(Autora: ©Marifelita)
Mi abuela siempre me contaba que ella conoció un mundo muy
diferente al de ahora. Un mundo en el que se vivía poco pero deprisa, ya que el
ritmo que marcaba la vida era intenso, trepidante y no podían pararse a pensar
ni disfrutar de nada. Su mundo violento y herido, como ella lo llamaba, colapsó
una madrugada en la que millones de personas ya no volverían a conocer la vida
como hasta entonces habían hecho.
Como si la mismísima tierra se retorciera sobre su eje y
perdiera el control de todos sus sentidos y dominios, ese día tuvieron lugar
con diferencia de pocas horas, los mayores desastres naturales que los humanos
podamos esperar, en todo el planeta.
Terremotos y erupciones volcánicas, lluvias torrenciales e
inundaciones, grandes temporales en el mar con tornados y tsunamis, incendios
devastadores en bosques causados por tormentas eléctricas, todo ello
simultáneamente en distintos puntos del globo y sin dar tiempo a reaccionar a
millones de personas que veían como todo lo que tenían se perdía en cuestión de
horas.
Los elementos se volvieron locos y muchos humanos que
sobrevivieron a esos días también perdieron la cordura. Muchos otros
fallecieron debido a enfermedades contraídas posteriormente, a causa de las
difíciles condiciones en que les tocó vivir. El alimento era escaso ya que
muchos animales y vegetación se perdieron también en aquella gran catástrofe.
Quedaron pequeños grupos de humanos repartidos por todos los
rincones del planeta devastado y a éstos les tocó la tarea de sobrevivir y aplicar
todo su saber e ingenio para crear un nuevo mundo desde las cenizas y para las
generaciones venideras.
Se abandonaron las antiguas religiones y creencias para
unificarse todas en el culto a la vida, como había sido en los inicios. Damos
gracias a la madre tierra por protegernos de la violencia de los elementos y
mantenerlos a raya. Le agradecemos también que nos regale semillas, frutos y
campos fértiles para ser cultivados y poder alimentarnos. Que nos provea
también de la compañía de muchos y venerados animales que harán nuestra vida
más fácil aportándonos tantas cosas con su sola presencia y que mantendrán el
ecosistema también en el lugar que les corresponde.
Y para proteger todo lo que la madre tierra quiere ofrecernos
y para no cometer los mismos errores del pasado, están nuestras guardianas que
vigilan que nuestras nuevas leyes de respeto por la naturaleza se cumplan.
Su función es primordial para que compartamos un mundo en
armonía y evitemos los excesos que en otras generaciones se cometieron y nos llevaron
a donde estamos ahora.
A mi abuela le asignaron el papel de guardiana de la flora y
fauna, una tarea apasionante para conocer las incontables propiedades que nos
ofrecen las plantas y difundir su conocimiento sobre los animales para
protegerlos y cuidarlos. Mi abuela fue maestra antes del colapso y sus
conocimientos pasaron a las siguientes generaciones. Mi madre en cambio, fue
durante su juventud guardiana de los bosques, ella vigilaba que no se
explotaran en exceso los recursos que ellos nos regalan. Ahora llegó mi turno y
seré nombrada en breve guardiana de ríos y mares. Ya estoy impaciente por
empezar a conocer todo lo que mis mentoras pueden enseñarme.
(Relato perteneciente a la propuesta de Variétés: “Un nuevo mundo”)
Precioso y fantástico relato!
ResponderEliminarLo disfruté mucho!
Que no sabrán las abuelas de la vida. Ellas sí que sabe de su sabiduría, esa que cada vez se va perdiendo.
ResponderEliminarUn buen relato. Un besote.
Guardia de los ríos y mares... Un mundo lleno de magia, me encantó. Un abrazo
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