(Tierra /Añoranza /Inefable)
Cuando era pequeño, mis padres me llevaban a veces a un
tiovivo que había en una especie de descampado de *tierra*, sobre el cual hoy
se levanta el barrio de Orcasitas, en el sur de Madrid.
Ahora que ha venido el verano y hay más tiempo libre, las
emociones como la *añoranza* afloran más libremente. Se me ocurrió buscar en
Internet qué tiovivos hay en funcionamiento en Madrid actualmente. Ni siquiera
sabía si iba a encontrar semejante información. Pero, curiosamente, sí que
había un listado de carruseles y su localización, así como sus horarios y
precios.
Y, para mi sorpresa, había un tiovivo en la zona de
Orcasitas. No sé si sería el mismo al que me llevaban hace tres décadas, pero
para rememorar aquellos tiempos me valía. Tenía ganas de andar y de explorar
otros barrios, así que me fui bajando por el Paseo de las Delicias y luego por
la Avenida de Córdoba...
Llegué al barrio donde estaba el tiovivo, y tras callejear
un rato lo encontré. Le hice unas cuantas fotos, para luego publicarlas en mi
blog. Y me di cuenta de que en la taquilla había una chica muy guapa y
sonriente. Entonces, no se me ocurrió otra cosa mejor que sacar un billete.
Yo llevaba una camiseta de Esther -personaje de comic de los
años 70 y 80- que me había regalado una amiga. La chica de la taquilla me dijo
“¡Ahí va, si yo conozco a Esther! A mi madre le gustaba mucho, y me dejaba sus
tebeos para que los leyera yo también”. Le dije que yo era muy fan, y que no en
vano siempre tenía de imagen de perfil en mi Facebook una viñeta de Esther.
Saqué mi móvil y le mostré la que tenía puesta en ese momento. “¡Qué guay! Yo
tengo una de mi gatito”, dijo ella.
Tras ponerse en marcha el tiovivo, la chica de la taquilla
se pasó a comprobar que todo el mundo llevaba los tickets y a rasgarlos para
que no fueran reutilizados. Al llegar a mí, me dijo “¿Pero vas tú solo? Pensaba
que ibas con algún niño”. Y yo respondí un poco cortado: “Pues no, el niño soy
yo, ya ves”. Ella dijo riendo “¡Eso es bueno, no dejes de serlo!”.
Cuando el carrusel dejó de dar vueltas, me bajé y me dirigí
a la taquilla. Le dije a la chica: “Lo he pasado muy bien y me ha encantado
conocerte. ¿Cómo te llamas?”. Se llamaba Azucena, un precioso nombre.
Al volver a casa, publiqué en Facebook unas fotos del
tiovivo, y comenté medio en broma que la taquillera me había hecho tilín y que
posiblemente volvería. Una amiga me dijo “¡Chema, eres *inefable*, siempre
ligando!”. Me reí y pensé: ¡Sí, en mis sueños!
Al cabo del rato, vi que me llegaba una nueva solicitud de
amistad. ¿Quién sería? Algún compañero del colegio queriendo curiosear, alguna
de estas personas que se abren un perfil nuevo cada mes por no sé qué problemas
con su móvil...
Pues no: era una chica llamada Azucena Misteriosa. Y tenía
de imagen de perfil una foto de un gato. Era la misma chica a la que había
visto aquella tarde. Cuando le mostré mi foto de perfil, por lo visto se quedó
con mi nombre, ¡mira qué espabilada! Ahora tenía que decidir si lo que había
escrito sobre la taquillera que me hacía tilín lo dejaba o lo borraba, porque
si la tenía de amiga lo iba a ver. “Que todos los problemas y las decisiones
que debemos tomar sean así”, pensé.
Relato perteneciente a la propuesta "Elementos"
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