ÉRASE UNA VEZ QUE SE ERA...
que la palabra dejó de ser tinta
para ser revoloteo
en la yema de los dedos...

Y las letras fueron hiedras;
frondosas lianas tocando el cielo.
Fueron primavera floreciendo;

... y apareciste tú...
tú,
que ahora nos lees...

Y se enredaron nuestros verbos,
nuestros puntos y comas,
se engarzaron nuestras manos
cincelando sentires y cantos.

Entre líneas surcamos
corazón al mando; timón
de este barco...

©Ginebra Blonde

martes, 2 de abril de 2019

Bruja Del Agua




Cuando encontré a aquel tipo esperándome en el despacho, inmóvil, con su traje impecable y el sombrero sobre la mesa, no presagié nada bueno. En sus ojos se cruzaba una sombra que marcaba unas ojeras profundas fruto de muchas noches en vela y una vigilia atormentada.
Aún no había tomado mi tercera taza de café, el cuarto cigarrillo se me apagaba entre los labios y en mi cabeza resonaba la risa cascabelera de quien me embrujó anoche, pero no me quedó más remedio que sentarme, mientras pensaba que debía arreglar de una vez aquella cerradura, dispuesto a escuchar el problema que traía consigo.
La palidez extrema de aquel hombre no desmentía en lo más mínimo que era un tipo apuesto y que, además, tenía dinero. En su actitud había rastros de una capacidad infinita de espera, una paciencia malsana casi, como un depredador capaz de vigilar a su presa días enteros hasta lograr el momento idóneo en que la atacaría con todo lo que tuviera a su alcance. No me parecía que hubiera acudido a mí por una vulgar infidelidad o un pequeño robo doméstico.

- "Le hablaré sin rodeos. Mi mujer desaparece cada noche y cuando regresa al amanecer en sus ojos hay un brillo ardiente, como de fiebre, y una sonrisa malévola que no es de ella. Al rato vuelve a ser como siempre, amorosa y alegre, como si no hubiera pasado nada, como si ni ella misma supiera lo que hace cada noche. Dormimos en la misma habitación y aunque me quedo despierto a deshoras tratando de averiguar qué sucede me resulta imposible descifrar este enigma porque, sin saber cómo, me quedo dormido en un sueño, en una pesadez de agua que me lleva al fondo de algún mar que me atrapa y del que no logro escapar, un sueño del que despierto más cansado que cuando me dormí. No soy un hombre supersticioso ni me asusto con facilidad. He venido a usted para que lo resuelva porque yo no he podido averiguar nada por mí mismo. Podría encargarle a alguien de mi confianza esta labor, pero nadie lo sabe y quiero que siga siendo así, no quiero que nadie pueda decir ni una sola palabra sobre ella cuando yo no esté delante".

Miré al tipo apuesto y adinerado; su mujer desaparece y vuelve con una sonrisilla picarona... cualquiera se reiría en su cara por aquella confesión, yo no. Observé sus ojeras que me parecieron más profundas que al entrar y un ligero temblor en su boca que trataba de controlar apretando la mandíbula. Estaba preocupado y no era por él, por su reputación o su propia estima, estaba preocupado, aterrado incluso, por ella.

- "De acuerdo. Anote las señas de su domicilio. Esta misma noche estaré allí. Sólo decirle que sea lo que sea que descubra se lo diré sin paños calientes, ¿estamos? Y un detalle meramente técnico, pero necesitaría..."

- "Aquí tiene. La mitad de sus honorarios por adelantado, el resto cuando concluya el trabajo. Espero que sea suficiente".

Ya lo creo que sí. No era mezquino ni regateaba, me pagó bastante más de lo que acostumbraba a cobrarle a cualquiera.

