Amores Que Matan

No le temblaba el pulso... Su sangre era tan fría como caliente. Yo sabía de su mente metódica y calculadora, de su buena precisión cada vez que tenía que hacer su trabajo, y de esa frialdad que me asustaba cuando leía sus ojos. Pero, también sabía de sus manos suaves y cálidas, de su mirada penetrante, y su sonrisa tierna cuando me abrazaba y acariciaba.  

Éramos amantes. De esos que no cuestionan al otro ni hacen preguntas. Esos que tan solo queman, en cada encuentro, esas rutinas que carcomen, ese malvivir de un mundo poco agradecido, y esos golpes y heridas que van cauterizando el alma. 

Pero, era un asesino a sueldo… Y aun cuando nuestros cuerpos eran una hoguera de lujurias que prendían nada más cruzar nuestras miradas, sus manos, eran capaces de empuñar un arma y disparar sin un atisbo de piedad o conciencia, por lo tanto, me aseguré de tener mis contactos…

Aquella noche presagiaba lo de tantas otras, solo había una pequeña diferencia; bajo mi vestido y entre mi liguero, llevaba un arma. Yo iba a ser, supuestamente, su próxima víctima. Un encargo que, dada su intachable profesionalidad, seguro, iba a llevar a cabo.

Siempre supe el precio a pagar… Dejar a su jefe no fue buena idea, menos, enamorarme de quien, irremediablemente, debía matar antes de que él me matara a mí.

Yo... siempre he creído en el amor, pero, qué le vamos a hacer; hay amores que matan…

©Ginebra Blonde

Relato perteneciente a la propuesta "De Revista (Pulp-Art)"