(Autora: ©Marifelita)
La abuela nació un día de Reyes. Fue un bebé muy esperado y
la primera hija de una buena prole. En su habitación colocaron como regalo de
bienvenida una pequeña caja de música. Era de latón y formas sencillas, con
vivos colores y la clásica melodía “Para Elisa”. Su madre la abría cuando ella
estaba nerviosa y le costaba conciliar el sueño.
A medida que fue creciendo, ella misma la hacía sonar un
poquito cada día, hasta que empezaron a interesarse por ella sus hermanos.
Viendo peligrar su valioso tesoro, buscó un escondite donde nadie la
encontrara. Escuchar esa melodía a solas le daba paz.
Luego vinieron la guerra y los años de postguerra y ya todo
cambió. Cada uno de los hermanos formó su propia familia y con la vida de
adultos sobrevinieron todas las complicaciones y preocupaciones propias de esa
etapa. Pero oírla sonar la transportaba a los tiempos en los que compartía casa
con sus padres y sus hermanos, que recordaba como los más felices, aunque
fueran también épocas difíciles. La despreocupación infantil y la ilusión por
las cosas se fueron perdiendo por el camino, pero no su cajita de música.
Cada mañana, cuando se levantaba y preparaba a sus hijos para
la escuela y antes de irse a trabajar, cogía la pequeña manivela que ya casi se
le escapaba de sus dedos de adulta. La hacía sonar, aunque solo fueran un par
de minutos para oír su tierna melodía que la acompañaría durante el día. Por
las noches, al meter a sus niños en la cama, la hacía sonar de nuevo. Ese
ritual lo mantuvo durante años, hasta que sus cinco hijos ya no tenían edad
para esas sensiblerías.
Al hacerse mayores los niños se fueron marchando de casa, con
sus recién creadas familias y ya no tenía con quien compartir su vieja cajita
de música. Solo con alguno de sus nietos cuando venían de visita los domingos,
aunque eran otras generaciones, ya no apreciaban la magia que desprendía este
viejo artilugio.
Ella contaba que solo recordaba que se hubiera estropeado en
dos ocasiones; el día que murió su madre y a los pocos días de saber que el
abuelo estaba enfermo de un cáncer que se lo llevó pocos días después. En las
dos ocasiones, uno de mis tíos la llevó a reparar ya que decía que no podía
vivir sin la música de esa cajita.
En su último cumpleaños, el pasado día de Reyes, después de
soplar las velas y recibir infinidad de regalos de sus hijos y nietos, la
abuela se retiró a descansar al sillón del comedor y echó una cabezadita de la
que ya no despertó. Su cajita de música reposaba en la cómoda de su habitación,
y curiosamente unas horas antes la abuela se había quejado de que llevaba un
par de días sin funcionar.
(Relato perteneciente a la propuesta de Variétés: “Juguetes”)
Emotividad, ternura y un pensamiento que parece tener el presentimiento de que algo se acaba, un juguete, una vida.
ResponderEliminarMuy tierna la historia, ya la vi en su blog y me encantó.
ResponderEliminarUn abrazo a ambas
La magia de esa caja de música que la acompañó durante toda su vida y que parecía que la avisaba cuando iba a ocurrir una desgracia al dejar de funcionar ¿Quien sabe si la preparó para su muerte dejando de funcionar?
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