ÉRASE UNA VEZ QUE SE ERA...
que la palabra dejó de ser tinta
para ser revoloteo
en la yema de los dedos...

Y las letras fueron hiedras;
frondosas lianas tocando el cielo.
Fueron primavera floreciendo;

... y apareciste tú...
tú,
que ahora nos lees...

Y se enredaron nuestros verbos,
nuestros puntos y comas,
se engarzaron nuestras manos
cincelando sentires y cantos.

Entre líneas surcamos
corazón al mando; timón
de este barco...

©Ginebra Blonde

domingo, 27 de enero de 2019

De Raíces Y Alas





En la zona más alta de un bosque, en un cerro que más bien parece un páramo, hay un reloj de sol de piedra que, además de las horas del cielo, señala los picos de las cumbres montañosas de alrededor; frente a él había hace años unos columpios solitarios que no pegaban nada con el lugar y a los que corría entusiasmada ciertos días soleados y fríos de invierno en mi infancia. Con la risa flotando en mi cara y las manos agarradas bien fuerte a las cadenas me impulsaba, primero poco a poco, después cada vez más y más fuerte hasta que llegaba al tope en que crujían las bisagras y parecía que saldría disparada del columpio. El bosque cercano se volvía entonces una olorosa masa verde y marrón que ya no distinguía, el cielo cada vez estaba más cerca de mí y yo tenía alas que me subían por encima de todo lo que me rodeaba.
En esos momentos siempre quería gritar pero no podía, la voz se me quedaba dentro haciéndome cosquillas en el estómago y me mareaba. Eran momentos de pura alegría y libertad soñada.

Hace años ya que esos columpios no existen aunque fueron sustituidos por otros parecidos en un lugar que se halla muy cerca del antiguo. Volvió mi entusiasmo de niña al descubrirlos y en la soledad del amanecer, tan sólo quebrada de vez en cuando por algún senderista solitario, subí a uno de ellos y me columpié como entonces, bien agarrada, impulsándome poco a poco y luego cada vez más fuerte. De nuevo el cielo y yo nos fundíamos, y el bosque eran ráfagas verdes con olor a tierra húmeda. Pero esta vez no me mareaba y era capaz de gritar con una voz fuerte y clara que brotaba de lo más profundo de mi ser.

Antes me inventaba las alas mientras las verdaderas brotaban. Los sueños de vida aún tenían que madurar y eran tantos y tan grandes que mareaban; ahora las tengo crecidas y bien abiertas, ahora, ya sea que emprenda el vuelo a favor del viento o con el miedo agazapado en las entrañas, nada de lo que deseo desde el alma se me queda dentro.

©Z*

Relato perteneciente a la propuesta "Del Cielo Y La Tierra"



5 comentarios:

  1. Que divinos fueron esos columpios donde nos hacían llegar a sentirnos mas cerca de lo divino ..
    Un abrazo.

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    1. "Nos hacían llegar a sentirnos más cerca de lo divino"... qué preciosidad cómo lo expresas, y así es como yo me sentía.

      Gracias Campirela. Un abrazo.

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  2. Cuántas veces nos hemos columpiado divisando el paisaje y creyendo -nos aves... fusionar nuestro ser con lo inalcanzable ... lo humano y lo divino del sentir.

    Un verdadero placer columpiar mis ojos en esta belleza, mi querida amiga.


    Mil besitos que te abracen con cariño y muy feliz día ♥

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  3. A veces solo es preciso convertirnos en niño y subirnos a un columpio y así tenemos la capacidad de volar de modo físico, pero, ¿quién precisa alas para volar teniendo fantasía, imaginación y creatividad? Pero sobre todo pasión por vivir.

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  4. Encantadoras añoranzas las de ese columpio. Lindo texto, que lleva a recordar la niñez y sus fantasías.

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Gracias por tu visita y tu compañía... ©Gin

Gracias por tu visita y tu compañía... ©Gin