Vacío

Sin apenas aliento y con temblor en mis manos, fui desenredando esa madeja de insulsos hilos que manejaban mi vida y se habían apoderado de mi cerebro, creando una maldita telaraña que me mantenía atrapada cual insecto para ser devorado. Era consciente de cómo el mundo de ahí fuera se frotaba las manos contemplando a una víctima más. Y no diré que no tuve miedo; todo mi cuerpo era un amasijo de pensamientos cruzados que me lanzaban a ese precipicio al que estaba a punto de saltar.

Mi vida había sido una cadena de sinsentidos; había derrochado tiempo y energía para nada… Nada… eso era lo que ahora sentía en lo más profundo de mis entrañas, las mismas que ahora me pedían tirarme al vacío.

Recoloqué mis pies sobre el mismo borde de aquella baranda que iba a ser el pasaporte para el viaje más alucinante de mi vida. Miré hacia el cielo y llené mis pulmones de aire; por mi mente pasaron miles de instantes que ahora clamaban ser absueltos. Y, sin más dilación, salté…

Morir fue la opción más valiente; dejar atrás las cenizas y renacer. Lo supe cuando sentí la tierra tan cerca de mi cuerpo, y esa cuerda elástica atada a mi pecho que tiraba de mí hacia atrás como un latigazo que me llevaba de vuelta.

Quién me iba a decir mí que el “puenting”, iba a ser el colofón para estos ochenta años desaprovechados. Maté de un plumazo toda esa paja que nada me aportó en la vida. De haber sabido antes lo maravilloso que es gritar mientras te sientes volar,  qué distinta hubiera sido mi vida. Pero, nunca es tarde… o sí…

©Ginebra Blonde   

Relato perteneciente a la propuesta "El Sombrerero Loco"