Gérard y Bérénice se bajaron del TODOTERRENO deportivo, y
saltaron a su vez de la camioneta. Ella miró desde lejos la MONTAÑA de Fusi
Yama.
- ¡Qué maravilla! vamos, es el momento de disfrutarla. -
dijo Bérénice.
Después de caminar media hora, ya en el pie de la montaña,
decidieron cuál sería el método de subida, en aquella alocada y romántica
aventura. Optaron por el estilo alpino, el que dominaban, y que les permitiría
alcanzar la cima en poco tiempo.
Al cabo de una hora, se detuvieron en un enorme árbol,
rodeado de una hilera de rocas negras, desde donde pudieron contemplar la
extraña fase fantasmagoria de la luna de sangre.
Sin que lo advirtiera, se apareció frente a ellos un Fujiko,
vestido de largas ropas blancas.
- No
debieron traspasar la ruta al anillo de las tinieblas, extranjeros. - dijo el
peregrino.
- ¿Por qué
no? de acuerdo al MAPA es nuestra ruta. - respondió Gérard.
- Ahí está
el gran enigma de ese mapa. ¡Deben regresar! - añadió, y se perdió entre la
maleza.
- ¿Qué vamos
hacer? - preguntó ella, con una mezcla de curiosidad y desconfianza. Él
desdobló el mapa, y le enseñó la misma ruta que había marcado anteriormente con
un círculo rojo. - Espera. Consultemos la BRÚJULA. - insistió Bérénice.
- ¿Eh, qué
pasa? ¡Sus polos están invertidos! -
- Es debido
a la atracción magnética de la lava, por eso pierden su eficacia, explicó. - Él
le acarició el rostro con ternura, apartó un mechón rubio de sus ojos y le dio
un apasionado beso.
-Ella
suspiró, no muy convencida.
- No debes preocuparte. A propósito, ¿No te parece que este
lugar es fabuloso para perdernos en la quietud de la noche? Será mejor montar
la tienda antes que anochezca, sugirió. - Ella aceptó con la mirada.
Bérénice terminó de tomarse una coca-cola life cuando oyó un
ruido.
- ¿Escuchaste?
-
- No te
muevas - dijo él. - Quédate donde estas. -
Sacó el machete de su mochila y examinó alrededor de la
tienda. Solo se encontró con los fuertes silbidos del viento, moviendo ramas y
hojas secas. - ¡Todo bien! Es el viento que nos arrulla en esta luna llena. -
dijo. Luego, la cargó en sus tiernos, fogosos y apasionados brazos, y entró con
ella a su nido de amor.
Después de poseerla salvajemente, de extraerle toda la
adrenalina sexual acumulada por aquella espera; Gérard lanzó un gruñido de
placer. Seguido, le dio un beso, suave húmedo, y deslizó un brazo debajo de su
cabeza. El cuerpo de Bérénice le pedía descanso. Su sexo le ardía, el olor y el
sabor de él la tenían extenuada, casi paralizada.
En ese instante, miró
desde el suelo la CUERDA que, sostenía la linterna que empezó a moverse
por sí sola. Se encogió del susto, y clavó las uñas en los desnudos muslos de
su amado novio.
De presto, los ojos de Gérard se transformaron en dos
profundos lagos de color carmesí. Una mano inhumana, con garfios acabados en
largas y amarillentas uñas, se enterró en su desnudo vientre, para sacar el
feto que nacía en sus entrañas, y que con gran voracidad comenzó a engullir.
Luego, la silueta del LOBO succubus se fundió en la noche
dejando de ser un ente discernible de las sombras. El viejo Fujiko lo observó
alejarse, mientras subía por la vereda, ofreciendo oraciones a la cima de la
montaña, en nombre de los amantes de la luna de sangre.
Relato perteneciente a la propuesta "Mar, O Montaña"
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