Llamé a la puerta con el corazón latiendo a mil por hora. Me abrió una mujer que deduje sería la cuidadora de mi anciano padre. Pregunté por el señor de la casa, y me miró con desconfianza. Me preguntó quién era, y dije que prefería explicárselo al señor personalmente. Se quedó dudando un momento, y me pidió que la siguiera.
Pasamos a un salón con una luz muy podre, donde estaba sentado mi padre en un viejo sillón. Estaba escuchando la radio con un transistor a pilas. Su cabello era gris y escaso, y llevaba unas gruesas gafas. Aun así, seguía conservando algo de la expresión que lucía en las fotos de él cuando era joven que me habían facilitado.
Me preguntó con voz cascada “¿quién es usted y qué desea?”. No sé qué me dolió más, que no se acordara de mí o que me viera tan adulto como para tratarme de usted. Le dije que era su hijo único, Sebastián. Se quedó aturdido durante unos instantes. Hasta que al fin murmuró “te pareces mucho a ella...”, refiriéndose a su difunta esposa.
Era terrible que me hubiera abandonado, pero viéndole en un estado tan penoso, no quise ensañarme demasiado con reproches. Él mismo me explicó que se había quedado viudo poco después de que yo naciera, y que en aquel momento atravesaba una situación económica muy complicada que le iba a dificultar criarme, más aún sin una figura materna. Por eso consideró que la opción del orfelinato era menos mala.
Nunca es demasiado tarde, y al fin y al cabo un padre siempre es un padre, aunque no ejerciera demasiado como tal. Por eso decidí que le visitaría periódicamente, para que no se sintiera tan solo. Y temas de conversación no nos iban a faltar. Teníamos muchas cosas que contarnos...
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Relato perteneciente a la propuesta "Entra"
Estaba estudiando en la biblioteca, con mis apuntes de física escritos con letra de médico esparcidos por la mesa. Enfrente de mí había una chica que me gustaba, pero con la que nunca me había atrevido a hablar. Estudiaba psicología, algo que siempre me ha parecido interesante.
En un momento dado recogió sus cosas. Supongo que tenía que hacer algo, porque solía quedarse hasta que cerraran. Cuando ya se alejaba, me di cuenta de que se había dejado algo encima de la mesa... una barra de labios. Me levanté rápidamente y la seguí por el pasillo. "¡Eh, perdona! ¡Te has dejado una cosa olvidada!".
Me dio las gracias muy sonriente. Los dos estábamos deseando conocernos, pero no encontrábamos la manera de romper el hielo. A partir de entonces, todo fue mucho más fácil. Charlábamos en los descansos, a veces bajábamos a tomar un café... y eso fue sólo el comienzo de una larga amistad.
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Relato perteneciente a la propuesta "Silencio, Se Rueda"
LLAVE
Mi chica y yo habíamos organizado una fiesta en nuestro piso. Regresé después del trabajo, y me di cuenta de que se me había olvidado la *llave*. Toqué el timbre pero Isabel no me oía, así que llamé por *teléfono*. Entonces sí que me respondió, y salió a abrirme. Estaba en su habitación, probando su traje para la fiesta. Llevaba un *antifaz* con el que su rostro lucía muy sensual. Tras darnos un beso, fui a dejar mi paraguas abierto en la *bañera*, ya que había estado lloviendo a cántaros.
Nuestra amiga Laura fue la primera en llegar. Iba chupando una *piruleta* en forma de corazón, algo propio de su imagen ligeramente infantil. Dejó sobre el sofá un periódico que iba leyendo, y se puso a hablar con nosotros. Me fijé en una noticia que venía en la portada: habían detenido al empresario Arturo Molinero por estafa y delito fiscal. Aparecía una foto en la que los policías le estaban poniendo las *esposas* para llevárselo detenido.
Molinero fue compañero de mi colegio, y se veía que iba a acabar mal. Era el típico “malote” que iba en *moto*. Dicen que ya tuvo problemas con la policía, porque en una discoteca le descubrieron en posesión de un *revólver*, que a saber de dónde lo sacó. Sin embargo, parecía que se había reformado. Hacía poco había visto un video en YouTube en el que daba una charla sobre marketing desde su despacho. Incluso tenía una *cruz* cristiana sobre su mesa. Uno no se puede fiar... A pesar de haber estudiado una carrera y un máster en una universidad privada de ambiente selecto, el lado más oscuro que ya mostraba de adolescente acabó por aflorar de nuevo. Y es que, como decía Aristóteles, “educar la mente sin educar el corazón no es educación”.
En cualquier caso, él se lo había buscado. Decidí dejar de pensar en ese asunto y disfrutar de la fiesta que estaba a punto de comenzar. Ya iban llegando más invitados, y mi chica encendió una *vela* para dar ambiente. Fue una noche memorable. Es mucho mejor vivir una vida sencilla, sin grandes ambiciones pero disfrutando de las cosas buenas como la amistad, y teniendo la conciencia tranquila, ¿no creéis?
