(Agua/Deseo/Inefable)
Ella siempre vestía de rojo pasión, o de naranja brillante;
sus cabellos de amarillo dorado reflejaban la luz del amanecer y el arrebol de
sus mejillas contenían los rasgos de una efímera belleza. Pero ella no se
sentía fuego.
Quería ser agua, confundirse en la inmensidad del océano,
sumergirse en las profundidades misteriosas del mar, hacerse gota y empapar la
tierra, navegar entre las olas y surcar el infinito horizonte, pero tampoco se
sentía agua.
Le gustaba la firmeza de la tierra, fruto y semilla de la
vida. Observar el paso lento de las estaciones y aprender de la perseverancia
de la naturaleza. Ahondar con sus manos en el corazón de una rosa o trepar
entre las vigorosas raíces de un árbol. No, no se sentía tierra.
Ella tenía un deseo inefable de sentirse aire. Poseer el
lenguaje callado de los árboles, sostener con su etérea presencia las alas
brillantes de las libélulas o las de hermosos colores de las mariposas. Quería
sentir el lado que acaricia la brisa rozando el rostro sereno de la
contemplación. Quería ser aire y reponer el abrazo solidario de la soledad.
Aire, presencia invisible que hondea entre las cimas sublimes de la vida; aire,
viento rápido, veloz cuando grita; suave y cálido cuando susurra. Ella quería
ser aire, ella quería ser libre.
Relato perteneciente a la propuesta "Elementos"
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