ÉRASE UNA VEZ QUE SE ERA...
que la palabra dejó de ser tinta
para ser revoloteo
en la yema de los dedos...

Y las letras fueron hiedras;
frondosas lianas tocando el cielo.
Fueron primavera floreciendo;

... y apareciste tú...
tú,
que ahora nos lees...

Y se enredaron nuestros verbos,
nuestros puntos y comas,
se engarzaron nuestras manos
cincelando sentires y cantos.

Entre líneas surcamos
corazón al mando; timón
de este barco...

©Ginebra Blonde

domingo, 28 de febrero de 2021

La Zona Del Hipocampo


(Autor: ©Gabiliante)

Imagen: Christian Schloe

   
Marina se había ahogado. Es lo que pasa si una sobreestima su capacidad de apnea. Cuando despertó estaba tendida en el fondo del mar, agarrando sin fuerza unos corales. Le dio la impresión de que si los soltaba ascendería sin esfuerzo. No respiraba pero tampoco le faltaba el aire. Se sentía como borracha; en ese punto álgido antes de que te entren las náuseas. No había luz debido a la profundidad a la que se encontraba. Dadas las circunstancias, no estaba tan preocupada como pudiera sospecharse, aunque tampoco sabía el porqué. Decidió soltarse para ascender, pero contrariamente a la lógica que en aquellos momentos dominaba su cerebro, siguió tendida en el fondo del mar. Lo que sí notó al abrir la mano fue el aleteo de algo vivo en su palma, y un inmenso dolor en el pecho, comparable a la presión que ejercería un camión pasando sobre ella. Instintivamente volvió a cerrar el puño, con la rapidez de un reflejo, pero con el cuidado con que cogería a un canario. La presión cesó. Ya más tranquila, y viendo que iba a tener que poner de su parte para salir de allí, se incorporó, saltó y comenzó a bucear con una mano abierta y otra cerrada, sin más referencia que ir hacia arriba. Cuando las fuerzas le empezaron a fallar y ya se veía claridad, aquello que llevaba dentro del puño empezó a tirar de ella hacia arriba. Cuando salió a la superficie, notó un tremendo golpe en el pecho, y por un segundo, le vino a la mente la imagen de un quirófano boca abajo. Aquel impacto de volver a respirar dejó en segundo plano, la noción del estremecimiento que sufrió el ser que llevaba en la mano. La abrió y vio un caballito de mar que con dificultad, conseguía sobrevivir fuera del agua. Volvió a cerrar el puño con suavidad lo metió debajo del agua, y ya con menos urgencia, empezó a buscar su barca, sin éxito. Tras unos minutos, Marina empezó a ponerse nerviosa, temerosa de que después de haber hecho lo más difícil, muriera de inanición por no poder llegar a tierra. Entonces, el pececillo que llevaba en la mano empezó a tirar suavemente de ella en una dirección. Luego se paró y tras unos segundos de vacilación, cambió levemente el rumbo, y tiró con más decisión.
 
     Una vez en la arena de la playa, volvió a abrir la mano y  esperó hasta que el pececillo muriera, cosa que no hizo. Únicamente vio como el pez se agitaba, pero no dando los estertores previos a la muerte, sino más bien, como un perrillo agita la cola al ver a su amo. Marina comprendió en ese momento a quien debía la vida. Le rogó a un bañista que le dejara hacer una llamada desde su móvil y pidió a su novio Terrence, que viniera a buscarla. De vuelta a casa pasaron por un tienda de peces tropicales, compró una pecera de tamaño discreto y encargó el acuario más grande que tuvieran. Preguntó por el modo de mantener los caballitos de mar:
 