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Relato perteneciente a la propuesta "Citas Y Sueños"
LUJURIA
Quedé con mi amiga Jana a la salida de su turno del supermercado. Siempre que puedo paso por su caja para pagar. Hace años empezamos a charlar sobre cosas intrascendentes, y hemos acabado haciendo una bonita amistad.
Fuimos en metro hasta su casa, hablando y dándonos algún beso y alguna caricia por el camino. Al llegar, salió por el garaje de la casa un coche que nos dio un susto. En el asiento del copiloto iba una *monja* más bien mayor. El *chófer* era un hombre de mediana edad, posiblemente algún familiar de la monja -no un hijo, por razones obvias-, ya que en ese tipo de órdenes religiosas el trato con el sexo opuesto está muy limitado.
Jana vive con su hermana Vanesa, que es *enfermera*. Cuando entramos en el piso vimos a la hermana instalando un aparato de televisión que les acababan de traer. Por el suelo estaba tirada la caja y la *cuerda* de embalar. Vanesa le dijo a Jana: “Hermanita, ya tenemos tele nueva!”. Puso un canal cualquiera para probarla, y salió una *bruja* de las que predicen el futuro diciendo: “Hoy va ser un día muy romántico para los Géminis y para los Aries”. Justo mi signo y el de Jana...
Estuvimos los tres un rato en el salón, hablando de temas variados. Jana comentaba que más o menos estaba a gusto en su trabajo, pero que el jefe del supermercado era un poco déspota cuando tenía el día malo. Sólo le faltaba sacar el *látigo*, decía. Al cabo del rato, Vanesa se tuvo que ir al hospital donde trabajaba porque tenía turno de tarde, y Jana y yo nos quedaríamos solos...
Mi amiga me invitó a entrar en su habitación. En la mesilla de noche había una *jeringuilla* que usaba para administrarse la insulina, ya que es diabética. Se quitó las botas para estar más relajada, y a continuación las medias. Llevaba una *media* de cada color, una verde y otra naranja. Cogió unas pequeñas *tijeras* del cajón de la mesita y se recortó la punta de una uña del dedo gordo del pie que se le clavaba un poco.
Me invitó a que me descalzara yo también, y me propuso con gesto juguetón hacernos cosquillas en los pies mutuamente. Así lo hicimos, y también nos tocamos los pies planta con planta -más grandes los míos, más pequeños los suyos-. Era muy excitante, e invitaba a un mayor contacto entre pieles. Ya se sabe cómo acaban esos juegos. Una cosa lleva a la otra, y...
Cuando anocheció, Jana quiso acompañarme hasta el metro. En ese momento salió la vecina de enfrente, una señora pelirroja de mirada inquisitiva. Jana me comentó que era *detective* privada. Viéndonos salir a los dos del piso, sudorosos y con el cutis sonrosado, con las habilidades deductivas que se le suponen a alguien que ejerce esa profesión, supongo que no le resultó difícil adivinar lo que sucedió tras esas puertas...
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Relato perteneciente a la propuesta "Pasad, Pecadores"
En un grupo de whatsapp en el que estoy, se propuso hacer una escapada a Transilvania. Nos hospedaríamos en un hotel de la zona, pero pasaríamos una noche en el castillo de Drácula, con la condición de llevar sólo tres objetos.
Llevé mi móvil, y nada más entrar allí vi que no había cobertura. Pero me serviría para hacer fotos y subirlas después. A menos que luego aparecieran en negro debido a los poderes ocultos del castillo.
Además llevé unos bombones como postre para la cena que nos ofrecieron los actuales sirvientes del castillo, y una botella de vino. Nos la bebimos entre todos. Una vez vacía, nos serviría para jugar a ‘verdad o atrevimiento’. Ya sabéis, se hace girar la botella, y le tocará jugar a quien apunte al detenerse.
Tras la cena, buscamos una habitación amplia en la que pudiéramos sentarnos en círculo. Fuimos a una zona del castillo en la que se suponía que no había nadie, por lo que daba un poco de respeto. Entonces notamos que de una de las habitaciones se oían sonidos extraños. Nos podía la curiosidad, así que llamamos a la puerta. Nadie contestaba, por lo que intentamos abrir, pero estaba cerrada con llave.
El ruido que se oía desde fuera era como de tablas golpeándose entre sí, con algún gruñido intercalado. Estaba claro que dentro de esa habitación había alguien. Seguimos llamando, y casi nos quedamos pasmados cuando vimos quién nos abrió: el mismísimo conde Drácula, que a pesar del paso de los siglos apenas había envejecido.
Con gesto de fastidio, nos dijo: “Vaya, ¿no puede uno montar tranquilamente una estantería de Ikea sin que vengan a interrumpir? Me dicen que tengo que modernizarme, pero estas cosas no son para mí, me he quedado desfasado”.
Yo llevaba en la mano la botella vacía para el juego de ‘verdad o reto’, y cuando el Conde se dio cuenta, exclamó: “¡Pero bueno, encima os habéis pimplado la botella de vino entera y no me habéis dejado nada! Que sepáis que ahora ya no me alimento de sangre, eso no beneficiaba nada a mi reputación. Ahora tomo vino, a ser posible tinto de la Mancha”.
