ÉRASE UNA VEZ QUE SE ERA...
que la palabra dejó de ser tinta
para ser revoloteo
en la yema de los dedos...

Y las letras fueron hiedras;
frondosas lianas tocando el cielo.
Fueron primavera floreciendo;

... y apareciste tú...
tú,
que ahora nos lees...

Y se enredaron nuestros verbos,
nuestros puntos y comas,
se engarzaron nuestras manos
cincelando sentires y cantos.

Entre líneas surcamos
corazón al mando; timón
de este barco...

©Ginebra Blonde

domingo, 30 de septiembre de 2018

Estrella Blanca



Aparcó el todoterreno justo donde comenzaba el claro del bosque. Contempló la majestuosidad de la montaña que le era tan familiar. Desde la ladera, el camino parecía largo, escarpado, sinuoso y, antes de emprender la vuelta a casa, debía permanecer en silencio, realizar el sagrado ritual para dejar atrás lo que tanto había soñado y que tantos quebraderos de cabeza le habían supuesto. No, no era una huida desesperada. Más bien, era un re- encuentro con su propia identidad, con esos orígenes que tanto la agobiaron y cercenaron en su juventud, necesitando vivir aquello que ella creía libertad.
Recogió sus escasas pertenencias del coche, se vistió con la túnica de cuero rematada con flecos, ciñéndola a su cintura con una cuerda, y se colocó el collar de abalorios de colores que sus mayores le regalaron el día que decidió marcharse. Desechó la brújula, no la necesitaba, recordaba perfectamente como orientarse bajo las estrellas brillantes del cielo en la noche, y reconocía todos los indicios que la Naturaleza dejaba cada día y que aprendió a reconocer desde niña. Desplegó con sumo cuidado el viejo mapa, amarillento y ajado por el paso del tiempo; en una de las esquinas había una silueta de un animal dibujada, en otra, una estrella, ese era su nombre: Estrella Blanca.
Respiró hondo y ahogó sus lágrimas en un hondo suspiro. Empezó a susurrar la plegaria: Wanka Tanka, Gran Espíritu… y al compás de los latidos del corazón, danzaba sobre sí misma en compañía de la luz de la luna. De entre los árboles apareció, silencioso y amistoso el lobo blanco, ambos se quedaron quietos, mirada profunda y fija, reconociéndose en un abrazo espiritual. Desde ese instante, ella supo que ya estaba en casa, nada que temer, al fin libre, había regresado a su naturaleza.
(Basado en cualquier leyenda de los indios nativos de América)


Relato perteneciente a la propuesta "Mar, O Montaña"




2 comentarios:

  1. Inició un camino espiritual, y se enfrentó al propio ciclo con valentía. Encantador relato.
    Saludo

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    Respuestas
    1. Un precioso y cautivador relato 💞

      Gracias por tus palabras, querida Yessy.

      Un abrazo 💙

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Gracias por tu visita y tu compañía... ©Gin

Gracias por tu visita y tu compañía... ©Gin