(Autora:
©Rosana)
De por sí, leer no era su fuerte y menos si se trataba de mitología griega. Algo le resultaba repugnante de ese género, tan repugnante como estar mirándose en los espejos, como si esto le provocara verse más por dentro que por fuera.
El día que la profesora indicó el TP que sería su salvación y que evitaría que llevase esa materia a examen, maldijo una y otra vez la idea que “la Alonso” había tenido. Sabía muy bien que le haría leer de pe a pa todo lo que había evitado durante el año escolar y detestó conocerla tan a fondo y se detestó a sí misma por no poder cumplir clase a clase con lo que la hubiera salvado de esta tragedia. Tener que soportar esto, más los susurros de Marcelo, tan, pero tan susurrantes que jamás había podido mandarlo al frente para que lo castiguen hasta hacerle doler el traste y otras partes íntimas.
—Melisa, me llamo Melisa y merezco respeto, un día de estos voy a lograr lo que ansío, hoy mismo escribiré tu nombre en un papel y lo congelaré para que te conviertas en alguna estalactita para que nunca más puedas decir tantas veces lo que repites en voz baja.
Cuando le decía esto no podía disimular la mirada, ni dejar de enroscarse en los dedos de su mano izquierda los rulos que formaban su cabellera. Tenían un brillo particular. Sus rizos eran extraños, invitaban al joven a quedar atrapado entre ellos como quien se arroja por una montaña rusa que sabe perfectamente que en cualquier momento va a descarrilar. Marcelo temblaba, pero una compulsión por molestarla resultaba más fuerte que el terror que irradiaban esos ojos que parecían ponerse amarillos cuando insultaban.
La Alonso era bastante piola, los dejaba utilizar el celu para hacer los TP, pero se las sabía todas, no había modo de engañarla. Tenía años, muchos, tantos como experiencia.
—Como siempre, recuerden. Pueden utilizar la IA, pero para investigar, no para que les haga el TP. Todos los que están en el filo del abismo de la aprobación redactan muy, pero muy mal, o sea, conozco al dedillo la forma de expresarse de cada uno. La mayoría son monosilábicos, no intenten hacerme creer que de pronto un milagro los convirtió en Borges, puede que sean ciegos, eso sí, por ahí podrán imitarlo un poco.
Lo mismo, repetía lo mismo cada vez. Así que la mano temblorosa de Melisa, tardaba añares haciendo que la pantalla táctil tradujera su pensamiento correctamente.
—¿Qué quieres preguntarle a META? —apareció la leyenda en el buscador del Whattsapp
Rápidamente, una frase afónica salió de la boca de Melisa, lo suficientemente cerca del parlante de su dispositivo, pero no había movido ni un solo dedo, sin embargo en la pantalla apareció: personajes terroríficos de la mitología griega. Una lista con un sinfín de seres inescrupulosos se desplegó. En un momento, se le enfrió la sangre, la misma respuesta fisiológica que cuando en el verano tuvo la desgracia de que la yarará le picase la pierna. Recordó todo en un segundo: el dolor agudo, los gritos de su madre, la velocidad con que su padre la subió al auto gritando que no tenía más suero antiofídico, que irían rápido al hospital más cercano. El dolor cesó de inmediato y lejos de estar dolorida o desmayada, sonreía al ver tanto amor y preocupación por parte de sus padres. Todos creyeron en el milagro: no había tejido necrosado, la herida cicatrizó rápidamente y la yarará al picarla, había quedado tiesa en medio del césped que rodeaba la casa de verano.
Melisa recorrió la lista y META, arremetió: ¿con cuál vas a quedarte? ¿qué información necesitas que busque? Marcelo, parte de ese triángulo, se sentía cada vez más afuera de la figura. Las yemas de los dedos de Melisa acariciaban suavemente la pantalla. Sus pensamientos se arremolinaban: Minotauro?, no con ese no; alguna de las Sirenas, tal vez, no, tampoco; el Cíclope le atraía y a la vez le daba un dejo de ternura, no, no. No quería, pero lentamente sus dedos insistían en acercar esa fotografía.
—Te gusta ¿no? —escribió META en la pantalla— te atrae su mirada. Melisa ya había entrado en un estado de hipnosis tal que no se daba cuenta de que la IA le hablaba como si fuese un ser humano.
Marcelo comenzaba a aburrirse, la imagen que veía lo asustaba y le hacía dar cuenta de su cobardía. Melisa no quitaba los ojos de la pantalla y de tanto brillo, los ojos se fueron volviendo amarillentos, exactamente de una maldad amarillenta que hacía correr frío por la espalda
Melisa parecía haber perdido la noción del tiempo y la ubicación en el espacio. Se acercó al micrófono y dijo: ella, la quiero a ella, la siento a ella y sobre ella será mi historia. Eso, contaré mi historia, que todos sepan.
Marcelo comenzó a buscar en la cartuchera de otra de las chicas algo con qué entretenerse. Recordó que Melisa jamás se miraba al espejo, por un segundo perdió el temor que ese ser le daba, así que lo sacó de la cartuchera a pesar de que su compañera se lo había prohibido, lo abrió, se miró, comenzó a reír muy fuerte, de modo tal que todos comenzaron a protestar. Melisa levantó los ojos, en este punto todos quedaron con la boca muy abierta, sus rulos se retorcían al compás de un baile sensual, se arrastraban por la mesa, serpenteaban sobre los hombros de Melisa. Marcelo se acercaba cada vez más, ella podía ver cómo también se acercaba el espejo, pero sabía que no podía mirarse en él, no lo soportaría. El no aguantó la tentación y levantó la mano diciendo: Melisa, mírate, estás…Toda la brillante cabellera en un instante había tomado por completo la cabeza de Marcelo. Una sonrisa gigante abrió sus fauces diciendo: Tenías razón, Medusa, esa soy y no voy a mirarme en el espejo, mejor desaparece de una vez. Sin necesidad de desaparecer, la mano de Marcelo tocó el piso haciendo que el espejo se rompiera en mil pedazos. Ya nunca más la molestaría.
(Relato perteneciente
a la propuesta de Variétés: “IA”)
Nos dejas una historia muy complicada, porque me pierdo entre Melisa y Marcelo, no sé si son la misma persona y quizás lo que teme es verse reflejada en ese espejo, aun sabiendo que no quiere ser quien el espejo refleja.
ResponderEliminarTremendo dilema.
Roxana me dejas pensando ajja. Un besote.
Cómo suelen decir en mi pueblo, muerto el perro se acabó la rabia, así que roto el cristal fuera el problema. Un abrazo
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