En la zona
más alta de un bosque, en un cerro que más bien parece un páramo, hay un reloj
de sol de piedra que, además de las horas del cielo, señala los picos de las
cumbres montañosas de alrededor; frente a él había hace años unos columpios
solitarios que no pegaban nada con el lugar y a los que corría entusiasmada
ciertos días soleados y fríos de invierno en mi infancia. Con la risa flotando
en mi cara y las manos agarradas bien fuerte a las cadenas me impulsaba,
primero poco a poco, después cada vez más y más fuerte hasta que llegaba al
tope en que crujían las bisagras y parecía que saldría disparada del columpio.
El bosque cercano se volvía entonces una olorosa masa verde y marrón que ya no
distinguía, el cielo cada vez estaba más cerca de mí y yo tenía alas que me
subían por encima de todo lo que me rodeaba.
En esos
momentos siempre quería gritar pero no podía, la voz se me quedaba dentro
haciéndome cosquillas en el estómago y me mareaba. Eran momentos de pura
alegría y libertad soñada.
Hace años ya que esos columpios no existen aunque fueron
sustituidos por otros parecidos en un lugar que se halla muy cerca del antiguo.
Volvió mi entusiasmo de niña al descubrirlos y en la soledad del amanecer, tan
sólo quebrada de vez en cuando por algún senderista solitario, subí a uno de
ellos y me columpié como entonces, bien agarrada, impulsándome poco a poco y luego
cada vez más fuerte. De nuevo el cielo y yo nos fundíamos, y el bosque eran
ráfagas verdes con olor a tierra húmeda. Pero esta vez no me mareaba y era
capaz de gritar con una voz fuerte y clara que brotaba de lo más profundo de mi
ser.
Antes me inventaba las alas mientras las verdaderas
brotaban. Los sueños de vida aún tenían que madurar y eran tantos y tan grandes
que mareaban; ahora las tengo crecidas y bien abiertas, ahora, ya sea que
emprenda el vuelo a favor del viento o con el miedo agazapado en las entrañas,
nada de lo que deseo desde el alma se me queda dentro.
©Z*
Relato perteneciente a la propuesta "Del Cielo Y La Tierra"
Que divinos fueron esos columpios donde nos hacían llegar a sentirnos mas cerca de lo divino ..
ResponderEliminarUn abrazo.
"Nos hacían llegar a sentirnos más cerca de lo divino"... qué preciosidad cómo lo expresas, y así es como yo me sentía.
EliminarGracias Campirela. Un abrazo.
Cuántas veces nos hemos columpiado divisando el paisaje y creyendo -nos aves... fusionar nuestro ser con lo inalcanzable ... lo humano y lo divino del sentir.
ResponderEliminarUn verdadero placer columpiar mis ojos en esta belleza, mi querida amiga.
Mil besitos que te abracen con cariño y muy feliz día ♥
A veces solo es preciso convertirnos en niño y subirnos a un columpio y así tenemos la capacidad de volar de modo físico, pero, ¿quién precisa alas para volar teniendo fantasía, imaginación y creatividad? Pero sobre todo pasión por vivir.
ResponderEliminarEncantadoras añoranzas las de ese columpio. Lindo texto, que lleva a recordar la niñez y sus fantasías.
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