Autora: ©Dafne Sinedie
"Película escogida: Your name"
Me habían hablado muy bien de aquel pub, así que por fin
aquella noche me decidí a ir. El local se encontraba escondido en el casco
viejo de la ciudad, y tenía la peculiaridad de que se interpretaba música en
directo y se podía bailar y charlar sin que hubiera demasiado barullo.
Cuando entré el olor dulce de las bebidas, a café, perfume y
sudor me envolvió. Mis zapatos de tacón resonaban sobre el entarimado de madera
y varias personas se giraron para mirarme; mi cabello suelto, rubio, indomable,
caía en ondas hasta mis caderas, y las curvas de mi cuerpo se adivinaban de vez
en cuando gracias a mi vaporoso vestido blanco.
Me dirigí a la barra donde, para sorpresa del camarero, pedí
un zumo de naranja natural, y sentada en un taburete me dispuse a disfrutar del
ambiente y la música.
En un pequeño escenario, un joven interpretaba una melodía
imposible con su guitarra mientras
una mujer tocaba la caja, marcando el ritmo. Sus dedos se movían sobre las
cuerdas en una danza endiablada y su cuerpo temblaba, pero sus ojos estaban
entrecerrados y su rostro en calma. Me fascinó aquella dicotomía.
La música penetró en cada una de mis células, hechizándome,
hasta que ya no pude controlar el impulso y salí a la pista de baile.
Simplemente cerré los ojos y me dejé llevar. Para cuando la canción hubo
terminado, mi pecho subía y bajaba por la respiración acelerada y mi corazón
latía enloquecido. El guitarrista había abierto los ojos y me miraba... ¡vaya
si me miraba! No, mirarse es quedarse corto... Él me veía, igual que yo le
había visto a él. Susurró algo en un idioma que no comprendí, y finalmente me
preguntó en inglés: "What's Your
name?" Se lo dije y él lo repitió. ¡Sonó tan bonito en sus labios!
Después me pidió por favor que bailase también la siguiente canción. No tuve
que pensármelo dos veces.
Las canciones, los pasos de baile, se entremezclaron con el
espacio y tiempo, hasta que a las cinco de la madrugada el dueño del local nos
avisó de que tenía que cerrar. Yo no quería marcharme sin sin la promesa de que
lo volvería a ver. Por suerte, él debió de pensar en lo mismo, pues me esperó
en la salida con su guitarra colgada a la espalda. Echamos a andar por las
callejuelas, sin decir nada. Notaba la tensión entre nosotros, como
electricidad. Al cabo llegamos hasta mi portal y le pregunté si bailaríamos una
última canción. Con una sonrisa tímida asintió y me siguió al interior del edificio.
Relato perteneciente a la propuesta: "Impulsos"
Que frescura tiene este relato donde se denota juventud y ganas de comerse el mundo ..me encanto amiga .
ResponderEliminarUn beso y un abrazo .
Mil gracias, Campirela.
EliminarNunca es tarde para comerse el mundo ;)
Un besazo