(Autora:
©Dafne Sinedie)
Cuando Cardo nació, recibió aquel nombre porque su cabeza
estaba cubierta de un hirsuto cabello moreno.
Aunque pasasen los años y su madre se lo
cortase al rape, siempre crecía de la misma manera, lo cual era motivo de burla
para los niños y las niñas del pueblo.
—¡Cardo es una bruja como su madre! —le
gritaban mientras le tiraban piedras, obligándola a refugiarse en la tienda.
Su madre, Romero, era la herborista del
pueblo, por lo que su casa-tienda siempre estaba abarrotada de plantas, frascos
y libros. Algunos pueblerinos recelaban de ella, creyendo que de verdad se
trataba de una bruja. Sin embargo, cuando necesitaban sus remedios al final
siempre acudían a ella.
Cardo odiaba a la gente del pueblo.
Conforme crecía, se envolvió en una coraza de espinas y se centró en sus
estudios. Ahora, Cardo había cumplido el cuarto de siglo y su belleza era tan
punzante como sus palabras.
Su figura era esbelta como la de una
bailarina y su piel pálida como la Luna. Sus labios, carnosos y rosados,
contrastaban con sus dientes blancos como perlas. Sus ojos grises revelaban una
tonalidad violeta, como si sus irises tuvieran amatistas engarzadas alrededor
de sus pupilas. Sus cejas se arqueabas como plumas y su corto cabello moreno coronaba
su cabeza tan hirsuto como el día de su nacimiento.
—Cardo, querida, ¿te importa ir al bosque
a por algunos ingredientes?
La verdad es que lo
único que le apetecía era seguir en la cama leyendo, pero sólo por su madre se
tragaba las espinas y suavizaba la voz:
—Ahora mismo voy, mamá.
En cuanto Romero le preparó la lista, se
abrigó con una capa y se marchó con una cesta bajo el brazo.
Era febrero, así que el viento helador
cortó sus mejillas conforme se alejaba de las casas y se introducía en el
bosque. Debía admitir que este le daba un poco de miedo. Para encontrar los
ingredientes debía apartarse de los caminos y explorar los lugares más
frondosos e inhóspitos, hasta que a su alrededor sólo se escuchaban los sonidos
típicos del bosque: las ramas de los árboles agitándose, el graznido de los
pájaros, el cliqueo de los insectos, el murmullo de pequeños mamíferos... Oh,
pero lo que más le preocupaba era el aullido de los lobos.
—Tranquila, Cardo —intentó calmarse a sí
misma—. Un ingrediente más y podrás volver a casa a retomar la lectura.
¿Eran imaginaciones suyas o los aullidos
se escuchaban cada vez más cerca?
Justo cuando estaba agachada desenterrando
la planta, los lobos aparecieron. Eran cinco, mucho más grandes que cualquier
perro y con pelajes de todas las tonalidades, desde gris azulado, a marrón
rojizo y negro. Se limitaron a observarla con sus ojos ambarinos, como si
quisieran entender qué estaba haciendo, y uno se aproximó a ella.
Cardo se quedó tan quieta como una
estatua, aguantando la respiración. El lobo olfateó la planta que tenía entre
las manos y luego subió la cabeza. De pronto, le propinó un lametón en el
cuello. Su lengua era áspera y húmeda. Seguidamente, la dejó descolgada entre
sus fauces, como si le estuviera sonriendo con una mueca burlona.
—¡Alú! ¡Ven aquí, la estás asustando!
Un hombre con uniforme verde se abrió paso
entre los lobos. Alú le obedeció y se aproximó a él, buscando que le rascase
detrás de las orejas.
—Buena chica... Perdona, los lobos aún se
están acostumbrando al cambio de mando. Soy el nuevo guardabosques.
Cardo tardó unos segundos en comprender
que se estaba dirigiendo a ella. Su voz grave y potente le había dado la
impresión de que sería mayor, pero cuando se fijó en sus rasgos juveniles
calculó que debía rondar su misma edad.
No era muy alto, pero su musculatura se
marcaba en los contornos de su ropa. Su pelo era castaño claro, largo de modo
que podía recogérselo en una coleta. Su piel estaba bronceada por el sol y la
parte inferior de su mandíbula estaba cubierta de una espesa barba, bien
cuidada. Sus ojos eran tan verdes como el bosque que lo rodeaba y de su oreja
derecha pendía un aro dorado.
Una sensación totalmente nueva recorrió el
cuerpo de Cardo, como si sus huesos se fundieran y un extraño calor se
acumulase en su vientre.
—¿Estás bien?
Alú se había unido de nuevo a sus
congéneres y el grupo se perdió en el bosque con un enérgico trote. El
guardabosques se acercó a ella y le tendió una mano. Cardo la aceptó sin
pensar; era grande y firme, endurecida por el trabajo.
De pie quedaban a la misma altura, y
estaban tan cerca que apenas cabría un alfiler. Cardo se ruborizó y al instante
se arrepintió de ello. ¿Qué puñetas le pasaba?
—Soy Lobo —se presentó él, ajeno a su
azoramiento.
—Cardo.
Lobo se mostró confuso, mirándola a ella y
a la planta que tenía aferrada en la mano derecha alternativamente.
—Sí, me llamo Cardo y estaba recogiendo
cardos salvajes —bufó mientras ponía los ojos en blanco—. ¿Algún problema?
—¡No, no, ningún problema! —Por fin la
soltó, dio un paso atrás y alzó los brazos en señal de apaciguamiento—. Es un
nombre bonito. Pero... ¿para qué necesitas los cardos? De donde vengo se consideran
una mala hierba.
—Mi madre es la herborista del pueblo. El
cardo es una planta medicinal rica en minerales que ayudan a los músculos y al
sistema nervioso, previene la osteoporosis, combate la hiperglucemia y mejora
la digestión. —Lobo asintió para hacerle entender que estaba prestando atención
a su explicación—. Además, el cardo con salsa de almendras está riquísimo.
—¿Es un plato típico de esta región? ¡Me
encantaría probarlo!
—Estoy segura de que a mi madre no le importará
preparar un plato de...
Cardo se mordió la lengua demasiado tarde.
Sin embargo, Lobo también se dio cuenta de que quizás se estaban precipitando,
y añadió rápidamente:
—No pretendía invitarme, perdóname. Llegué
hace medio mes aquí. La cabaña en el bosque es muy solitaria, y las pocas veces
que he paseado por el pueblo la gente se ha mostrado demasiado... hermética.
Cardo asintió con la cabeza y, tras pensarlo
unos segundos, propuso:
—Si me ayudas a recoger más cardos, te
invito a comer.
De hecho, probablemente Romero se
alegraría de que su hija por fin se llevase bien con una persona que no fuera
ella.
Lobo le dedicó una sonrisa lobuna y de
nuevo le tendió la mano.
—Trato hecho, Cardo.
(Relato perteneciente
a la propuesta de Variétés: “Metáforas”)
Me vuelvo a recrear leyéndola de nuevo, una historia donde la magia de los personajes nos envuelve en la infancia, pero con notas de adolescencia.
ResponderEliminarMe gusta mucho Dafne, un besico, preciosa.
Tremendo relato,lleno de magia y fantasía.
ResponderEliminarMe ha encantado.