ÉRASE UNA VEZ QUE SE ERA...
que la palabra dejó de ser tinta
para ser revoloteo
en la yema de los dedos...

Y las letras fueron hiedras;
frondosas lianas tocando el cielo.
Fueron primavera floreciendo;

... y apareciste tú...
tú,
que ahora nos lees...

Y se enredaron nuestros verbos,
nuestros puntos y comas,
se engarzaron nuestras manos
cincelando sentires y cantos.

Entre líneas surcamos
corazón al mando; timón
de este barco...

©Ginebra Blonde

martes, 28 de mayo de 2019

Una Noche





(Autora: Zoraida)

Vuelvo a la ciudad donde lo vi por primera y única vez, a la misma cafetería donde sus ojos magnetizaron mi cuerpo y despojaron mi mente de toda voluntad. Acaricio la fina sortija de oro, el talismán que lo invoca minuto a minuto desde hace diez años, sintiendo cómo me arde en el dedo la inscripción grabada en su interior.

Acababa de terminar mis estudios en la facultad y empezaba mi vida profesional en un grupo de investigación en el que, tras dos años de trabajo intenso en el que apenas apartaba la nariz de los libros, las notas manuscritas y el ordenador, fructificó un ensayo que mis tutores tuvieron a bien llevar como ponencia a un simposio, en la primavera de aquella ciudad exuberante y culta tan lejana a la mía.

Tomaba un capuccino con tarta de manzana en la terraza de la cafetería, enfrascada en la lectura de un libro de poemas, cuando un fulgor repentino me hizo levantar la cabeza; frente a mí los ojos de aquel hombre me atravesaron sin piedad, como un rayo en mitad de una tormenta parte el tronco desnudo de un árbol. El corazón se me desbocó de la emoción sentida y un calor vibrante me fluía por dentro y se me expandía hacia fuera. Sentía su voz llamándome entre la gente, no podía evitar levantar hacia él la mirada. Un hombre elegante, de manos cuidadas y presencia impecable que sonreía con los ojos mientras su rostro permanecía serio, su boca quieta, atrayéndome sin remedio. Sentí mi lengua pasearse discreta por mis labios secos de la impresión, el calor me abrasaba la garganta y mi cuerpo se humedecía de un deseo repentino y salvaje. Aparté la vista y llamé al camarero pidiendo la cuenta. Me marché de allí lo más rápido que pude para buscar un refugio seguro que me alejara de una posible aventura que me abriera a la vida o me atrapara en un horror imprevisto.

Apenas llegué a la habitación de mi hotel llamaron a la puerta. Abrí descalza y despistada pensando en algún compañero de trabajo. Pero allí estaban esos ojos de nuevo, retándome por segunda vez a que me traicionara a mí misma. No. Más bien retándome a que fuera realmente yo misma.

-"¿No vas a invitarme a pasar?"

Miré la cama llena de papeles, el ordenador abierto y el billete de tren sobre la mesita, el traje de la ponencia del día siguiente en una percha colgado sobre la puerta abierta del armario... No pude contestar pues al volverme hacia él me tomó de la mano, suave y firmemente, llevándome fuera de allí hacia su habitación, en la planta más alta. El breve trayecto en el ascensor se hizo interminable, pues nuestros cuerpos imantados en deseo luchaban por mantener la compostura.

La habitación era mucho más grande y bonita que la mía. Tenía un balcón inmenso de vistas impresionantes y mobiliario de elegancia barroca.

Me ofreció asiento en una silla con brazos tapizada en raso mientras él abría una botella de champán helado. Se acercó a mí y me envolvió su perfume... el que llevaba impregnado en la mano que me tomara minutos antes, un perfume que olía a... olía a él... Suyo. Único. Brindamos y apenas hube tomado un par de sorbos él retiró mi copa. Se sentó en una silla
frente a mí con las piernas cruzadas y los brazos apoyados; esta vez sí sonreía con ojos y labios, enigmático.

