(Autora: Ana)
Me desperté
con energías renovadas, me sentía muy bien. Mi madre ya se había ido a
trabajar, en la cocina me había dejado una nota deseándome un buen fin de
semana.
Desayuné, y
tras la ducha me vestí, y me disponía a coger la mochila cuando sonó el teléfono.
No me gustó su ring y descolgué de mala gana. No eran buenas noticias, Raquel
me avisaba de un imprevisto en el trabajo y de que le era imposible acompañarme.
Lo entendí, incluso le quité importancia, aunque me sentía un tanto fastidiada
por dentro. Tenía unos días de vacaciones y mi idea era empezarlas ese fin de
semana en la casita de verano del pueblo.
Me quedé un
rato pensando si suspendería o no mis planes, finalmente decidí que no. A mis
30 primaveras me consideraba lo suficientemente joven para comerme el mundo y
lo suficientemente madura como para arreglármelas sola. Cogí el coche y puse
rumbo a mi descanso en soledad, o más bien en completa libertad, tenía de nuevo
el ánimo por las nubes.
El día
transcurrió feliz, con baños de mar y paseos por la playa, el tiempo era
espléndido. Tocaba regresar a mi casita de verano y decidí pasar por la tienda
a coger una cerveza, de acompañamiento al sandwich que sería mi cena. Rebusqué
con fastidio en la bolsa de playa, y nada, no había traído la cartera. Una vez
confirmado, solo me quedaba echar a andar sin más por el paseo que une la playa
con mi casa. Son solo 20 minutos, unos 2 km. pero esta vez se me hizo especialmente
largo.
Ya en casa,
tras comer el sandwich, me volvieron las ganas de tomarme una cerveza fresquita
y aunque me daba pereza volver al pueblo, me calcé y me puse en camino. Al
llegar me di cuenta de que era bastante tarde y la tienda ya estaba cerrada,
así que me acerqué al bar del camping, con su maravillosa terraza en la que
pude localizar un sitio donde sentarme. Tengo la costumbre de llevar siempre
conmigo un libro de bolsillo, así que tomando mi bebida, con los últimos rayos
de sol del día, me enfrasqué en la lectura. Perdí la noción del tiempo, el
libro era realmente interesante. De pronto, me di cuenta de que la luz había
bajado muchísimo, estaba oscureciendo. Me incorporé de la silla y recogí mis cosas rápidamente. La vuelta a casa era
por un paseo bien iluminado con farolas cada pocos metros pero muy solitario, y
la idea de hacerlo de noche, sola, me puso algo nerviosa.
La oscuridad
se fue haciendo dueña de todo, y la acera, que discurría bordeada de preciosos
árboles, me parecía desolada. Hasta en las ramas de esos bellos acompañantes
había un aire tétrico que no sabría explicar. Con cierta sensación de opresión
en el pecho avanzaba con paso ligero, dispuesta a llegar a mi destino lo antes
posible. Tenía un mal presagio, esa famosa intuición que a menudo nos atribuyen
a las mujeres. Ya había hecho más de tres cuartas partes del recorrido y
empezaba a relajarme, cuando oí el ruido de un motor y me giré hacia atrás.
A lo lejos
venía un coche. La compañía no me agradó precisamente, empecé a notar que mi
corazón se aceleraba al percibir que ese
coche aminoraba su marcha al acercarse a mí. Pude ver, mientras me adelantaba
de forma asombrosamente lenta, a un solo pasajero. No recuerdo bien la cara de
ese conductor, pero sí el coche, era un modelo familiar, viejo y de color
naranja como las bombonas de butano, ese detalle me quedo grabado en la mente.
Y tras detenerse unos cuantos metros por delante de mí, observé aterrada como
se apagaban sus luces.
Mi corazón
empezó a latir a un ritmo frenético, ya había dejado de sentirlo en el pecho,
me latía directamente en la boca, a la vez que tragaba saliva compulsivamente,
en un intento desesperado de hacerlo descender antes de que se desbocase
definitivamente.
Y en ese
instante, con una angustia que no se puede explicar, llamé a mi ángel de la
guarda, con el pensamiento. Mi abuela de pequeña me decía siempre que cuando
tuviera algún problema lo llamase, que él acudiría en mi ayuda. No sabía su
nombre, y aun así le invoqué:
—Ángel
protector, nunca te he llamado, porque nunca te he necesitado tanto, ven en mi
ayuda, por favorrr.
Transcurrían
los segundos, o minutos ¿quién sabe? el tiempo había dejado de existir. Mis
pasos continuaban, uno tras otro, sin que yo diese ninguna orden, era como si
mis piernas se moviesen por su cuenta.
Llegué a la
altura del coche y lo sobrepasé, siempre mirando al frente, mi cuerpo estaba
como robotizado, en mi interior yo temblaba como una hoja, pero mi cuerpo
avanzaba decidido, como si siguiera un programa. Cuando estaba ya casi
preparada para lo peor, sentí el ruido del coche que se ponía de nuevo en
marcha. Recuerdo que me pareció oírlo como muy lejano, pero al momento noté que
algo me adelantaba y pude ver como el coche naranja se alejaba ganando
velocidad rápidamente.
