En cuanto llegamos a la estación, dejé en el suelo mi maleta
y, agarrándome el sombrero rojo con una mano, miré el listado de lugares a los
que partían los próximos trenes. Lo que el resto de las personas leían como:
Italia, España, Suiza, Alemania, Francia... mis ojos leían como Neverland,
Mordor, Wonderland, Oz, Camelot, Endor...
Gato ya me lo había avisado, y menos mal que portaba conmigo
el paraguas mágico e iba bien calzada, porque mi destino iba a ser muy
especial.
Crucé los brazos por detrás y me puse de puntillas para leer
la hora de salida: las 15:47. Luego miré el reloj... ¡Oh, no, faltaban sólo
cinco minutos!
"¡¡No hay tiempo que perder!!" oí el ronroneo de
Gato en mi mente.
Aferré de nuevo mi equipaje y corrí por los andenes con el
minino pisándome los talones. El resto de viajeros se giraban para mirarnos,
estupefactos, pero les ignoramos completamente. Tenía una misión que cumplir:
salvar los lugares que tanto nos habían hecho soñar del malvado Olvido, y nada
ni nadie podría impedírmelo.
—¡Detened a la niña del vestido rojo! —Me señaló uno de los
revisores—. ¡No lleva billetes!
Por fin llegamos al andén 3, donde se veía, junto a un tren
moderno de alta velocidad, una locomotora inmensa de color negro brillante que
ya empezaba a expulsar humo por sus chimeneas.
—¡Va a saltara la vías! —gritó una mujer, horrizada.
Y sí, después de agacharme para que Gato se subiera a mis
hombros, salté, introduciéndome en el primero de los vagones de la locomotora,
que en cuanto el reloj dio la hora se puso en marcha.
—Ya no nos ven —los bigotes de Gato me hicieron cosquillas
en la mejilla.
—¡Puedes hablar, Gato!
—Por supuesto. Este tren es mágico. Ahora, pequeña, vamos a
buscar un sitio donde descansar. El viaje va a ser largo, además de
excepcional.
EL CALLEJÓN DE LOS MILAGROS
Llegué al callejón antes que ella. Hacía mucho tiempo que
luchaba conmigo misma para atreverme a hacerlo y, por fin, aquel fresco y
grisáceo día de otoño, me decidí.
Tan solo llevaba una maleta pequeña, lo que vestía y mis
tacones preferidos; el resto se había quedado atrás junto con mi pesadilla
personificada.
Cuando nos conocimos, por supuesto, no había sido tan malo.
Quiero creer que no podía haberlo previsto, que no fui tan necia como para
engañarme a mí misma, pero estaría mintiendo. Nos casamos rápidamente y nuestro
enamoramiento fue intenso y fugaz, hasta que lo que él y yo creíamos que era
amor, se convirtió en odio.
La primera vez que discutimos no me pegó. Bueno, quizás no
con las manos, pero sí produjo mi primera herida en el alma. La tirita fue un
ramo de flores y una caja de bombones.
La segunda vez sí me dio una bofetada. Nos reconciliamos
haciendo el amor, o al menos así lo llamábamos por entonces.
La tercera vez... no quiero acordarme de la tercera vez.
Cuando todo terminó y él se durmió, fue la primera vez que intenté escaparme.
Pero volví; y ahora mismo me doy cuenta de que fui cómplice de mi cuarta,
quinta y sexta vez.
La segunda vez que intenté escaparme él fue tras de mí y,
tras volver a romperme en mil pedazos, me dejó tirada en un callejón, el mismo
callejón en el que me encontraba en aquellos momentos. Entonces fue cuando
ocurrió el milagro.
Una joven que lo había visto todo me tendió una mano y me
pidió que la acompañase para curar mis heridas. Me dijo que las físicas serían
las primeras en curarse, pero que las del alma aún tardarían. Permitió que me
marchase de nuevo con mi marido con tal de que volviera a los pocos días a
visitarla.
Con el paso del tiempo se convirtió en mi amiga, mi
confidente, en mi más preciado secreto. Un día me planteó escaparnos juntas,
lejos de los hombres que no aman a las mujeres, y aquel día nuestra despedida
se convirtió en una promesa.
Ahora la estaba cumpliendo.
No tuve que esperar demasiado su llegada. Apareció con la
misma sonrisa de siempre y me tendió la mano. En la otra también portaba una
maleta. Enlazamos nuestros dedos y echamos a andar.
Puede que las calles estuvieran desiertas a esas
intempestivas horas de la madrugada y que mantuvieran el mismo aspecto desolado
de siempre, pero en mi corazón notaba cómo el sol volvía a salir y los
nubarrones que me envolvían desde hace años se despejaban a cada paso hacia
nuestra libertad.
©Dafne Sinedie
Relatos pertenecientes a la propuesta: "Hacemos las maletas"
Pero qué bonito!!! lleno de magia y de ternura... me ha encantado. Te felicito, Dafne.
ResponderEliminarMil besitos con cariño y muy feliz noche ♥
¡Muchas gracias!
EliminarUn besazo, Auro
Un magnifico cuento de magia que me embriaga no sabes cuanto ..es bello tener esa imaginación y poder viajar a través de la mente ..Precioso poder viajar así .
ResponderEliminarUn besote grande amiga .
Un beso muy grande, Campirela :3
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