ÉRASE UNA VEZ QUE SE ERA...
que la palabra dejó de ser tinta
para ser revoloteo
en la yema de los dedos...

Y las letras fueron hiedras;
frondosas lianas tocando el cielo.
Fueron primavera floreciendo;

... y apareciste tú...
tú,
que ahora nos lees...

Y se enredaron nuestros verbos,
nuestros puntos y comas,
se engarzaron nuestras manos
cincelando sentires y cantos.

Entre líneas surcamos
corazón al mando; timón
de este barco...

©Ginebra Blonde

Participantes y textos de la convocatoria de octubre: "Mosaico"

Campirela/ Nuria de Espinosa/ Auroratris/ Gustab/
Susana/ María/ Marifelita/ Dulce/ Chema/ Lady_P/
Tracy/ Dafne SinedieGinebra Blonde.  

lunes, 28 de febrero de 2022

Pura Emoción

 

(Autora: ©Dafne Sinedie)
 
"No one will see me here" Eli Klemmeck / Instagram: @neomlei


 
          Volví del trabajo agotada mentalmente. Me sentía aburrida y apática. Necesitaba con urgencia evadirme del mundo, esconderme en un lugar en el que pudiera ser yo misma y, al mismo tiempo, no destacase. Por suerte, sabía perfectamente adónde acudir.
       Metódicamente me desnudé. Me quité la chaqueta, la blusa de color blanco, la monótona falda gris, las medias, los zapatos, la ropa interior... Luego, igual de metódica, me volví a vestir. El tanga rojo, el sujetador de encaje, las medias negras de rejilla, la minifalda a tablas que tenía cadenas cayendo de la cintura, la camiseta de manga corta con calaveras, los guantes largos hasta el codo con los dedos cortados, los calcetines altos hasta la rodilla y las botas de plataforma.
      Me aproximé al espejo para peinarme la media melena azabache con mechones blancos enmarcando mi rostro. Después me maquillé: base blanca para la piel, sombras negras para los ojos azules, pintalabios rojo oscuro para los labios. Rodeé mi cuello con un chocker de terciopelo negro y adorné mis orejas con piercings y aros. Sonreí con aprobación ante el resultado, pero aún faltaba un último detalle: el septum de la nariz. Ahora sí... Esa sí que era yo.
      Alcancé la chupa de cuero, rellené un bolso pequeño con mis efectos personales y salí de mi apartamento como alma que lleva el Diablo; al fin y al cabo, muchos dirían que el lugar al que me dirigía era como el Infierno.
         El taxista al que paré desde la acera me miró con curiosidad. Entré en el coche con confianza y le di la dirección. Su expresión pasó de la confusión a la censura, e hizo el recorrido en completo silencio. Me reventaba que me juzgasen de aquella manera, pero en vez de mostrarme enfadada, amplié mi sonrisa y me dediqué a observar a través de la ventanilla cómo la ciudad se sumergía en la noche.
          Adoraba la noche.
      Cuando el taxista llegó a mi destino, pagué lo correspondiente por el trayecto y atravesé los laberínticos callejones hasta que me topé con el cartel del local: una luna sonriente sobre la que estaba sentada un esqueleto. Sin embargo, aquella imagen no despertaba miedo, sino tranquilidad.
        Empujé la puerta y me topé con unas escaleras que bajaban. Aunque no era mi primera vez, las recorrí con un poco de nerviosismo; mi corazón palpitaba al son de los beats oscuros que retumbaban contra el suelo y las paredes.
         Al final de las escaleras llegué a una sala llena de gente, jóvenes de entre dieciocho y treinta años que bailaban y conversaban mientras bebían y fumaban. El negro predominaba en sus ropas, los collares de perro, las pulseras de cuero, las plataformas... De alguna forma se mezclaban todo tipo de subculturas underground: gótica, punk, grunge e incluso e-girls y e-boys.
         Pedí una bebida en la barra y me sumergí en la marabunta de cuerpos. La libertad me invadió.
        Sentía la batería como si las baquetas estuvieran golpeando mis huesos, las guitarras eléctricas como si las cuerdas fueran mis nervios y la voz del vocalista retumbaba hasta en la última célula de mi cuerpo. Me movía al son de la música con la mente en blanco, sonriendo con júbilo. Hasta que me di cuenta de que dos ojos seguían todos y cada uno de mis movimientos.
