(Autor: Chema)
Mi amistad con mi médica de cabecera seguía creciendo a lo
largo de los meses. Ya habíamos quedado para merendar alguna que otra vez. Una
tarde en la que lo habíamos pasado especialmente bien, me invitó a subir a su
casa.
Entramos en
su habitación, y me fijé en un joyero muy curioso que tenía encima de la mesa.
Le dije:
–¡Qué caja
tan bonita, con dibujos vintage! Tú no usas zapatos de tacón como éste que está
dibujado, eres más de calzado cómodo.
–Pues sí,
para la consulta me pongo botines, y en mi tiempo libre, como ahora,
deportivas. Y oye, hablando de la comodidad del calzado...
Entonces se
quitó las deportivas y los calcetines y se puso unas chanclas.
–Descálzate
tú también si quieres, Chema, como si estuvieras en tu casa. Te dejaría unas
chanclas mías que tengo por ahí sin estrenar, pero creo que no te valdrían, mis
pies son más pequeños que los tuyos –rió.
Le tomé la
palabra, me descalcé, y ambos nos acomodamos sobre su sofá-cama.
–¿En ese
joyero guardas cosas? –le pregunté.
Entonces
ella lo alcanzó con la mano y dijo como para sí misma:
–A saber las
cosas que tengo aquí, de algunas ya ni me acuerdo....
Sacó cosas
más o menos típicas como algunas fotos antiguas con sus padres y su hermana, la
entrada a algún concierto, alguna que otra postal… y un *billete de tren* de
León a Madrid.
–Es de la
primera vez que me desplacé a Madrid cuando me destinaron aquí –me explicó.
–¿Tú
participaste en una monografía que hay colgada en la red sobre el trastorno
límite de la personalidad? –le pregunté.
–Sííí, ¿cómo
te has enterado?
Le expliqué
que busqué en Google su nombre y apellidos, y encontré ese documento PDF. Y
junto a su nombre, indicaba que ejercía como doctora en un centro de la ciudad
de León. Todo encajaba.
–¡Vaya,
vaya, estás hecho un detective! –dijo riendo–. Pues para el próximo día te vas
a leer ese documento sobre el trastorno límite, y luego te preguntaré, a ver si
te lo has aprendido bien.
Me gustó que
me pusiera deberes, así tendríamos excusa para vernos otra vez.
Me fijé en un
*libro* que tenía en su estantería, ‘el eneagrama’ de Helen Palmer.
–¡Este libro
lo leí hace como un año y medio!”, exclamé.
–¿Ah, sí?”
–respondió ella–. Pues fíjate qué casualidad, que era el libro que iba leyendo
en el tren, en mi primer viaje de León a Madrid.
–De los
tipos del eneagrama, yo soy del tipo 9 (mediador). Seguro que tú también eres
de ese tipo, ¿verdad? –quise saber–.
–Sí, soy
mediadora, aunque también tengo algo de observadora, que creo que era el 5. ¡En
realidad somos todos una mezcla!
Entonces
miró la hora y dijo:
–Son las 8 y
media de la tarde. ¿Por qué no cenamos algo? Aquí tengo para preparar unos
sándwiches. Y de postre podríamos comer una *tarta de manzana* que he hecho
estaba mañana, siguiendo una receta de mi abuela.
–¡Me parece genial!
La tarta estará rica y dulce como tú –dije, poniendo una sonrisa traviesa.
–¡Bobo!
Cuando terminemos de cenar, te voy a acribillar a cosquillas en los pies, y lo
que surja...
Relato perteneciente a la propuesta "Secretos"
Chema , espero que esas cosquillas fueran mutuas ..jajajaj Un relato que bien podría ser real y sino lo parece ..Muy divertido y ameno de leer.
ResponderEliminarUn abrazo amigo .
Ay, Chema!! pero qué relato más bonito. Me ha encantado cómo lo has abordado, has creado un escenario bellísimo y... seductor, pillín.
ResponderEliminarMil besitos con cariño y muy feliz noche.
Esa relación promete. ¡Pena que mi médica sea muer! porque en cuestión de cuidar la salud, todo está permitido, o casi todo.
ResponderEliminarRemarco, me encanto el relato, un encuentro, maravillosamente ambientado, muy romántico.
ResponderEliminarAbrazo