ÉRASE UNA VEZ QUE SE ERA...
que la palabra dejó de ser tinta
para ser revoloteo
en la yema de los dedos...

Y las letras fueron hiedras;
frondosas lianas tocando el cielo.
Fueron primavera floreciendo;

... y apareciste tú...
tú,
que ahora nos lees...

Y se enredaron nuestros verbos,
nuestros puntos y comas,
se engarzaron nuestras manos
cincelando sentires y cantos.

Entre líneas surcamos
corazón al mando; timón
de este barco...

©Ginebra Blonde

domingo, 30 de septiembre de 2018



Corrí por el muelle con mi botín a buen resguardo en el interior de mi casaca. ¿Dónde puñetas había dejado mi barco? En realidad, no era más que un velero pequeño que una sola persona podía manejar con facilidad, pero para mí era como un buque de guerra. Leí apresuradamente los nombres mientras me movía.

"Odyssey"
"Lucinda"
"Delfín"
"Rosa de los vientos"
"Ojos azules"
...

¡Ah, ahí estaba! Mi preciosa "Ojos Azules". Es irónico, porque justo en ese momento estaba huyendo de unos ojos azules muy bonitos pero muy cabreados.

Salté a la cubierta sin pensarlo y solté las amarras; las cuerdas me mordieron las palmas de las manos, pero los callos demostraban que ya era una costumbre. Escuché las maldiciones y los pasos de mi perseguidora no muy lejos, así que me apresuré a levar el ancla, a extender las velas y a hacerme con el timón.

¡Pirata! ¡Ladrón!

Su voz rompió la calma de la noche; en el agua se reflejaban las estrellas, de manera que no se sabía dónde empezaba el cielo y dónde el mar.

No pude evitar darme la vuelta para mirarla mientras me alejaba del puerto.

Llevaba meses tras la pista de aquella brújula y aquel mapa que conducían a los lugares más maravillosos del mundo, prometiendo miles de tesoros y aventuras. Una noche en una taberna escuché cómo un hombre se quejaba de que en una subasta una mujer había comprado aquellos objetos por una suma exacerbada, impidiendo al resto de pujantes competir siquiera con ella. No fue difícil sonsacarle su nombre después de un par de botellas de ron. Así que sin más demora viajé hasta donde ella vivía, y la observé durante varios días. Llegué a la conclusión de que era prácticamente imposible entrar en su mansión a menos que ella te invitase, así que no me quedó otra opción: seducirla.

No es que fuera un sacrificio, ni mucho menos. Durante las pocas semanas que me hice pasar por un joven mercader, disfruté de la compañía de la mujer más hermosa e inteligente que había conocido en mi vida, e incluso me penó tener que robarle después de dejarla durmiendo enredada entre sus propias sábanas. Quizás por eso cometí el error de darle un beso de despedida.

Sus preciosos ojos azules comprendieron al instante lo que había sucedido y lo que más me dolió fue el dolor que se leyó en ellos al darse cuenta de que había sido vilmente engañada.

Al menos eso me dio el tiempo necesario para huir; salté por la ventana y no miré atrás... hasta ese momento.

Incluso en la distancia me di cuenta de que lágrimas de rabia rodaban por sus mejillas. Había salido de la casa en camisón y su melena dorada latigueaba a su espalda, algo completamente indecoroso en aquella época. Por suerte, solo estábamos nosotros dos, los veleros, el mar y la luna como testigos.

Por un instante me asaltaron las dudas.

¿Y si estaba dejando escapar un tesoro y una aventura mucho mejores que las que me esperaban con ese mapa y esa brújula?

Sacudí la cabeza y volví a mirar al horizonte.

Si esos ojos azules estaban escritos en mi destino, nos volveríamos a ver.


Relato perteneciente a la propuesta "Mar, O Montaña"



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Gracias por tu visita y tu compañía... ©Gin

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