         La timidez me embargó de repente y me detuve.
       Se trataba de un chico de más o menos mi edad. Tenía el pelo rapado, los ojos perfilados de negro y grandes dilataciones en las orejas. Su camiseta de manga corta se pegaba a un torso musculado y dejaba al descubierto los tatuajes que cubrían sus brazos y su cuello. Todo él parecía una obra de arte. Sus facciones, su cuerpo, su piel decorada... Y sus ojos, ¡ay, sus ojos! Eran limpios como el cristal y ardían como dos fuegos verdes, incandescentes, fervorosos.
         Al darse cuenta de que le había descubierto sonrió. El corazón me dio un vuelco. Y, para mi sorpresa, comenzó a caminar hacia mí.
          —Ghostemane es un genio, ¿no crees?
          Su voz era grave y transmitía calma, como la inmensidad del océano.
          —Sí, es un genio... —respondí con un hilo de voz.
          —¿Tienes acompañante? —Negué con la cabeza—. ¿Y quieres compañía?
        La atracción que nos unía era como una cadena, y una parte de mí se moría de ganas de que él la aferrase. Finalmente asentí con la cabeza.
          —Me llamo Eric —me tendió una mano.
          —Angy.
          Sus dedos eran fuertes y ligeramente ásperos. Me estremecí notablemente.
          —Perdona. —Retiró la mano. De repente parecía avergonzado—. Es que trabajo en la construcción desde hace varios años...
         —No te preocupes, me gustan tus manos —confesé; lo cierto es que se me habían pasado una decena de pensamientos indecentes estrechar su mano—. Yo soy matemática. Trabajo analizando estadísticas.
          Por lo general los chicos huían cuando se enteraban de que era una chica lista; supongo que se sentían amenazados. Sin embargo, Eric amplió su sonrisa y me miró con interés redoblado.
        Nos desplazamos a un lateral de la sala para continuar hablando. Hablamos de nuestros trabajos, de nuestros hobbies, de los detalles más importantes de nuestra vida personal... En un momento dado comenzó a sonar Falling down y me invitó a bailar.
          Era una canción lenta, casi como una balada. Eric rodeó mi cintura con sus manos y me pegó contra su cuerpo. Colocó su pierna derecha de modo que quedase entre las mías y la parte interior de mis muslos rozasen contra la tela de sus vaqueros, excitándome. Me abracé a su torso, acariciando su espalda mientras nos balanceábamos, y apoyé mi cabeza en el hueco entre su hombro izquierdo y su pecho; parecía encajar perfectamente. Nos dejamos fluir, al son de la canción.
          En un momento dado Eric subió su mano derecha hasta mi nuca, enredó sus dedos en mi cabello y, con cuidado y firmeza, hizo que inclinase la cabeza hacia atrás. Nuestras miradas ardían de deseo. Al mismo tiempo, buscamos nuestros labios para  fundirnos en un beso.
 
 
(Relato perteneciente a la propuesta: “Emociones”)


5 comentarios:

  1. Las dos caras de una misma mujer, Cada una es libre en lo que hace y realiza.
    Fantástico. Besotes.

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  2. Ohh me encantó! Un relato sensual y con un punto de oscuridad que lo hace muy especial.
    Un abrazo!

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  3. Original las dos partes del relato, la primera como punto final de una vida laboral aburrida y que sirve de preámbulo para la segunda erótica y sensual y repleta de emociones.
    Me gustó de principio a fin.

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    Respuestas
    1. Y ya puedo decir que pronto tendrá continuación, Tracy ;) Así que si os apetece seguir leyendo, ese "fin" se puede alargar.
      Un besazo

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Gracias por tu visita y tu compañía... ©Gin

Gracias por tu visita y tu compañía... ©Gin