ÉRASE UNA VEZ QUE SE ERA...
que la palabra dejó de ser tinta
para ser revoloteo
en la yema de los dedos...

Y las letras fueron hiedras;
frondosas lianas tocando el cielo.
Fueron primavera floreciendo;

... y apareciste tú...
tú,
que ahora nos lees...

Y se enredaron nuestros verbos,
nuestros puntos y comas,
se engarzaron nuestras manos
cincelando sentires y cantos.

Entre líneas surcamos
corazón al mando; timón
de este barco...

©Ginebra Blonde

Participantes y textos de la convocatoria de octubre: "Mosaico"

Campirela/ Nuria de Espinosa/ Auroratris/ Gustab/
Susana/ María/ Marifelita/ Dulce/ Chema/ Lady_P/
Tracy/ Dafne SinedieGinebra Blonde.  

sábado, 30 de junio de 2018




EL BESO:
Siempre pedía lo mismo: té negro, sin azúcar y muy caliente.
Ese extraño personaje del que todo el pueblo murmuraba y del que nadie conocía apenas nada, tenía algo en su manera de mirar que lo hacía irresistible. Cada día, el tintineo de la campanilla de la puerta de la cafetería donde ella trabajaba, anunciaba su llegada. Y cada día quedaba atrapada en la turbadora presencia que proyectaba ese hombre misterioso. Siempre solo, siempre serio y silencioso, bebiéndose el té y leyendo un libro. Todas las tardes a la misma hora. Y a pesar de que no se atrevía ni siquiera a hablarle más allá de un saludo educado y tomar su pedido, esperaba ansiosa el instante en que como siempre, levantara la vista y la paseara en un lento e interminable recorrido hasta que por fin, sus miradas se encontraban y ella sentía que su respiración se detenía cuando sus ojos caían en el pozo negro de esa mirada. Ese duelo silencioso duraba el tiempo justo para que su corazón se disparara. Estaba segura de que él lo sabía. Por eso, no se extrañó aquella tarde en que al mirarse, él le sonrió brevemente y ella tembló, imaginando como sería besar esa boca carnosa.
Entonces levantándose de su mesa, se acercó a ella y le susurró- “Quiero conocerte, estaré esperándote fuera cuando termines tu jornada”. Y sin esperar respuesta salió a la calle.
Su boca se secó súbitamente y sintió que le faltaba el aire. Se debatía entre el deseo y el miedo. -Por qué no?- se dijo.
Las horas pasaron con implacable lentitud y por fin cayó la noche. Cerró el local, bajó la cortina y cuando se giró lo vio esperándola, apoyado contra una farola fumando al amparo de la luz tenue.
Caminaron presurosos buscando un rincón oscuro donde poder saciar el deseo incontrolable de besarse.
Ella no podía dejar de mirarlo de soslayo, hipnotizada por esa mirada de fuego que la hacía temblar.
La energía magnética que emanaba ese hombre cautivador era casi tangible.
La antigua puerta con herrajes de hierro de un caserón apartado los ocultó en las sombras de la noche y los agitados alientos se buscaron ciegamente.
Él tanteó su boca abrasadora, los labios llenos de vida y la apretó contra su cuerpo envolviéndola entre sus brazos, respirando su aliento, mordisqueándole los labios con urgencia.
Ella, cerró suavemente sus ojos entregada al placer de sentir un terciopelo candente y húmedo acariciar su boca y bajar con deleite por su cuello blanco y sensual.
Se dejó llevar, abandonada como en un sueño.
Sintió como succionaba su cuello y pensó en las marcas que quedarían como recuerdo de esa noche.
Intentó levemente retirarlo un poco, pero la boca seguía su ritual.
Forcejeó contra ese cuerpo que la oprimía pero no pudo apenas moverlo.
El placer y el miedo se aliaron en un solo instante.
Un solo momento de claridad que la hizo recuperar los sentidos.
En el preciso segundo en que como implacables estiletes dos colmillos helados se clavaron dolorosamente en su cuello.
Un solo y único momento de terror y placer.
Y luego el sueño. La profunda caída hacia la oscuridad absoluta. Fría. Letal. La nada.
Condenada a vagar por la eternidad con las marcas delatoras en su cuello.
©Lunaroja

Relato perteneciente a la propuesta "Entra"











