(Autora: ©Marifelita)
Salgo de trabajar tarde, como siempre, agotada pero aliviada
de haber sobrevivido a otro día. Me dirijo a la estación de tren y en un breve
trayecto que no me llevaría más de quince minutos caminando, se convierte en
una hora, parándome en cada escaparate y cada tienda con la intención de
encontrar ese artículo perfecto que me haga sentir bien y consiga hacerme
olvidar mi desastrosa vida.
Desde hace unos días, un muchacho coincide conmigo en algunas
tiendas, semáforos y escaparates en ese breve trayecto. Al principio pensé que
era casualidad, en el centro hay muchas oficinas, era posible que trabajara por
la zona. Luego imaginé que era un admirador, que yo le resultaba atractiva y
estuviera haciéndose el encontradizo para propiciar una conversación. Lo
descarté enseguida, era muy joven, y aunque no estoy mal para mi edad, soy
consciente de que ya no despierto ese tipo de pasiones entre los jóvenes.
Después pensé que podría provocar otras, enfermizas y
obsesivas que nadie está libre de ser víctima en esta sociedad nuestra. Sin
tener sus intenciones claras, lo que inicialmente me pareció halagador, como un
posible admirador, se convirtió en una angustiosa sospecha ante un probable
acosador.
Ayer coincidió conmigo de nuevo, y se colocó justo a mi lado
en el andén del tren. Y no solo eso, lo más inquietante para mí fue que no
perdió la oportunidad de sentarse a mi lado en el vagón. Cuando estaba a punto
de montar una escena y decirle delante de todos que me dejara en paz y parara de
acosarme, me di cuenta que llevaba un maletín con el célebre logotipo del
“Cyber-Cobrador del Frac”. ¡Cómo no lo vi antes!
Durante los últimos meses, como los políticos y economistas
dirían “he vivido por encima de mis posibilidades”. Me enfrento a un gran
problema, no puedo hacer más horas extras de las que ya hago. Con mi jornada de
diez horas diarias y mi trabajo del fin de semana aún no tengo suficiente para
todos mis gastos y además enviar algo de dinero a mi familia. Tendré que
armarme de paciencia y soportar este bochorno al menos unos meses, hasta que
cobre la paga extra, alguna generosa propina o que un golpe de suerte en la
lotería, me ayude a cumplir con mis obligaciones.
Pero, ¿tengo otra opción? Si, la tengo. Puedo rendirme,
dejarlo todo atrás, olvidarme de mis angustias, mis miedos, mis tristezas, pero
también de mis sueños, ilusiones y un futuro prometedor. Podría ser como ese
atractivo “Cyber-Cobrador del Frac”, estos modernos y sofisticados androides
que se mezclan entre nosotros y que son casi indetectables, imposibles de
distinguir de los humanos. Si no fuera porque se dedican a hacer los trabajos
más peligrosos, pesados y desagradables que nadie quiere hacer.
Recuerdo que los primeros años experimentaban con presos.
Ellos aceptaban encantados, con tal de volver al mundo exterior, aunque fuera
vendiendo su cuerpo y alma a la ciencia con la promesa de una segunda
oportunidad y una vida mejor. Implantándoles un pequeño chip inhibidor,
mantenían su consciencia humana, pero olvidaban sus recuerdos empezando una
nueva vida de cero. Eran incapaces de sentir miedo, furia, tristeza, decepción,
dolor o depresión. Todos esos sentimientos no les afectaban y sus cuerpos eran
ajustados, reparados o sustituidos cuando se precisaba.
Se dedicaban a ser bomberos, mineros, guardias de seguridad,
obreros en construcciones peligrosas, soldados, y si alguno de ellos sufría un
accidente o perdía la vida era fácilmente reemplazable.
El éxito y la demanda fue tal entre empresas y gobiernos, que
acabamos con las prisiones vacías. Entonces llegó la hora de buscarlos en la
calle. Grandes campañas publicitarias en televisión te ofrecían “una gran vida
sin preocupaciones, problemas ni tensiones” “Olvídate del dolor, serás joven
para siempre”. Lo que no explicaban es
que cuando decían “jóvenes para siempre”, era porque les esperaba una corta
vida. Eso sí, plena y sin preocuparse por su salud ni por el día que sería el
último para ellos.
Hoy en el andén del tren, acompañada de nuevo por mi amigo el
“Cyber-Cobrador” a unos pasos tras de mí, he visto un anuncio de “Android &
Gynoid” la empresa que diseña estos robots humanoides y que puede cambiarme la
vida. En el anuncio ofrecían vacantes en ocupaciones como policías,
guardaespaldas, testers de fármacos y operaciones quirúrgicas de riesgo, o
incluso acompañantes de lujo. Hasta ahí han llegado, no tienen límites.
Así que, durante el trayecto en tren de dos horas, le he
estado dando vueltas hasta llegar a casa. Mejor dicho, a mi habitación,
alquilada en un piso compartido con tres personas más, trabajadores pringados
de lunes a domingo como yo. Sin vida entre semana y sin ilusiones ni fuerzas en
su inexistente tiempo libre. Sin nadie con quien compartir la vida y mis sueños
ya descartados, pienso mucho en ello últimamente. Me da por reflexionar y soñar
con una nueva vida sin hambre, ni deudas, sin disgustos ni decepciones, sin una
triste y dolorosa vejez.
El “Sintético del Frac” sentado a mi lado, como si leyera mi
pensamiento me entrega una tarjeta: “Android & Gynoid” Compramos tu deuda y
te regalamos una vida de ensueño.
Creo que compartiremos algunos trayectos juntos hasta que
decida qué hacer con mi vida. Quizá aproveche para preguntarle por la suya, esa
de ensueño que como a mí, otro androide le ofreció en algún momento delicado de
su desastrosa vida humana.
(Relato perteneciente a la propuesta de Variétés: “IA”)
Lo leo de nuevo y me fascina como la primera vez. El principio promete cuando ya sabemos el personaje alucino y sonrió y la última parte es inquietante,
ResponderEliminarPodría ocurrir que en un futuro nuestras vidas se compren al igual que nuestras deudas. Un besazo y muy buen relato.