(Autor: ©RodrigoFúster)
Mi calzado
para la propuesta 👠
No te alejes de tu familia o amigos, ellos son el equilibrio cuando estás
lejos de la cordura. Y el amor, siempre produce desequilibrios en nuestra vida,
pero siempre hay una amiga que te quiere más de lo que dice amarte.
Nos habíamos hecho grandes amigos, y yo venía de un
rompimiento amargo y decidí ir a verla. Su elegante figura y su delgada
estructura, no dejaba de perturbarme. La tomé de la mano y le pedí que me
acompañara lejos, a orillas del mar, cerca de mi elemento. Sin cuestionarme
nada, armó una pequeña maleta y nos largamos.
Al ver el mar, no parábamos de reír con
semejante locura, no cabíamos en nuestras almas, y la ventana del segundo piso,
daba justo al mar. Pedí el cuarto y mientras mirábamos por la ventana, con la
vista perdida, descorché un vino rose, mientras seguíamos el compás de la suave
música, bailábamos y cantábamos perdidos en
nuestro espacio y tiempo, lo acompañamos con sushi que habíamos pedido unos
minutos antes. Conversamos como siempre de nuestras vidas y de viejos amantes,
y aunque siempre habíamos respetado nuestra amistad, hoy sabíamos que podríamos
tomar un camino diferente.
Así nos pilló la noche, y mientras ya sólo se escuchaba el
reventar de las olas, y el silencio de los pensamientos, nos miramos a los ojos
y sin decir nada, ella se encaminó con sus tacos altos de rojo charol en
dirección al baño junto con su bolso de mano, sin antes sacar de la pequeña
maleta, una camisola de raso azul petróleo, que insinuaba un camino distinto de
nuestra larga y casta amistad. En su mano aún llevaba un resto de vino rojo con
el que mojó sus labios antes de entrar.
Su espigada y elegante figura, me apasionaba y nadie como
ella podría lucir esa falda negra a la rodilla, ni la blusa de seda roja que
envolvía su delgada figura. Los tacones rojos hicieron crujir las tablas de la
habitación, el taconeo incesante le hacía más atractiva aún. No la imaginaba
envuelta en esa camisola, pero tampoco dudaba, que nadie como ella la podría
lucir. Al ruido de la manilla del baño, yo la esperaba sentado en el sitial. La
habitación la esperaba a media luz, y el fuego de la chimenea, daba un cálido
acento de sensualidad.
Se abrió la puerta arrastrando la madera. Su elegante figura
y su estampa delicada y espigada, la hacía una fantasmal ilusión. Aún sobre los
tacos, su fina figura lucia como una señora recatada y sensual a la vez. Ya era
elegante, pero esa camisola azul, le hacía ver aún más bella e inalcanzable,
nunca habría imaginado que terminaríamos aquí.
Dejó la copa en el toilette,
se tendió cuan larga era en las sabanas abiertas, y evitando
hablar de chismes y dramas, me miró a los ojos e insinuó que estaba
lista para dejar todo atrás, nuestra larga conversación y descubrir una nueva
magia en nuestra fiel y ahora, agitada amistad.
Ahí estábamos los dos, los que habían roto todos los pactos
de amistad, todas las promesas de eterna
amistad.
La delgada tela de raso, dibujaba su delgada figura, la
delicada forma de sus senos, eran como dos delicados melocotones que esperaban ser devorados por el deseo. Sus
pezones parecían dormidos, pero se alcanzaban a dibujar en la suave tela que
les escondía.
Su vientre respiraba agitado, haciendo bailar los senos como
olas de mar; temblaban humedecidos por la angustia. La mirada era cómplice de
sus pensamientos, sus ojos pestañeaban con intranquilidad, su rostro no dejaba
de insinuarse, mientras sus dedos me invitaban a su lado.
