(Autora: ©Marifelita)
Soy fotógrafa. Bueno, lo era hasta hace unos días. Ahora mi
destino profesional es una incógnita. Meses atrás coincidí en el metro con una
chica que me impactó tanto, que fue el punto de partida para empezar un nuevo
proyecto que acabó siendo una exposición con cierto renombre.
Aquella chica que inspiró la idea de mi último trabajo, con
su físico especial, me atrapó de una forma hipnótica. Al mismo tiempo que me
daba vergüenza mirarla y que me descubriera, por otro lado, mis ojos no podían
dejar de enfocarla una y otra vez para intentar aceptar su difícil fisonomía y
que me pareciera menos extraña. Parece ser un hecho probado que los rostros que
no encajan en nuestros esquemas nos incomodan y nos fascinan a partes iguales.
Pensé que detrás de aquel enigmático rostro había una
historia que valía la pena ser escuchada y después de muchas paradas del largo
trayecto juntas, por fin me decidí a acercarme, entregarle una de mis tarjetas
y decirle que me gustaría hablar con ella y hacerle una propuesta.
Para mi sorpresa, días más tarde recibí una llamada suya y
quedamos en una cafetería para conocernos y pedirle que colaborara conmigo en
una sesión de fotos. Ella aceptó encantada y me explicó su historia. Padecía
una enfermedad de la piel mal llamada “piel de vaca”. Aunque ella era negra,
tenía salpicada la mayor parte de su oscura piel de enormes manchas blancas. En
su país de origen eran perseguidos por este motivo, había la creencia popular
que eran símbolo de abundancia y suerte y en muchos casos se realizaban
rituales salvajes y macabros con ellos. Tuvo que huir a Europa con sus padres
cuando todavía era una niña.
Ese día en la cafetería hubo una cosa que me asqueó y me hizo
hervir la sangre, y fue la reacción de la gente que pasaba por nuestro lado. Todos
se apartaban bruscamente al verla, evitando a toda costa cualquier contacto
accidental con ella, como si se tratase de una enfermedad infecciosa de la que
pudieran contagiarse.
La rabia que sentí ese día hizo que me adentrara en un
laberinto de sensaciones y que quisiera conocer a más gente con rostros
impactantes y mostrarlos a todos junto con sus historias. También denunciar la
poca sensibilidad que tiene nuestra sociedad y hacer reflexionar sobre el tema
de la apariencia física, tan trivial y al mismo tiempo tan importante en
nuestro tiempo.
Conocí a Maya, que tenía quemaduras casi en la totalidad de
su cuerpo provocadas por un incendió que ocurrió en su casa siendo ella
pequeña, y a causa de un descuido de sus padres, que en plena borrachera no fueron
capaces de socorrerla y salvarla de las llamas. También fotografié a Sureshi,
una mujer a la que su marido celoso le tiró ácido a la cara por sospechar que
le era infiel, desfigurándole el rostro. Rodrigo era un hombre mayor que a
pesar de tener los ojos a diferentes alturas, fruto de una negligencia médica
por un uso excesivo de un fórceps al nacer, nunca perdía la sonrisa. Sylvie era
una mujer que por edad podría ser una dulce abuela, pero que por el contrario
su aspecto estaba a medio camino entre una “Barbie” y el “Jocker”. Con sus
proporciones y fisionomía ahora imposibles, fue víctima de la cirugía estética
sin límites y de unos cirujanos sin escrúpulos, con ansias de llenarse los
bolsillos a costa de las inseguridades ajenas. Lola, un transexual que dejó de
ser “Drag Queen” porque una noche a la salida de una fiesta, una manada de
bestias lo arrinconaron en un callejón y aparte de darle la paliza de su vida,
le cortaron la cara de lado a lado. Irina, una joven anoréxica que, por culpa
de los salvajes cánones de belleza actuales, mezclados con su maleable
personalidad juvenil desembocó en un cuerpo que te recordaba demasiado a los
supervivientes de los campos de concentración nazis. Laura, una mujer de
mediana edad que no tenía nariz debido a que de jovencita cometió el error de
aficionarse a las drogas y durante muchos años abusar de la cocaína, hasta el
punto de que se quedó sin tabique nasal.
Quizá mi error fue titular a esta exposición “Monstruos”
porque, lejos de definir a los protagonistas de mis fotografías, pretendía
señalar a los culpables de todas las atrocidades que habían sufrido. Y como
pasa tan a menudo en nuestra sociedad, que se suele quedar una mayoría con un
mensaje superficial, sin saber o no querer profundizar más en el tema, me encuentro
ahora delante de una demanda que me prohíbe exhibir mis fotografías, acusándome
de racista, xenófoba, homófoba, oportunista y definiéndome como “el verdadero
monstruo” en alguna publicación.
El título se giró en mi contra, sin querer les di la llave
perfecta, que utilizaron para atacarme, quizá por hacerlos sentir incómodos en
mis reivindicaciones. Creo que es buena señal, quizá no me haya equivocado del
todo. Pienso que en el fondo esto ha servido para darme más leña y avivar este
fuego que se enciende dentro de mí y me lleva a pensar que ya es hora de pensar
en un nuevo proyecto. Hoy contemplando a Nina, mi gata siamesa que adopté hace
ya tres años y que la pobre le falta una pata por culpa de un desgraciado que
jugó con ella al tiro al blanco, se me ocurrió un nuevo tema para un nuevo
trabajo. Se llamará “Animales”, podéis adivinar de que se tratará esta vez,
¿verdad? Yo creo que ni el público ni la crítica serán tan exquisitos ni con el
título ni con el fondo. Esta vez no se lo pondré tan fácil a esas lenguas
viperinas con ansias de censuras. Ahora me siento en paz conmigo misma y ya no
les tengo miedo.
(Relato perteneciente a la propuesta de Variétés: “Mira Bien;¿Qué Ves?”)
Magnifico, no sólo nos has contado una historia, has dado voz a la hipocresía de una sociedad que se rige por unos cánones de belleza tan superficial que no van más allá de un físico.
ResponderEliminarMuy buena propuesta y he de decir que los verdaderos monstruos son los que no veían más allá de los rostros expuestos.
Un fuerte abrazo
Muy buen relato, con ganas de la segunda parte.
ResponderEliminarFeliz 2023. Besos