(Autora: ©Marifelita)
PESADILLA
KAIMÓS
(Intenso sentimiento de tristeza,
anhelo o deseo incapaz de satisfacer)
Aquella noche no salí. Aproveché para preparar mi cena
preferida y ver una de mis películas favoritas. A él no le gustaba ni una cosa
ni la otra, así que esa era mi noche.
Él había salido a celebrar los cuarenta de uno de sus mejores
amigos. Es el primero en llegar a tan señalada cifra y fueron a celebrarlo por
todo lo alto.
Disfruté de mi cena de soltera y mi dramón romántico, pero
cuando empezó a vencerme el sueño, decidí acostarme. No tenía sentido
esperarle, se lo estaría pasando bomba con sus amigos, ves a saber a qué hora
volvería.
Era la una de la madrugada. No debí beber tanta Coca-Cola con
la cena, por las noches me despeja demasiado, pero es que me apetecía tanto. No
fue lo único que me impidió conciliar el sueño, escuché a los vecinos discutir
al otro lado de la pared. Siempre estaban igual. Si no fuera porque no quería
meterme en líos, me hubiera levantado a picar a su puerta. O mejor aún, podría
haber llamado a la policía, pero no quise problemas. Me di la vuelta en la
cama, intentando encontrar la postura que me ayudara a dormir. Pero cuando
empecé a abrazar el sueño, llegó el camión de la basura y me despertó de nuevo.
Eran las dos de la madrugada. La vecina de arriba llegó de su
cita de los sábados noche, y aunque intentaba con sus pasitos delicados no
molestarnos, sus tacones siempre la delataban.
Eran las tres y media de la madrugada. Aproveché que la
Coca-Cola ya había bajado, para ir al baño y cuando regresé a la cama, me llegó
el lloro frenético e incesante del bebé del bloque de enfrente. Estaba muy
enfadado, les costó más de media hora apaciguarlo y conseguir que se durmiera.
Repentinamente sonó una sirena a lo lejos. Ya se sabe que en
una noche de sábado en la gran ciudad nunca hay descanso. El sonido de las
sirenas de noche siempre me inquieta, no lo puedo evitar. Y ya se hicieron las
cuatro de la madrugada.
Cuando eran las cinco y media, oí al perro de los del segundo
desgañitarse cada vez que pasaba alguien por la calle. Y es que al pobre le
hacían dormir en el balcón. Pobrecito, con el frio que hacía. Hay gente que no
sé por qué tiene un perro. Porque era muy grande y mi piso pequeño, sino les
habría dicho que me lo quedaba.
Ya eran las seis. Oí a unos chavales que de madrugada se
retiraban a sus casas, no sin antes celebrar su noche, escuchando música en sus
móviles a todo volumen y que compartían con el resto de vecinos muy
generosamente.
No pegué ojo en toda la noche. No sé si fue el cúmulo de circunstancias
o bien es que mi subconsciente quería alertarme de algo. Finalmente, después de
tantas horas intentando dormir, me venció el sueño.
Me desperté sobresaltada, por culpa de algún sueño extraño.
Miré el reloj y eran las nueve de la mañana, y al girarme y mirar el otro lado
de la cama y ver que todavía estaba sola me asusté.
¡No había llegado todavía! Me levanté corriendo y fui en
busca del móvil para ver si tenía algún mensaje avisando que no vendría a
dormir. Ningún mensaje, ni suyo ni de sus amigos. Me empecé a angustiar,
pensando lo peor. Lo llamé y no contestó. Llamé a uno de sus amigos y al
descolgar me dijo que se despidieron de él al finalizar la fiesta y cada uno
regresó a su casa. Pero él no regresó a la suya, conmigo. Ni ese día, ni los
que siguieron después.
Sumida plenamente en el “Kaimós”, como mi familia de origen
griego definiría esta sensación en la que me encuentro inmersa desde hace
meses, lucho con mi subconsciente cada día pensando en si no fueron señales
suficientes las de aquella noche para avisarme de que algo terrible estaba por
suceder.
(Relato perteneciente a la propuesta de Variétés: “¿Qué te dice el subconsciente?”)
La noche fue movida sin planearla, la mente nos juega malas pasadas, y bueno si no volvió , él se lo pierde. Un besote.
ResponderEliminarMuy bien resuelto el reto en este interesante relato!
ResponderEliminarAbrazos.
No esperaba ese desenlace y es que lo has contado muy bien.
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