Cuando
encontré a aquel tipo esperándome en el despacho, inmóvil, con su traje
impecable y el sombrero sobre la mesa, no presagié nada bueno. En sus ojos se
cruzaba una sombra que marcaba unas ojeras profundas fruto de muchas noches en
vela y una vigilia atormentada.
Aún no había
tomado mi tercera taza de café, el cuarto cigarrillo se me apagaba entre los
labios y en mi cabeza resonaba la risa cascabelera de quien me embrujó anoche,
pero no me quedó más remedio que sentarme, mientras pensaba que debía arreglar
de una vez aquella cerradura, dispuesto a escuchar el problema que traía
consigo.
La palidez
extrema de aquel hombre no desmentía en lo más mínimo que era un tipo apuesto y
que, además, tenía dinero. En su actitud había rastros de una capacidad infinita
de espera, una paciencia malsana casi, como un depredador capaz de vigilar a su
presa días enteros hasta lograr el momento idóneo en que la atacaría con todo
lo que tuviera a su alcance. No me parecía que hubiera acudido a mí por una
vulgar infidelidad o un pequeño robo doméstico.
- "Le
hablaré sin rodeos. Mi mujer desaparece cada noche y cuando regresa al amanecer
en sus ojos hay un brillo ardiente, como de fiebre, y una sonrisa malévola que
no es de ella. Al rato vuelve a ser como siempre, amorosa y alegre, como si no
hubiera pasado nada, como si ni ella misma supiera lo que hace cada noche.
Dormimos en la misma habitación y aunque me quedo despierto a deshoras tratando
de averiguar qué sucede me resulta imposible descifrar este enigma porque, sin
saber cómo, me quedo dormido en un sueño, en una pesadez de agua que me lleva
al fondo de algún mar que me atrapa y del que no logro escapar, un sueño del
que despierto más cansado que cuando me dormí. No soy un hombre supersticioso
ni me asusto con facilidad. He venido a usted para que lo resuelva porque yo no
he podido averiguar nada por mí mismo. Podría encargarle a alguien de mi
confianza esta labor, pero nadie lo sabe y quiero que siga siendo así, no
quiero que nadie pueda decir ni una sola palabra sobre ella cuando yo no esté
delante".
Miré al tipo
apuesto y adinerado; su mujer desaparece y vuelve con una sonrisilla
picarona... cualquiera se reiría en su cara por aquella confesión, yo no.
Observé sus ojeras que me parecieron más profundas que al entrar y un ligero
temblor en su boca que trataba de controlar apretando la mandíbula. Estaba
preocupado y no era por él, por su reputación o su propia estima, estaba
preocupado, aterrado incluso, por ella.
- "De
acuerdo. Anote las señas de su domicilio. Esta misma noche estaré allí. Sólo
decirle que sea lo que sea que descubra se lo diré sin paños calientes,
¿estamos? Y un detalle meramente técnico, pero necesitaría..."
- "Aquí
tiene. La mitad de sus honorarios por adelantado, el resto cuando concluya el
trabajo. Espero que sea suficiente".
Ya lo creo
que sí. No era mezquino ni regateaba, me pagó bastante más de lo que
acostumbraba a cobrarle a cualquiera.
Al atardecer
me aposté en la esquina de la calle desde donde tenía una visión perfecta de
toda la casa. Era una zona muy elegante de la ciudad, de casas construidas por
arquitectos con buen gusto y habitadas por dueños con mejor gusto aún.
Anochecía
deprisa en esa época del año y la oscuridad llegó antes de que se encendieran
las farolas. Empezaba a hacer frío, el viento traspasaba la ropa y olía a
lluvia lejana. En el cielo empezaban a verse unas pocas estrellas, quizá
muertas hacía décadas y empeñadas en hacer notar su presencia antes de que las
luces artificiales las desvanecieran. Encendí un cigarrillo y lo apagué deprisa
maldiciéndome a mí mismo por un fallo que consideré de novato. Si veían la
llama desde la casa habría metido bien la pata.
