ÉRASE UNA VEZ QUE SE ERA...
que la palabra dejó de ser tinta
para ser revoloteo
en la yema de los dedos...

Y las letras fueron hiedras;
frondosas lianas tocando el cielo.
Fueron primavera floreciendo;

... y apareciste tú...
tú,
que ahora nos lees...

Y se enredaron nuestros verbos,
nuestros puntos y comas,
se engarzaron nuestras manos
cincelando sentires y cantos.

Entre líneas surcamos
corazón al mando; timón
de este barco...

©Ginebra Blonde

sábado, 31 de octubre de 2020

Todo Está En La Mente

 


(Autora: Ana)

   Me desperté con energías renovadas, me sentía muy bien. Mi madre ya se había ido a trabajar, en la cocina me había dejado una nota deseándome un buen fin de semana.
 
   Desayuné, y tras la ducha me vestí, y me disponía a coger la mochila cuando sonó el teléfono. No me gustó su ring y descolgué de mala gana. No eran buenas noticias, Raquel me avisaba de un imprevisto en el trabajo y de que le era imposible acompañarme. Lo entendí, incluso le quité importancia, aunque me sentía un tanto fastidiada por dentro. Tenía unos días de vacaciones y mi idea era empezarlas ese fin de semana en la casita de verano del pueblo.
 
   Me quedé un rato pensando si suspendería o no mis planes, finalmente decidí que no. A mis 30 primaveras me consideraba lo suficientemente joven para comerme el mundo y lo suficientemente madura como para arreglármelas sola. Cogí el coche y puse rumbo a mi descanso en soledad, o más bien en completa libertad, tenía de nuevo el ánimo por las nubes.
 
  El día transcurrió feliz, con baños de mar y paseos por la playa, el tiempo era espléndido. Tocaba regresar a mi casita de verano y decidí pasar por la tienda a coger una cerveza, de acompañamiento al sandwich que sería mi cena. Rebusqué con fastidio en la bolsa de playa, y nada, no había traído la cartera. Una vez confirmado, solo me quedaba echar a andar sin más por el paseo que une la playa con mi casa. Son solo 20 minutos, unos 2 km. pero esta vez se me hizo especialmente largo.
 
   Ya en casa, tras comer el sandwich, me volvieron las ganas de tomarme una cerveza fresquita y aunque me daba pereza volver al pueblo, me calcé y me puse en camino. Al llegar me di cuenta de que era bastante tarde y la tienda ya estaba cerrada, así que me acerqué al bar del camping, con su maravillosa terraza en la que pude localizar un sitio donde sentarme. Tengo la costumbre de llevar siempre conmigo un libro de bolsillo, así que tomando mi bebida, con los últimos rayos de sol del día, me enfrasqué en la lectura. Perdí la noción del tiempo, el libro era realmente interesante. De pronto, me di cuenta de que la luz había bajado muchísimo, estaba oscureciendo. Me incorporé de la silla y recogí  mis cosas rápidamente. La vuelta a casa era por un paseo bien iluminado con farolas cada pocos metros pero muy solitario, y la idea de hacerlo de noche, sola, me puso algo nerviosa.
 
  La oscuridad se fue haciendo dueña de todo, y la acera, que discurría bordeada de preciosos árboles, me parecía desolada. Hasta en las ramas de esos bellos acompañantes había un aire tétrico que no sabría explicar. Con cierta sensación de opresión en el pecho avanzaba con paso ligero, dispuesta a llegar a mi destino lo antes posible. Tenía un mal presagio, esa famosa intuición que a menudo nos atribuyen a las mujeres. Ya había hecho más de tres cuartas partes del recorrido y empezaba a relajarme, cuando oí el ruido de un motor y me giré hacia atrás.
 
   A lo lejos venía un coche. La compañía no me agradó precisamente, empecé a notar que mi corazón se aceleraba al  percibir que ese coche aminoraba su marcha al acercarse a mí. Pude ver, mientras me adelantaba de forma asombrosamente lenta, a un solo pasajero. No recuerdo bien la cara de ese conductor, pero sí el coche, era un modelo familiar, viejo y de color naranja como las bombonas de butano, ese detalle me quedo grabado en la mente. Y tras detenerse unos cuantos metros por delante de mí, observé aterrada como se apagaban sus luces.
 
   Mi corazón empezó a latir a un ritmo frenético, ya había dejado de sentirlo en el pecho, me latía directamente en la boca, a la vez que tragaba saliva compulsivamente, en un intento desesperado de hacerlo descender antes de que se desbocase definitivamente.
 
   Y en ese instante, con una angustia que no se puede explicar, llamé a mi ángel de la guarda, con el pensamiento. Mi abuela de pequeña me decía siempre que cuando tuviera algún problema lo llamase, que él acudiría en mi ayuda. No sabía su nombre, y aun así le invoqué:
 
   —Ángel protector, nunca te he llamado, porque nunca te he necesitado tanto, ven en mi ayuda, por favorrr.
 
   Transcurrían los segundos, o minutos ¿quién sabe? el tiempo había dejado de existir. Mis pasos continuaban, uno tras otro, sin que yo diese ninguna orden, era como si mis piernas se moviesen por su cuenta.
 
   Llegué a la altura del coche y lo sobrepasé, siempre mirando al frente, mi cuerpo estaba como robotizado, en mi interior yo temblaba como una hoja, pero mi cuerpo avanzaba decidido, como si siguiera un programa. Cuando estaba ya casi preparada para lo peor, sentí el ruido del coche que se ponía de nuevo en marcha. Recuerdo que me pareció oírlo como muy lejano, pero al momento noté que algo me adelantaba y pude ver como el coche naranja se alejaba ganando velocidad rápidamente.
 