LA OTRA VENTANA

En la cocina, una mujer desnuda abre la ventana. Acodada en el marco mira hacia afuera y su piel se estremece levemente ante el roce del aire.
Entre sus dedos, como si fuera un juguete, rueda un lápiz de labios. Se mira fugazmente en el cristal, sonríe y comienza a pintarse con toques delicados repasando su boca, relamiendo sus labios que se convierten en pétalos rojos.
Sus ojos buscan esa otra ventana. Frente a ella, una cortina se mueve sutilmente.
Entonces, con un lento movimiento coloca la barra de labios entre sus pechos y comienza a trazar una roja línea que baja atravesando su vientre y cruzando el puente de su ombligo se detiene en el pubis.
Sus ojos perdidos en el otro cristal se dilatan y su dedo sigue el recorrido de ese cremoso río rojo hasta hundirse entre sus ingles.
El disparo amortiguado del flash entre las cortinas de enfrente enciende su sexo.
Sin dejar de mirar los cortos chispazos de luz se acaricia con los dedos húmedos y calientes.
Cuando por fin el flash deja de iluminar esas décimas de segundos que son como latidos, ella al borde del orgasmo, sabe que él, habrá dejado la cámara a un lado, y como ella, estará acariciando su sexo con los ojos clavados en la ventana de enfrente, abierta de par en par, como esas piernas que vislumbra, deseando recorrer con su lengua esa línea roja de cremosa delicia dibujada en su cuerpo.
Entonces y solo entonces, se abandonarán en un largo y húmedo orgasmo.
Y un momento después, cerrará la ventana.
©Lunaroja


Relato perteneciente a la propuesta "Silencio, Se Rueda"










LA TORMENTA


“Tan absurdo y fugaz es nuestro paso por el mundo, que solo me deja tranquila el saber que he sido auténtica, que he logrado ser lo más parecida a mí misma que he podido”.(Frida Kahlo).
Cerró el libro y miró por la ventana. La frase que cerraba el epílogo de la biografía de Frida Kahlo, resonaba en su cabeza.
Esa increíble mujer que había logrado derribar todas las barreras, clavada en la cruz de su lecho, y aun así logrando respirar vida, fuerza, desde ese dolor inenarrable.
Miró la luna llena atravesada por una negra nube como si fuera un antifaz fúnebre.
Al fin y al cabo, tenía que suceder alguna vez. Solo que llegado el momento en realidad, no sabía cómo iba a reaccionar.
Entonces se contentaba con elaborar extraños proyectos y situaciones donde salía invariablemente victoriosa, sin heridas ni dudas, era como una luz repentina que la llenaba de placer anticipado. (Quizás esa fuera la llave que abriera la puerta de su libertad)
Pero en esa ínfima zona oscura que latía allí dentro suyo, que la hacía vulnerable y pequeña, la duda se removía inquieta.
Era tan difícil, tan potente la ansiedad, tan necesaria la nostalgia de la cual prescindir para empezar.
Aún estaba al borde del abismo, con los pies quietos y los brazos queriendo extenderse en toda su capacidad como alas blancas, como caballos desbocados, como la arena.
Había transitado el pánico. Por la cobardía de no saber morirse, la angustia de sentir lacerantes torturas que la ponían al borde de la muerte. Por no poder siquiera acercarse al teléfono sin quedar muda de miedo.
Cada herida se mostraba aún sangrante en su alma que intentaba en vano cicatrizar.
Los espacios se iban empequeñeciendo cada vez más, reduciéndola a un mundo nebuloso donde no había lugar para respirar y sentirse viva. Como si un revólver apuntara a su sien y unas esposas apretando sus muñecas fueran su sentencia de muerte.
Una a una, las ramas de su vida habían sido mutiladas a golpe de palabras y puñetazos, y en sus ojos se apagaba lentamente el sutil equilibrio que la mantenía en pié, como una vela agonizante y deshecha.
El tiempo del llanto silencioso, el de las manos vacías, el del aliento contenido iba cerrándole el corazón a modo de letal hechizo.
Tanto dolor cada vez que se palpaba el cuerpo castigado.
El intenso morado de los golpes.
Y ella con sus alas plegadas, donde escondía a esa pequeña niña esperanzada, que le acariciaba el sueño por las noches.
Comenzó a respirar un día, otra vez...una mañana helada, helado el día. Helada de terror ella.
Helada de rabia y desconsuelo, con todo el frío amontonado golpeándole el pecho.
Sumergida en la bañera, se limpió el espanto, sintiéndose viva otra vez de puro horror. Se miró al espejo y se tocó el alma.
-Ya no me queda mucho tiempo- dijo.
Se reflejó en sus propios ojos que le devolvieron la propia mirada. Bien hallada otra vez.
Bienvenida y poderosa.
Esa recuperada sensación la empezó a recorrer como una savia nueva que desatascó cada pedazo reseco y muerto dentro de ella.
Como el alimento vital que llega por fin.
Con un gesto pausado fue abriendo lentamente los brazos hasta extenderlos, siempre mirándose, sin despegarse de sus ojos.
Sus hermosos brazos.
Luego, muy despacio formó un cuenco con sus manos, las llenó de agua, tan fría, que cuando las primeras gotas salpicaron su cara las sintió como infinitas agujas.
Entonces, con exquisita lentitud, deslizándose como una gata, siendo extremadamente consciente de cada movimiento y de cada sensación apagó la luz del baño.
Puso algo de ropa en el bolso azul de siempre y al llegar a la puerta, al final del pasillo tan oscuro, se revivió de repente en un útero estrecho, en el que solo podía ir hacia delante...
Pegó con cinta adhesiva un papelito blanco: Adiós.
Abrió la puerta, su moto la esperaba inmóvil y amigable inundándola de cálido gozo, el mismo que sentía de niña cuando sentada en el jardín envuelta en luz, disfrutaba del inmenso y humilde placer de comerse una piruleta. Respiró hondo y salió envuelta en el torrente de sol invernal.
Como alas blancas. Como caballos desbocados.
Como la arena.
©Lunaroja