    ―¿De qué especie? ―preguntó el especialista en peces tropicales que los atendió.
    ―De esta ―contestó Marina abriendo la mano, y haciendo patente su ignorancia y su incapacidad de dar detalles. El caballito de mar seguía moviéndose.
    ―Uy, ¿es salvaje? No le va a durar ni una semana.        
  ―Entonces, el especialista en peces tropicales e hipocampos tomó conciencia de que lo traía en la mano y que esos bichos no duran ni un minuto fuera del agua―. ¿Pero cómo es que está vivo? ¿Me lo deja…
    ―No ―cortó Marina―. Prepáreme lo que necesitaría para mantener uno de los suyos en la pecera pequeña, y póngame en el pedido lo que necesite para el acuario grande.
    ―Pero ¿qué coño es eso que llevas en la mano? ―preguntó Terrence, que no era muy de peces, y al que no había contado durante el viaje nada de lo sucedido― ¿Se te va la castaña? ¿Sabes lo que es dos metros y medio por un metro? ¿Y cómo coño está vivo eso? ¿Dónde vamos a poner semejante monstruo? Y ¿se puede saber…
    ―Que ya está decidido ―contestó Marina con displicencia, dándole la espalda, harta ya de tanta pregunta. Terrence desapareció.
 ―Aquí tiene ―anunció el especialista en peces tropicales e hipocampos―. Perdone mi insistencia pero no entiendo…  ―Marina echó el caballito al interior de la pecera llena― …pero ¿cómo puede ser… ¿Usted también… ―empezó a preguntar buscando a Terrence― ¿Y su compañero?  ―Marina se giró. Terrence no estaba.
    ―No sé ―contestó con cierto asombro, mientras cogía la pecera para tentar el peso.
     ―Me debe trescientos treinta y cinco euros.
    ―Espere un momento ―dijo Marina dándose la vuelta para ir a ver si veía a Terrence. En ese momento, el especialista en peces tropicales e hipocampos desapareció. Marina se acercó a la puerta de la tienda y vio a Terrence sentado en el coche. Volvió a girarse hacia el mostrador, pero estaba sola―. ¡Oiga…! ¡Oiiga…! ―No había nadie en toda la tienda. Salió, metió la pecera en el maletero y se subió al coche.
     ―¿Qué hacemos aquí? ―preguntó Terrence como caído del cielo.
     ―¿Por qué te has ido?
     ―¿Que yo me he ido? ¿De dónde? Lo último que recuerdo es recogerte en la playa.
      ―Vamos para casa
      ―Pero es que no sé dónde estamos…
    ―Tira recto que luego la calle va girando a la derecha y volvemos a salir a la Meridiana.
 
    Estuvo toda la noche mirando en internet y empapándose  de todo lo que conociera el mundo sobre los hipocampos o caballitos de mar. De vez en cuando esbozaba una sonrisa. Por la mañana, metió la mano en la pecera y sacó al bicho. Seguía moviéndose la mar de contento. Terrence seguía durmiendo como una piedra.
 
    Aquel día era su cumpleaños, Marina entró en una tienda de móviles y pidió el más caro de todos:
 
   ―Deme el móvil más caro que tenga. ―Después de las pertinentes explicaciones, y de pedir que se lo envolvieran para regalo, lo cogió con la mano derecha. La izquierda sujetaba al pez, metida en su correspondiente bolsillo. Entonces se  metió el móvil en el otro bolsillo. El especialista en smartphones, alarmado por la rapidez del movimiento y por la mirada escrutadora que Marina no apartaba de sus ojos, se apresuró a anunciar su precio:
 
  ―Me debe mil trescientos treinta y cinco euros. ―Marina sonrió levemente. Había llegado el momento de demostrar la teoría que había elaborado durante la noche. Se dio la vuelta y el especialista en smartphones desapareció. Volvió a girarse hacia el mostrador, confirmó que estaba sola en la tienda y se fue con su regalo de cumpleaños en un bolsillo y el del día anterior en el otro.
 
    Estaba entusiasmada con la simbiosis que había establecido con el caballito de mar. Durante la noche anterior había aprendido en internet, que el hipocampo es la zona del cerebro humano encargada de consolidar la memoria. También había aprendido que los hipocampos, cuando se ven amenazados, se dan la vuelta esperando que el problema desaparezca. Los hipocampos no tienen hipocampo, de modo que cuando se dan la vuelta, ya no se acuerdan de que detrás hay algo que se lo va a comer; se ahorran la angustia y el miedo previos a la muerte. Solo tienen memoria para una cosa: son monógamos; y este, ya había encontrado su pareja. Normalmente, el truco de darse la vuelta no funciona, y son devorados por sus depredadores, pero la simbiosis con Marina había perfeccionado la táctica.
 

(Relato perteneciente a la propuesta: "Una Idea")


8 comentarios:

  1. Divino el texto,
    encantador,
    con su punto de hechizo
    y su punto de humor,
    desbordante de imaginación.
    ¡Felicidades!
    Un abrazo :)

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    1. gracias maite.
      que hariamos sin el humor, aunque sea sutil
      besosds

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  2. Como siempre nos sorprendes con tus letras, que están llenas de vida, y eso es de agradecer. Un besazo y feliz semana.

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    1. muchas gracias Campi.
      luego me pasaré por el relato vonjunto, a ver como acabó el mes
      besosss

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  3. "... se ahorran la angustia y el miedo previos a la muerte..."... interesante

    \m/ Gabiliante \m/... Saludos

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    1. debe ser un mal rato, aunque no duela. afortunadamente, sólo se pasa una vez
      saludossd

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  4. Desbordante de talento,originalidad, humor y sensibilidad!
    Es la primera vez que te leo,y no será la última!
    Tus imágenes son divinas! De un lirismo exquisito.

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    1. ya me has leído más veces, Todos los de Gine, menos dos (el más divertido y el más crudo)
      https://lovelybloggers-alwais.blogspot.com/search/label/Gabiliante?m=1&zx=acbcc50968b32268
      muchas gracias por tus palabras y me alegro mucho de haberte hecho pasar un buen rato

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Gracias por tu visita y tu compañía... ©Gin

Gracias por tu visita y tu compañía... ©Gin