(Autor: ©Pedro M. Martínez)
Mosaico:
Ahí empezó todo, la tarde en que aquella mujer llamó a la puerta de nuestra
casa casi vegetal. Sin palabras, dejó un anillo y un libro y se fue en un Mercedes que bamboleaba en el
camino que algunos decían que era del tiempo de los romanos. Exageran, la gente
de estas tierras no sabe nada de entonces ni de ahora. El libro estaba escrito
en un idioma que no entendía, con flores secas entre sus páginas, con un olor
penetrante a almendras, a vainilla, lo olvidé sobre una repisa.
Hasta aquella visita mi vida era tranquila en un destierro
impuesto. La niebla ocultaba los
árboles. Paseaba por el jardín entre estatuas, bestias pacíficas, inmóviles
aunque estoy seguro que alguna vez las vi moverse, apenas milímetros, un ojo medio
abierto, la cabeza ladeada. Edith sonreía, decía que el clima de aquí me estaba
trastornando. El niño, ella sostenía que era mi hijo, apenas me hablaba, con
sus ocho años nunca me llamó padre.
Quizás fue una coincidencia pero también por aquel entonces
Edith comenzó unos rituales extraños, salía de noche a bañarse en el arroyo
cercano, recolectaba hierbas que guardaba en pequeños recipientes de cristal,
leía aquellos libros antiguos del desván, allí pasaba los días.
Llegó el cambio de estación, la noche anterior había llovido,
era miércoles, mi hijo, con una voz que no era de niño, me avisó: padre, tu
mujer se ha puesto un anillo y está leyendo tu libro. Subí al desván y lo que
vi me espantó, me recordó a Sacrificio de
Andréi Tarkovski cuando Alexander prende fuego a la casa igual que yo
quemo ahora este texto para cumplir con un reto literario que me ha dejado
descolocado porque no encontraba relación entre las diferentes fotografías del
mosaico que escogí, me obligaba a un cuento gótico para el que no estoy
motivado en absoluto y hace que replantee mi posición ante este mundo bitácora
como manera de encauzar una afición literaria limitada al yo. Como siga así doy
fuego también a mi blog, conmigo dentro, que salga el sol por donde quiera. Eso
sí, con música de Bach que siempre da un punto.
Jaaaa, ese final es apoteósico. No des fuego ni al blog ni a ti mismo, lo que nos has contado bien contado esta ...y si falta o faltará algo ya lo ponemos los que te leemos con una dosis de imaginación ...sin duda aquel hombre al ver a su mujer en tal estado se quedó sin palabras. Un abrazo y encantada de leerte.
ResponderEliminarHola, Pedro. Fogata para celebrar el final. Como te he dicho en tu casa, no es preciso incendiar todo. Te ha quedado bien así que igual deberías pensar en un altar, un poco de incienso y alguna que otra oración :-)
ResponderEliminarMe ha encantado conocerte y leerte gracias a Gin.
Besos.
Pedro, qué alegría verte por aquí.
ResponderEliminarEl texto es "muy tú", incluso el título. Me gusta mucho tu manera de escribir y ese "casi" que le da al texto ese aire de descuido, que para nada lo tiene, y esa complicidad y curiosidad que creas en el lector.
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