No parecía
que hubiera mucho revuelo de gente en la casa pese a que todas las luces
estaban encendidas y del salón se escuchaba un hilo de música tenue.
Pasaban las
horas. La casa dormía y la calle entera reposaba en silencio cuando se abrió la
puerta principal. De ella salió una figura espléndida que no se escabullía ni
se escondía, que caminaba despacio, con la cabeza erguida y un sutil contoneo
que me fascinaba.
La seguí a
distancia, sin perderla de vista, hasta que salimos del residencial para llegar
al bosque cercano situado ya en las afueras de la ciudad. Atronaba el silencio
pero, conforme avanzábamos, se escuchó el murmullo de una cascada que recogía
el agua en una poza pequeña. Como una sonámbula, la mujer se acercó a la
cascada deshaciéndose de su ropa y levantando sus brazos al cielo invocando
quién sabe qué fuerzas. Completamente desnuda empezó a bailar. Danzaba con una
música que sólo ella escuchaba, y en un baile lento, ingrávido, su cuerpo
espléndido y apetecible como ningún otro entró a la cascada. Allí comenzó
aquella metamorfosis extraña. Su cuerpo, hacía unos instantes de un blanco
cegador, brillaba iridiscente como si estuviera hecho de escamas. Le cambiaba
la forma de la cara que se alargaba, la nariz se le achataba hasta quedarse con
sólo un par de agujeros pegados a la cara. Pero... ¿Qué demonios era eso? ¿Qué
estaba pasando?
De pronto se
me nubló la vista y sentí cómo me sumergía en un mar sereno y profundo en el
que no me costaba respirar, pero en el que me hundía sin remedio, ralentizados
mis sentidos, paralizados los miembros de mi cuerpo. Perdí la conciencia justo
en el momento en que frente a mí veía los ojos verdes de aquella mujer, tan
irreales, que supe entonces que no pertenecían a este mundo.
A la mañana
siguiente desperté en aquel bosque, tirado en medio de una tierra seca que
apenas sí tenía más rastros de humedad que la del rocío temprano del amanecer.
Me largué de
allí lo más rápido que me permitían mis piernas. Encendí un cigarrillo y fui a
la cafetería más cercana a por un café, no podía pensar sin un café.
¡Maldita
sea! ¿Qué le diría al marido? ¿Que su mujer conjuraba los poderes del agua y se
transformaba en a saber qué rayos de criatura? Tenía que pensar.
Cuando
llegué a mi despacho la puerta estaba abierta, me recibió el aroma perturbador
de un perfume de mujer y al entrar, el conjunto completo de aquella dama
elegante y seductora. Tenía un brillo febril en la mirada y una sonrisa
malévola. Me dejó tan paralizado su belleza así vista, tan de cerca, que no
acerté a decir nada. Ella tomó la iniciativa. Se acercó a mí despacio y sin
mediar palabra me cogió la cara y me besó. Un beso de agua que me ahogaba y en
el que escuchaba cómo reverberaban, llegadas desde muy lejos, unas palabras...
"Jamás dirás nada"
Relato perteneciente a la propuesta "De Revista (Pulp-Art)"
Sin duda mantiene la intriga hasta el final ..en un primer momento uno sospecha de deslealtad y al final es algo sobrenatural ..desde luego bien levado la trama .
ResponderEliminarFelicidades y una abrazo.
Por favor, qué maravilla de relato, me lo he bebido de un trago sin respirar hasta el último párrafo, me ha encantado, enamorado todo, la fluidez con la que se van sucediendo las escenas, apetece seguir leyendo. Mi más sincera enhorabuena, mi querida amiga. Chapeau... preciso y mágico.
ResponderEliminarMil besitos que te abracen con todo mi cariño y mi felicitación ♥