Levanté la mirada, la mire a los ojos y me acerqué a una
distancia que me permitiera seguir gozando de su elegante figura que se
escondía tras el raso de azul. Puse
delicadamente mis dedos en su vientre creando un ligero temblor, hasta que mi
mano empezó a moverse al ritmo de su respiración. Mis manos eran como las olas
del mar acariciando la arena, con la suficiente presión para mover la tela, de
crear la misma sensación que crea la ola en la arena al reventar a orillas del
mar. La tela se deslizaba junto con mis dedos formando una fina y casi
imperceptible caricia sobre su piel. Sus pezones fueron tomando forma bajo los
hilos. Subí arrastrando los dedos hasta alcanzarlos, dibujando círculos a su
alrededor.
La textura era suave.
Al pasar sobre ellos, pude sentir su exquisita dureza, mientras se
escapaban los primeros gemidos y su vientre no dejaba de temblar. El aire salía
de sus labios con dificultad, sus labios no dejaban de mojarse y tiritar. Bajé
mi rostro para tranquilizarlos con un beso, era la primera vez que los uníamos
para sincronizar nuestros corazones. Nuestras lenguas se enredaron en una danza,
mientras se anudaban dentro, repartiendo deseo y pintándolos de color.
Mis dedos nunca se quedaron quietos y bajaron por su vientre
esculpiendo su figura con delicada pasión, hasta que alcanzaron la piel desnuda
de sus piernas y subieron para perderse bajo las costuras del camisón danzando
entre sus piernas y provocando que sus delgados muslos se separaran para seguir
la procesión. Sus manos se enredaban ya en mis pechos, mientras sus dedos se
perdían entre mis vellos blanqueados por el paso de los años, mientras alcanzaba ya la humedad entre sus piernas,
que tensas y firmes, recibían mis manos para bailar sobre el monte de venus,
subiendo y bajando en una eterna caricia, la que esperaba el momento que se
mojara, para que mis dedos se perdieran dentro suaves y excitados por el deseo...
Mis besos fueron mojando su largo e interminable cuello
desnudo, explorando la sinuosidad de sus delgadas formas, hasta perderse entre
sus senos desnudos, los que habían perdido bajo la tela, mientras mi boca
bajaba, para buscarlos por la excitación.
Y así, como la espuma corre sobre las desordenadas arenas,
fueron mis labios buscando su vientre, mientras, mis dedos, hacían lo suyo en
el infierno que ardía entre las costuras, dilatada por mis caricias sobre la
piel desnuda.
Mientras su vientre agitado temblaba entre mis labios, mis
dedos reptaron dentro de sus piernas, para perderse sin dejarla respirar.
Crearon su primer orgasmo, mientras apretaba sus piernas, atrapando mis dedos
que corrían dentro sin destino ni voluntad. Su espalda se arqueaba empujada por
su orgasmo sin dejar de jadear con cada caricia, cada pulso y cada temblor
hasta caer rendida, mientras ya mis labios se deslizaban en su sexo provocando
un torbellino de sensaciones y orgasmos, que la sacaban de control. Explorando
mi lengua en su interior, recogí los últimos temblores y néctares que escapaban
por su vulva y piernas entumecidas por
el éxtasis que acababa de descubrir.
Sin darle tregua, y mientras aún su vientre bailaba, separé
sus piernas y me escabullí dentro de ellas empujando dentro, hasta alcanzar el
último rincón, y la marea se hizo espuma y agua. Las embestidas infinitas, la
hicieron jadear y mientras lo hacía entre gemidos, empujé hasta sentir como me
diluía, hasta caer rendido.
Mi rostro sobre el suyo, adornó de besos sus labios
agradeciendo ese gesto, cuando le propuse perdernos en algún lugar y buscar
nuestro equilibrio sin límites, ni donde, no llegara el rumor de otros a juzgar nuestra amistad y libertad de
sentirnos desnudos y disfrutar.
Don Juan, Rompiendo el pacto.
(Relato
perteneciente a la propuesta: Equilibrio de “Variétés”)
Los pactos en el amor no suelen ser duraderos por algún motivo u otro terminan rompiéndose. Elegante y sensual.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias Campirella.... Gracias ginebra por compartir una vez mas mis hstorias.
ResponderEliminarGracias a ti por permitírmelo, querido amigo.
EliminarEs un placer contar con tu magnífica pluma.
Abrazo grande 💙