Al final se apuntó a jugar con nosotros, con la condición de que no le etiquetáramos en Facebook si le hacíamos fotos. Es muy celoso de su privacidad este Drácula.
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Relato perteneciente a la propuesta "Un Evento Inesperado"
Tenía clase con mi alumna Beatriz, que había cumplido años el día anterior. Cuando me abrió la puerta la felicité, y ella se puso muy contenta y me dio un *beso*. Me enseñó unos *patines* que le habían regalado, y le comenté: “Vaya, ¿se te da bien patinar? Yo no tengo nada de equilibrio, me da mucho *miedo* caerme”.
Se atusó el pelo mirándose en un *espejo* del pasillo, y entramos en la habitación. En una esquina de la mesa había un *farolillo*, seguramente de su fiesta de cumpleaños. Me fijé en una foto de cuando era pequeña, con un *oso de peluche* en sus brazos. Y le dije: “¡Cómo pasa el tiempo! Aquí eras una niña y ahora ya eres mayor de edad”.
Era finales de mayo y tenían el aire acondicionado, así que me puse el jersey sobre la espalda a modo de *capa*. Nos pusimos a hacer problemas de física. Empezamos con uno sobre un *columpio* que ella había intentado hacer sola sin éxito. “¡No entiendo este tema del movimiento oscilatorio, está lleno de ecuaciones extrañas, es una *locura*!”, se lamentaba.
Se lo expliqué desde el principio, y pareció entenderlo bien. Le hice notar que la ecuación del movimiento depende de la aceleración de la gravedad, pero no de la masa. Por tanto, en un lugar donde la gravedad fuera menor, como la Luna, al columpiarnos oscilaríamos más lentamente.
Entonces, ella dijo: “¡Ayyy, de pequeña mi sueño era ser astronauta y viajar a la Luna! Aunque si hubiera algún problema y no pudiera regresar, el sueño se convertiría en *pesadilla*”. Y yo le respondí: “No dejes nunca de soñar. Todos tenemos nuestra ‘luna’ particular, a la que podemos viajar en nuestra imaginación, y sin preocuparnos por el suministro de oxígeno”.
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Relato perteneciente a la propuesta "Atrapasueños"
Todos los días iba a la *biblioteca* a estudiar. Allí estábamos siempre los mismos. Había una chica alta, pálida de piel y con aspecto de introvertida, que me resultaba muy atrayente. Vestía de manera sencilla y cómoda: solía llevar camiseta o suéter, pantalones de pana y deportivas blancas.
Un día, por fin me atreví a hablar con ella. Eran cerca de las nueve de la noche, estaban a punto de cerrar, y nos habíamos quedado los dos solos. Estábamos sentados en la misma mesa, uno enfrente de otro. Para romper el hielo le dije: “Cuánto estudiamos, ¿eh? Necesitamos un descanso”. Y ella respondió: “Ufff, ya te digo... Estas asignaturas son inabarcables, por mucho que las estudies nunca las llegas a dominar del todo”. Y añadió, en tono jocoso: “No puedo más, necesito huir...”.
Después de haber hablado con esa chica, volví a casa con mucho subidón. Parecía que encajábamos muy bien, porque esas cosas se notan rápido. ¿Quién dijo que en la biblioteca no se pudiera encontrar el *amor*? Según pasaban los días, nos íbamos conociendo más. Nos sentábamos juntos, y cuando estábamos cansados bajábamos al bar a tomar un café.
En la segunda mitad de mayo, debíamos pasar aún más tiempo en la biblioteca debido a la proximidad de los exámenes. El buen tiempo también fue puntual. Ella había cambiado su vestuario habitual por una camiseta de tirantes, unos pantalones de seda ligeramente acampanados y unas sandalias. Tenía las uñas de los pies muy bien cortadas y limpias, pero sin pintar, lo cual concordaba con su imagen natural. Yo llevaba camiseta, bermudas y chanclas.
Estábamos sentados uno enfrente de otro en una de las mesas corridas de la biblioteca. Ella se sacó las sandalias y estiró los pies, poniéndolos sobre una silla vacía que había a mi lado. Entonces yo le hice cosquillas en la planta de los pies. Ella dio un respingo y yo dije: “¡Era difícil resistir la tentación!”. Entonces ella me dijo con mirada pícara: “¡Pues te voy a pagar con la misma moneda!”. Y volvió a meter los pies por debajo de la mesa y los frotó contra los míos, pues yo también tenía las chanclas medio sacadas.
El resto de la tarde fuimos responsables y continuamos estudiando. Pero cuando llegó la hora de cerrar, me dijo en tono juguetón: “Estoy sola en casa, mis padres se han ido de viaje. ¿Te vienes a mi casa? Así podremos continuar la batalla de cosquillas en los pies que hemos iniciado...”. Era una gran tentación, pues ese tipo de cosas ya se sabe cómo acaban. Y la mejor manera de librarse da la tentación era caer en ella...
©Chema
Relato perteneciente a la propuesta "Tentación (es)"
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