épocas difíciles. La despreocupación infantil y la ilusión por las cosas se fueron perdiendo por el camino, pero no su cajita de música.
 
Cada mañana, cuando se levantaba y preparaba a sus hijos para la escuela y antes de irse a trabajar, cogía la pequeña manivela que ya casi se le escapaba de sus dedos de adulta. La hacía sonar, aunque solo fueran un par de minutos para oír su tierna melodía que la acompañaría durante el día. Por las noches, al meter a sus niños en la cama, la hacía sonar de nuevo. Ese ritual lo mantuvo durante años, hasta que sus cinco hijos ya no tenían edad para esas sensiblerías.
 
Al hacerse mayores los niños se fueron marchando de casa, con sus recién creadas familias y ya no tenía con quien compartir su vieja cajita de música. Solo con alguno de sus nietos cuando venían de visita los domingos, aunque eran otras generaciones, ya no apreciaban la magia que desprendía este viejo artilugio.
 
Ella contaba que solo recordaba que se hubiera estropeado en dos ocasiones; el día que murió su madre y a los pocos días de saber que el abuelo estaba enfermo de un cáncer que se lo llevó pocos días después. En las dos ocasiones, uno de mis tíos la llevó a reparar ya que decía que no podía vivir sin la música de esa cajita.
 
En su último cumpleaños, el pasado día de Reyes, después de soplar las velas y recibir infinidad de regalos de sus hijos y nietos, la abuela se retiró a descansar al sillón del comedor y echó una cabezadita de la que ya no despertó. Su cajita de música reposaba en la cómoda de su habitación, y curiosamente unas horas antes la abuela se había quejado de que llevaba un par de días sin funcionar.
 

(Relato perteneciente a la propuesta de Variétés: “Juguetes”)

3 comentarios:

  1. Emotividad, ternura y un pensamiento que parece tener el presentimiento de que algo se acaba, un juguete, una vida.

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  2. Muy tierna la historia, ya la vi en su blog y me encantó.

    Un abrazo a ambas

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  3. La magia de esa caja de música que la acompañó durante toda su vida y que parecía que la avisaba cuando iba a ocurrir una desgracia al dejar de funcionar ¿Quien sabe si la preparó para su muerte dejando de funcionar?

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Gracias por tu visita y tu compañía... ©Gin

Gracias por tu visita y tu compañía... ©Gin