Quería ver un delfín. Los había visto tanto en la televisión
que no descansó hasta que su novio finalmente la llevó en el velero a un paseo
con la esperanza de que por fin pudiera ver a aquellos simpáticos animales. Leo
jamás le dijo que por aquella zona era muy difícil que viera a uno, pero
tampoco quería matar su entusiasmo de aquella manera y con la belleza del mar y
lo que él había preparado para aquella velada romántica, estaba seguro que no
ver a los delfines iba a ser lo de menos. Ese día, había una lluvia de
estrellas y si aún los animales no aparecían, tendría un as bajo la manga para
hacer de esa noche, una velada increíble.
Amira se acercó a la barandilla con entusiasmo mirando el
mar. El viento ondeaba su cabello y el olor del agua salada impregnaba sus
fosas nasales. Aun le parecía increíble la idea de salir así tan sólo por un
capricho de ella, pero no se arrepentía de nada.
El velero se detuvo. Leo marcó las coordenadas en el mapa,
si había algún avistamiento de delfines por la costa sería justo por ahí o al
menos, eso esperaban los dos. Al detener el velero, descorchó una botella de
vino y se acercó a ella por la espalda dejándole la copa en la mano dándole un
beso en el cuello. Amira sonrió y se dejó rodear por sus brazos. Aquel paisaje
era maravilloso, estaban solos, había un precioso atardecer de ensueño, en
medio del agua sin que nadie los molestara.
Y sin embargo, algo los molestó. Un silbido los hizo mirar
hacia abajo y de pronto, vieron emerger un hocico largo. Al asomarse a mirar,
encontrar a aquel simpático cetáceo en frente suyo. El mismo emergió dejando la
mitad de su cuerpo fuera y luego, saltó, salpicándolos con el agua. Un momento
más transcurrió antes de que se acercara a ellos y abriera el hocico, dejando ver
una brújula en el interior de éste.
Amira, entusiasmada como estaba, miró a su novio y luego,
estiró la mano tomando el objeto del animal y tras eso, éste se hundió en el
agua y no volvió a aparecer. El objeto era una antigüedad. Estaba impecable a
pesar de que parecía tener mucho tiempo por lo amarillento del fondo de la
brújula, sin embargo, la cubierta estaba impecable y estaban casi seguros que
era de oro.
Con ese precioso regalo encima, podían decir que tenían una
noche mucho más que mágica y cerrar con broche de oro, literalmente.
Leo buscó su celular y puso algo de música para ambientar
que aún quedaba mucha noche con ellos. Al voltear, no vio a Amira en la
cubierta. Si quería jugar un poco con él antes de pasar a ligas mayores, con
gusto lo haría. Sin embargo, se detuvo al sentirse amarrado por la espalda. Sus
manos quedaron atadas con una cuerda y pronto, su cuello se vio exactamente de
la misma manera. Amira apretó el nudo alrededor del cuello hasta que la piel se
puso morada y el aire escaseó, cayendo al suelo por la hipoxia. Con paso lento,
lo arrastró y lo tiró por la borda, dejando que el agua hiciera lo suyo y se
ahogara.
Amira miró la brújula y sonrió. Ese objeto poseía el
espíritu de una mujer, aprovechando el cuerpo de Amira para poder cobrar su
venganza, aquella que consistía en matar al hombre que la había asesinado, de
la misma manera que ella. Pero no iba a quedar así nomás. Guardó la brújula en
el bolsillo y Amira saltó al agua, sumergiéndose hasta que se hundió por
completo y no volvió a salir.
Ahora, se había cobrado todo, había matado a su amante y a
la mujer con la que la engañaba, quedando sólo la brújula flotando en el agua…
y un delfín que la tomaría de nuevo y volvería a nadar hasta el próximo
contacto humano mientras la lluvia de estrellas coronaba aquella escena con
gran belleza.
Relato perteneciente a la propuesta "Mar, O Montaña"
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