   El resto del trecho que me quedaba a casa lo hice como entre tinieblas, en un estado zombi total. Cuando cerré y aseguré la puerta de mi casa, sentía que las piernas me temblaban y las fuerzas me abandonaban, como pude me serví un vaso de leche que ni me molesté en calentar, me lo bebí, y me fui a la habitación para dejarme caer sobre la cama. En un último esfuerzo me desvestí y me puse el pijama, y ya acostada cerré los ojos. Me dormí casi al instante.
 
   Esa noche soñé con mi abuela, que una vez más se metía en la cama conmigo tras una pesadilla, y me tranquilizaba, y me decía que no me preocupase, que si algún día ella no estaba, mi ángel de la guarda me acompañaría.
 
   Y soñé también con un hombre muy alto y corpulento, de pie, frente a mí, mirándome. En un primer momento me entró desazón, pero entonces habló, y su voz era tan paternal que me calmé por completo. Me dijo que era mi ángel de la guarda, y me lo creí. Le di las gracias por haberme ayudado en esa carretera desierta, y le pregunté qué había hecho para que el coche arrancase y se fuese sin más.
 
   —Soplé en la nuca del conductor, y no le gustó, me respondió.
 
   Me quedé atónita con su contestación. Pero pensé que tenía sentido, igual le provocó miedo, dudas... Alguna sensación desagradable... Le aseguré que había aprendido la lección, que ya no volvería a meterme  nunca más en semejantes atolladeros. Él se rió, de forma contundente como era toda su persona, pero con una risa franca, casi cómplice. Entonces se acercó, poniendo su mano sobre mi hombro justo antes de desvanecerse.
 
   Oí el ruido de las olas del mar al deshacerse en la orilla y tuve la impresión de que estaba en la playa. La claridad era inmensa, casi cegadora, mis ojos parpadeaban y aprecié una ventana, y un armario, me encontraba en mi habitación, incorporada sobre la cama. Estaba despierta y la luz del sol entraba a raudales porque se me había olvidado bajar la persiana.
 
   Creo que nunca he pasado tanto miedo como esa noche. Necesitaba una lección, y vaya si la aprendí. La prudencia es algo que debería de ser innato, pero si no eres capaz de desarrollarla, el miedo se encarga de hacerte consciente de ella. En esa ocasión asimilé una lección de vida que no olvidaré jamás.
 
   Todavía hoy me pregunto si existirá el ángel de la guarda, suena tan infantil. Y resulta extraño que un adulto se lo plantee. Pero si existiera, creo que he tenido el placer de conocerle.
 

 Relato perteneciente a la propuesta: "Miedos"


14 comentarios:

  1. Un buen relato. He ido pasando miedo al igual que la protagonista.
    Hay lecciones que solo se aprenden a base de vivir situaciones poco amigables, como en este caso.

    Besos.

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    1. Hay que aprender de todo, hasta del miedo.
      Un abrazo.

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  2. La fe... Da igual en qué o en quien... Lo importante es tener esa fe y sobre todo ser consecuente de algunos actos temerarios aun de manera involuntaria. Me ha gustado leerte. Te felicito.

    Mil besitos y feliz día.

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    1. A veces descubres que la fe es más importante de lo que creías, aunque es mejor ser prudente si, sin duda. Me alegro de que te guste.
      Un abrazo.

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  3. Que historia trepidante, sin duda tiene que ser una sensación que te paraliza el cuerpo sentir ese miedo a que algo te va a pasar. Si creo que hay un ángel de la guarda por cada uno de nosotros. Y sino fijate si te salvo de tu angustia. Un buen texto.
    Abrazos .

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    1. Cada persona lleva dentro un potencial que saca cuando es necesario, probablemente ni sabemos de lo que somos capaces hasta que no nos enfrentamos a una amenaza importante.

      Un abrazo Campirela.

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  4. Qué bonito y original tu relato!
    Esa parte espiritual que se respira lo hace especial, muy muy hermoso.
    Un beso.

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    1. No sé si ese ángel protector somos nosotros mismos o está fuera, pero esa fuerza espiritual existe, aunque es difícil de racionalizar, estoy segura de que te echa un cable si le invocas.

      Un abrazo.

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  5. has transmitido muy bien, muy lentamente, paso a paso ese miedo. Es una lastima que la realidad te haga pensar que "aprendiste la leccion". en la situacion que estabas, no hiciste nada mal ni imprudente, pero por desgracia las cosas son como son
    besosss

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    1. No quisiera repetir una experiencia parecida aunque sea con buen final, y no se trata de vivir con miedo, aprendí que si algo en tu interior te dice que no es buena idea volver sola, es por algo, siempre hay opciones. Esa noche algo no iba bien, pero no escuché a mi voz interior que me avisaba.

      Un abrazo.

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  6. Un relato impresionante que podría pasar por real, en muchos de sus aspectos, pero con los vellos de punta en otros. Muy bueno.
    Un abrazo

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    1. Por desgracia es una realidad, hay cosas en la vida a las que te tienes que enfrentar, como buenamente puedas, con suerte puede ser un aprendizaje de vida.

      Un abrazo.

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  7. A veces la mente nos distorsiona, nos desequilibra, y el miedo cobra fuerza, es un relato fantástico, muy bien narrado, me imaginaba cada escenario, me ha encantado.
    Un abrazo Ana

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    1. Muchas gracias Jorge, la mente nos hace percibir la realidad más o menos distorsionada según las circunstancias.

      Un abrazo.

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Gracias por tu visita y tu compañía... ©Gin

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