Al atardecer me aposté en la esquina de la calle desde donde tenía una visión perfecta de toda la casa. Era una zona muy elegante de la ciudad, de casas construidas por arquitectos con buen gusto y habitadas por dueños con mejor gusto aún. 
Anochecía deprisa en esa época del año y la oscuridad llegó antes de que se encendieran las farolas. Empezaba a hacer frío, el viento traspasaba la ropa y olía a lluvia lejana. En el cielo empezaban a verse unas pocas estrellas, quizá muertas hacía décadas y empeñadas en hacer notar su presencia antes de que las luces artificiales las desvanecieran. Encendí un cigarrillo y lo apagué deprisa maldiciéndome a mí mismo por un fallo que consideré de novato. Si veían la llama desde la casa habría metido bien la pata.
No parecía que hubiera mucho revuelo de gente en la casa pese a que todas las luces estaban encendidas y del salón se escuchaba un hilo de música tenue.

Pasaban las horas. La casa dormía y la calle entera reposaba en silencio cuando se abrió la puerta principal. De ella salió una figura espléndida que no se escabullía ni se escondía, que caminaba despacio, con la cabeza erguida y un sutil contoneo que me fascinaba.
La seguí a distancia, sin perderla de vista, hasta que salimos del residencial para llegar al bosque cercano situado ya en las afueras de la ciudad. Atronaba el silencio pero, conforme avanzábamos, se escuchó el murmullo de una cascada que recogía el agua en una poza pequeña. Como una sonámbula, la mujer se acercó a la cascada deshaciéndose de su ropa y levantando sus brazos al cielo invocando quién sabe qué fuerzas. Completamente desnuda empezó a bailar. Danzaba con una música que sólo ella escuchaba, y en un baile lento, ingrávido, su cuerpo espléndido y apetecible como ningún otro entró a la cascada. Allí comenzó aquella metamorfosis extraña. Su cuerpo, hacía unos instantes de un blanco cegador, brillaba iridiscente como si estuviera hecho de escamas. Le cambiaba la forma de la cara que se alargaba, la nariz se le achataba hasta quedarse con sólo un par de agujeros pegados a la cara. Pero... ¿Qué demonios era eso? ¿Qué estaba pasando?
De pronto se me nubló la vista y sentí cómo me sumergía en un mar sereno y profundo en el que no me costaba respirar, pero en el que me hundía sin remedio, ralentizados mis sentidos, paralizados los miembros de mi cuerpo. Perdí la conciencia justo en el momento en que frente a mí veía los ojos verdes de aquella mujer, tan irreales, que supe entonces que no pertenecían a este mundo.

A la mañana siguiente desperté en aquel bosque, tirado en medio de una tierra seca que apenas sí tenía más rastros de humedad que la del rocío temprano del amanecer.
Me largué de allí lo más rápido que me permitían mis piernas. Encendí un cigarrillo y fui a la cafetería más cercana a por un café, no podía pensar sin un café.
¡Maldita sea! ¿Qué le diría al marido? ¿Que su mujer conjuraba los poderes del agua y se transformaba en a saber qué rayos de criatura? Tenía que pensar.

Cuando llegué a mi despacho la puerta estaba abierta, me recibió el aroma perturbador de un perfume de mujer y al entrar, el conjunto completo de aquella dama elegante y seductora. Tenía un brillo febril en la mirada y una sonrisa malévola. Me dejó tan paralizado su belleza así vista, tan de cerca, que no acerté a decir nada. Ella tomó la iniciativa. Se acercó a mí despacio y sin mediar palabra me cogió la cara y me besó. Un beso de agua que me ahogaba y en el que escuchaba cómo reverberaban, llegadas desde muy lejos, unas palabras... "Jamás dirás nada"


Relato perteneciente a la propuesta "De Revista (Pulp-Art)"



2 comentarios:

  1. Sin duda mantiene la intriga hasta el final ..en un primer momento uno sospecha de deslealtad y al final es algo sobrenatural ..desde luego bien levado la trama .
    Felicidades y una abrazo.

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  2. Por favor, qué maravilla de relato, me lo he bebido de un trago sin respirar hasta el último párrafo, me ha encantado, enamorado todo, la fluidez con la que se van sucediendo las escenas, apetece seguir leyendo. Mi más sincera enhorabuena, mi querida amiga. Chapeau... preciso y mágico.

    Mil besitos que te abracen con todo mi cariño y mi felicitación ♥

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Gracias por tu visita y tu compañía... ©Gin

Gracias por tu visita y tu compañía... ©Gin