TENTACIÓN
Mis tacones repiqueteaban por el entablillado de madera al compás de los latidos de mi corazón. Estanterías repletas de libros a mi derecha e izquierda, con sus baldas que se alzaban desde el suelo hasta el techo.
¿Cuántas historias albergaban?
¿Cuántas vidas se encontraban ahí encerradas?
¿Cuántas palabras... pensamientos... escenas... esperaban a ser leídas?
Sin embargo, no me detuve a contarlas, no como las otras veces que me había dejado llevar hasta aquella biblioteca. Ahora en mi mente sólo había un pensamiento, y cuando había abierto la puerta no lo había hecho tímidamente y con calma (como las otras veces), sino que había irrumpido como un torbellino, aprovechando que el amable librero con la cara decorada por una cicatriz se había marchado a comer.
Mis ojos grises estaban brillantes, alerta, mi cabello ondulado se arremolinaba sobre mis hombros, agitado por el viento que creaban mis movimientos.
¿Dónde estaba aquel libro? Al final de la estantería derecha, balda número tres contando desde arriba, tomo uno, dos, tres, cuatro, cinco... Ah, ahí estaba.
Me puse de puntillas y mis dedos, largos, pálidos como la Luna en contraste con el oscuro cuero del lomo, dudaron una milésima de segundo antes de agarrarlo y tirar de él. Sin darme cuenta, aguanté la respiración hasta que lo saqué completamente de su escondrijo; por alguna extraña razón tenía el presentimiento de que el lugar que le correspondía era entre mis manos.
Sosteniendo ya con placer todo su peso, lo abracé contra mi pecho, sin importarme que mi camisa blanca se manchase de polvo. Mis labios pintados de magenta se curvaron hacia arriba; hacía casi un año que había descubierto aquel tesoro, completamente por azar, pero recordaba a la perfección cómo me había sorprendido que sus palabras estuvieran escritas en un extraño idioma que, fiel a mi naturaleza, me había empeñado en descifrar.
La curiosidad y el misterio habían sido casi insoportables durante las semanas y meses que tardé en encontrarle un sentido a aquellos trazos, hasta que al final conseguí empezar a leer. ¡Fue como llegar al dulce clímax!
Y entonces leí, leí y leí.
El narrador se dirigía a mí directamente, como si me conociera, como si me estuviera esperando, y me felicitó por haber resuelto la clave, por haberlo encontrado, por poder llevar a cabo la misión que estaba a punto de encomendarme.
Comprendí que ya no había marcha atrás: aquel libro contenía todos los conocimientos del Universo, las claves para acabar con el hambre y las guerras, con la malicia del ser humano.
Al principio eso me aterró. ¡Cómo iba a poder yo, una sencilla lingüista, salvar el mundo!
Pero Narrador consiguió calmarme, y continuó hablándome de la felicidad, del placer, de las pequeñas penas que eran necesarias, de las que no, de mi viaje, del poder del conocimiento, del egoísmo...
"No estás sola", decía.
Le creí.
"Lo primero que tienes que hacer es encontrarme, y devolverme mi libro. Sé que será difícil, pero también sé que podrás aguantar la tentación... Confío en ti".
Por eso decidí aquella mañana ir a la librería del librero con la cara decorada por una cicatriz, hacerme con aquel libro sin más demora, guardarlo en el equipaje que aguardaba en mi apartamento y emprender la búsqueda del Narrador.
En mi mente repetía una y otra vez sus palabras:
"Hagámoslo, ya no hay marcha atrás. Ha llegado la hora de cambiar el mundo."
©Dafne Sinedie
Relato perteneciente a la propuesta "Tentación (es)"
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