- "Acaríciate. Quiero ver cómo disfrutas para mí"

Me quedé perpleja ante aquella petición que él supo de antemano que yo obedecería. Me desabroché la blusa, despacio, dejando al descubierto el encaje de mi ropa interior, me levanté la falda, separé las piernas y cerré los ojos, puse mi mano en mi garganta intentando acallar el corazón intenso que me atronaba los oídos, bajé lentamente mis dedos por la fina piel del escote hacia mi pecho...

-"Abre los ojos. Quiero que me mires".

Mis dedos ardían al contacto de mí misma y al fulgor de su mirada. Me acariciaba, me mordía el labio inferior para no sucumbir a las ganas de cerrar los ojos de nuevo y abandonarme... Miraba cómo permanecía inmóvil mientras yo me derretía... Fue entonces que se acercó y retiró con delicadeza mi propia mano de mí, me llevó en brazos a la cama y de allí me elevó a un éxtasis inimaginable en toda mi vida pasada.

-"Date la vuelta". "Mírame". "Ven". "Extiende los brazos".... Lazos de seda, una venda en los ojos, hielo en mis pechos erguidos de juventud y deseo... a todo me exponía, a todo asentía con todo mi ser entregado. Me cabalgaba con furor y suavidad, nos saboreábamos, bebíamos el uno del otro, lloraba de un rasgar mi piel, de un placer que me llevaba a la extenuación.

El amanecer me halló entre las sábanas y con él regalándome la mirada, entregada y tierna, que recordaría a cada instante desde esa mañana. Me supe irremediablemente unida a él para el resto de mis días.

Durante todo el día anduve desconectada del mundo académico que me rodeaba, durante las ponencias me desconcentraba y volaba de nuevo a su habitación; recordaba cada uno de los movimientos que danzamos juntos, cada pieza que yo interpreté ante sus ojos, cómo mi cuerpo parecía estar hecho para él... recordaba cada juego que estrenábamos, cada beso, cada caricia, cada gemido... Fue insoportable permanecer quieta entre aquella gente que no me importaba mientras mi cuerpo me ardía al pensarlo.

A primera hora de la tarde, justo antes de mi intervención, un mensajero trajo un pequeño paquete a mi nombre. Lo abrí y dentro de un hermoso cofrecito, que aún conservo, descubrí una sortija de oro muy delicada, adornada con un pequeño diamante y una inscripción grabada en su interior.

Miré a mi alrededor deseosa de verlo de nuevo. Sabía que él estaba allí, lo sabía. Respiré, consciente de que debía serenarme. Era mi turno y si él me estaba observando no podía permitirme fallar exponiendo de forma negligente o desastrosa. Quería que me admirara también en el estrado. Debía sentirse tan orgulloso como yo lo estaba de mí aquel día. Sonreí. Liberé la mujer que él me había descubierto para mí misma y para el resto del mundo. Expuse mi trabajo sólo para él, la sortija en el dedo, mi voz firme, pero con un deje infinito de ternura, como si cada palabra mía fuera un susurrar su nombre.

Durante todo este tiempo me he preguntado qué clase de hechizo me sobrevoló aquel día... Y cómo aún permanece de tal manera que nunca me he quitado el anillo, que sus palabras grabadas son lo primero que vienen a mí al despertar y lo último antes del sueño. Que estoy esperándolo desde aquel día y para siempre.


Relato perteneciente a la propuesta "Secretos"



4 comentarios:

  1. Muy buen relato y una preciosa historia ..
    Un abrazo!!,

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  2. ¿Qué es un suspiro? te he leído con el corazón en un puño, he contenido la respiración hasta el final... y al final... he dejado escapar un suspiro de emoción... qué maravillosa historia, mi querida Zoraida. Muy bien relatada, mimando los detalles para poder disfrutar de cada imagen relatada.

    Te felicito, mi querida amiga.

    Mil besitos con cariño y muy feliz noche ♥

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  3. Suspirando me has tenido a mi leyendo una preciosidad de historia.
    Besos y feliz día.

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  4. Madremía.... no entiendo como después de esa historia tan apasionante la protagonista de tu magnífico relato, pudo leer o explicar su ponencia.
    Sólo de pensarlo se me ponen los pelos de punta.
    Excelente el clímax creado.

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Gracias por tu visita y tu compañía... ©Gin

Gracias por tu visita y tu compañía... ©Gin