El resto del
trecho que me quedaba a casa lo hice como entre tinieblas, en un estado zombi
total. Cuando cerré y aseguré la puerta de mi casa, sentía que las piernas me
temblaban y las fuerzas me abandonaban, como pude me serví un vaso de leche que
ni me molesté en calentar, me lo bebí, y me fui a la habitación para dejarme
caer sobre la cama. En un último esfuerzo me desvestí y me puse el pijama, y ya
acostada cerré los ojos. Me dormí casi al instante.
Esa noche
soñé con mi abuela, que una vez más se metía en la cama conmigo tras una
pesadilla, y me tranquilizaba, y me decía que no me preocupase, que si algún
día ella no estaba, mi ángel de la guarda me acompañaría.
Y soñé
también con un hombre muy alto y corpulento, de pie, frente a mí, mirándome. En
un primer momento me entró desazón, pero entonces habló, y su voz era tan
paternal que me calmé por completo. Me dijo que era mi ángel de la guarda, y me
lo creí. Le di las gracias por haberme ayudado en esa carretera desierta, y le
pregunté qué había hecho para que el coche arrancase y se fuese sin más.
—Soplé en la
nuca del conductor, y no le gustó, me respondió.
Me quedé
atónita con su contestación. Pero pensé que tenía sentido, igual le provocó
miedo, dudas... Alguna sensación desagradable... Le aseguré que había aprendido
la lección, que ya no volvería a meterme
nunca más en semejantes atolladeros. Él se rió, de forma contundente
como era toda su persona, pero con una risa franca, casi cómplice. Entonces se
acercó, poniendo su mano sobre mi hombro justo antes de desvanecerse.
Oí el ruido
de las olas del mar al deshacerse en la orilla y tuve la impresión de que
estaba en la playa. La claridad era inmensa, casi cegadora, mis ojos
parpadeaban y aprecié una ventana, y un armario, me encontraba en mi habitación,
incorporada sobre la cama. Estaba despierta y la luz del sol entraba a raudales
porque se me había olvidado bajar la persiana.
Creo que
nunca he pasado tanto miedo como esa noche. Necesitaba una lección, y vaya si
la aprendí. La prudencia es algo que debería de ser innato, pero si no eres
capaz de desarrollarla, el miedo se encarga de hacerte consciente de ella. En
esa ocasión asimilé una lección de vida que no olvidaré jamás.
Todavía hoy
me pregunto si existirá el ángel de la guarda, suena tan infantil. Y resulta
extraño que un adulto se lo plantee. Pero si existiera, creo que he tenido el
placer de conocerle.
Un buen relato. He ido pasando miedo al igual que la protagonista.
ResponderEliminarHay lecciones que solo se aprenden a base de vivir situaciones poco amigables, como en este caso.
Besos.
Hay que aprender de todo, hasta del miedo.
EliminarUn abrazo.
La fe... Da igual en qué o en quien... Lo importante es tener esa fe y sobre todo ser consecuente de algunos actos temerarios aun de manera involuntaria. Me ha gustado leerte. Te felicito.
ResponderEliminarMil besitos y feliz día.
A veces descubres que la fe es más importante de lo que creías, aunque es mejor ser prudente si, sin duda. Me alegro de que te guste.
EliminarUn abrazo.
Que historia trepidante, sin duda tiene que ser una sensación que te paraliza el cuerpo sentir ese miedo a que algo te va a pasar. Si creo que hay un ángel de la guarda por cada uno de nosotros. Y sino fijate si te salvo de tu angustia. Un buen texto.
ResponderEliminarAbrazos .
Cada persona lleva dentro un potencial que saca cuando es necesario, probablemente ni sabemos de lo que somos capaces hasta que no nos enfrentamos a una amenaza importante.
EliminarUn abrazo Campirela.
Qué bonito y original tu relato!
ResponderEliminarEsa parte espiritual que se respira lo hace especial, muy muy hermoso.
Un beso.
No sé si ese ángel protector somos nosotros mismos o está fuera, pero esa fuerza espiritual existe, aunque es difícil de racionalizar, estoy segura de que te echa un cable si le invocas.
EliminarUn abrazo.
has transmitido muy bien, muy lentamente, paso a paso ese miedo. Es una lastima que la realidad te haga pensar que "aprendiste la leccion". en la situacion que estabas, no hiciste nada mal ni imprudente, pero por desgracia las cosas son como son
ResponderEliminarbesosss
No quisiera repetir una experiencia parecida aunque sea con buen final, y no se trata de vivir con miedo, aprendí que si algo en tu interior te dice que no es buena idea volver sola, es por algo, siempre hay opciones. Esa noche algo no iba bien, pero no escuché a mi voz interior que me avisaba.
EliminarUn abrazo.
Un relato impresionante que podría pasar por real, en muchos de sus aspectos, pero con los vellos de punta en otros. Muy bueno.
ResponderEliminarUn abrazo
Por desgracia es una realidad, hay cosas en la vida a las que te tienes que enfrentar, como buenamente puedas, con suerte puede ser un aprendizaje de vida.
EliminarUn abrazo.
A veces la mente nos distorsiona, nos desequilibra, y el miedo cobra fuerza, es un relato fantástico, muy bien narrado, me imaginaba cada escenario, me ha encantado.
ResponderEliminarUn abrazo Ana
Muchas gracias Jorge, la mente nos hace percibir la realidad más o menos distorsionada según las circunstancias.
EliminarUn abrazo.