Relato perteneciente a la propuesta "Citas Y Sueños"











ATRAPASUEÑOS: LA NIÑA QUE MIRABA LAS ESTRELLAS



Yo era la niña que miraba las estrellas
cuando llegaba la oscuridad
con su negra capa,
y al filo de la ventana
para poder ver el cielo
me abrazaba  a su silencio
plagado de estrellas titilantes.
Era el beso de la noche
que me llevaba al sueño.
Y mi imaginación
Subida al columpio de la vida
volaba feliz a las estrellas
donde no había miedo
ni pesadillas.
Farolillos cristalinos
tapizando el espacio
de mis sueños.
Y  yo creía ser
el espejo de cada una
brillando entre mi pelo
cuando por fin
podía acariciarlas
envolviéndome en su luz.
No existía más deseo,
más locura
que patinar suavemente
por ese espacio feliz
donde
no necesitaba un oso de peluche
para sentirme a salvo.

©Lunaroja


Poema perteneciente a la propuesta "Atrapasueños"










INFIEL

No lo puedo decir de otra manera.
Le metí los cuernos a mi marido. No sé cómo pasó. O sí. Obvio.
Yo, una simple ama de casa consagrada al hogar. Infiel. Qué palabra.
Llevo unos meses asistiendo a un curso de cocina, no porque me encante cocinar, sino por tener la excusa perfecta para salir de mi casa.
Él es mi profesor, un hombre joven de vitalidad y alegría arrolladoras que da las clases en su casa.
Comenzó a contagiarme su entusiasmo por lo culinario, las mezclas, los olores, aromas y texturas que fueron despertando mi curiosidad y otras cosas asociadas al placer de los sentidos.
Algunas veces me quedo a ayudarlo a lavar la loza y a dejar todo recogido porque no resisto el desorden, y él, me deja hacer riendo limpiamente. Y allí entre ollas y condimentos mi mirada tropezó con la suya, que desató uno a uno todos los nudos de mis resistencias.
Y los tópicos de todas las películas se hicieron realidad. Ahí mismo comenzamos entre ollas y fogones, donde me fue quitando la ropa y el pudor. O el pudor y la ropa, según se mire.
La lucha entre el deber y el deseo duró solo el tiempo que tardé en darme cuenta de que podía concederme todos los permisos. Y en ese instante de luz pensé: Jamás permitiré que lo nuestro acabe. Nadie oye la voz de la conciencia cuando el cuerpo despierta de su letargo.
Y en realidad, no quiero escuchar la voz de mi conciencia esta vez, sólo quiero este momento. Donde soy perfecta.

©Lunaroja

Relato perteneciente a la propuesta "Tentación (es)"


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Gracias por tu visita y tu compañía... ©Gin

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