El viernes 7 de diciembre tenía la tarde libre, por ser el
puente de la Inmaculada. Así que un día antes decidí pedir cita con mi médica
de cabecera. No dejaba de pensar en ella desde la última vez que fui, y quería
comprobar si era tan especial como la recordaba o si no era para tanto.
Además, llevaba en mi bolsa de mano un calendario hecho por
mí, para regalárselo. Me preguntaba cuál sería su reacción. Podía desde decirme
que los médicos no deben aceptar obsequios hasta darme dos besos. Yo me
imaginaba todos los posibles escenarios...
En el ambulatorio había muchísimas personas esperando, con
retrasos acumulados de más de una hora respecto a la hora teórica de cita. Los
médicos están obligados a atender a un número de pacientes imposible. Mientras
esperaba, me leí la mitad de una novela que me había llevado. No sé cómo pude
concentrarme en la lectura, porque mi nerviosismo por ver a mi doctora no hacía
más que aumentar. Cada vez que abría la puerta de su despacho para pasar lista,
se me aceleraba el corazón aún más, si eso era posible.
Por fin llegó mi turno. La excusa que puse para acudir a su
consulta fueron unos dolores de cabeza más frecuentes de lo deseable. Me
preguntó si tomaba algún analgésico y si me funcionaba, y dado que así era, les
restó importancia. Aunque decidió tomarme la tensión. Y, como era de esperar,
la tenía altísima. Ella se alarmó un poco, y me indicó que la acompañara a una
sala en la planta inferior. Me mandó tumbarme sobre una camilla, y me pidió que
estuviera allí un rato y me relajara. “¿Te vas a relajar?”, me dijo en tono
cariñoso apretándome la mano.
Por indicación de la doctora, la enfermera entraba de vez en
cuando en la sala donde me encontraba, y me tomaba de nuevo la tensión. Así
estuve durante más de una hora. Y si lo sumamos al tiempo que habían tardado en
llamarme, me dieron las ocho de la tarde. Lo que más me inquietaba es que en mi
casa estarían preocupados, ya que no les había dicho que iba al ambulatorio.
Por fin bajó la doctora, y me dio permiso para marcharme a
casa. Nuevamente me tranquilizó respecto a los dolores de cabeza, achacándolos
a causas nerviosas. Y entonces, una vez que la visita médica había concluido,
saqué de mi bolsa el calendario y se lo di. “Un detalle para ti, que eres muy
buena doctora”, balbucí. Entonces ella se puso muy contenta, lo abrió y se puso
a mirar cada una de las hojas mientras repetía “qué bonito, qué bonito...!”. Y
me dio dos besos. Me dijo que lo pondría en su consulta y que allí lo vería la
próxima vez que fuera.
Continuará...
Relato perteneciente a la propuesta "Del Cielo Y La Tierra"
Me gusto ese ritmo cardíaco ..y sobre todo la proporcionalidad..
ResponderEliminarUn abrazo
Chema, tú eres puro latido y allá donde vayas siempre dejas ecos de tu ser.
ResponderEliminarTe leo y me recuerdo algo... qué bonito, gracias.
Mil besitos que te lleguen y feliz noche, amigo mío.
Para latido el tuyo :- )Chema. Siempre es un gusto leer tus historias.
ResponderEliminarSi encuentro la entrada en tu blog, voy ahí, si no, aquí latimos.
Un beso enorme.