UN RETO: UNA IMAGEN
(Autora: ©Campirela)
—Hola, Dina
—dijo Juan con una sonrisa, girándose hacia donde ella se encontraba. Miró sus alas, disimulando, cogió la nota que ella
dejó caer al suelo, llevándola al bolsillo trasero de su pantalón—. Me alegro
de verte.
Dina, seguía
sentada en el borde de la cama, con la mirada extraviada, no sabía por qué el
suelo estaba cubierto de hojas, iguales que las que ella misma llevaba en su
menuda espalda.
—Hola, Juan —Dina se dio cuenta de su
movimiento de manos, llamó su curiosidad, aunque esta era su pretensión, que él
cogiera esa nota que no se atrevió a darle ella en ese instante—, yo también me
alegro de verte.
La escena
era al principio un poco tímida, pues ambos amigos disfrutaban juntos, esta vez
fue Juan quien tomó la iniciativa de la conversación.
—¡Creo que
esta tarde podríamos ir al bosque! está todo cubierto de hojas, las
recogeremos, las pondremos en un cesto de mimbre y las traeremos aquí. Luego las clasificamos y si tú quieres
seguimos tejiendo en tu espalda, hasta lograr un tamaño lo suficiente para
poder ver si puedes volar.
—No sé,
Juan, supongo que mi espalda ya no aguanta más hojas, hace un rato casi me
caigo cuando me fui a levantar y mirar a través de la ventana.
—Bueno, pues
entonces debemos probar, pienso que tienes suficientes para alzarte al menos
siete centímetros del suelo y flotar.
—¿Por qué
dices siete centímetros?¿ Acaso es tu número de la suerte?
—No, es
porque llevo siete días sin verte.
Dina no pudo
remediarlo y sus mejillas sufrieron un cambio de color, el cual ante los ojos
de Juan le favorecían, él no apartaba su mirada de su sonrosada cara.
—No seas tan
zalamero, anda vamos al bosque que ya sé qué vamos a hacer con tanta hojarasca.
Caminaron,
ella cargada con sus alas, él con sus manos en el bolsillo (solo las sacaba
para recoger las hojas), iban recogiendo toda clase de hojas que en el suelo se
encontraban, los colores eran diversos, pues ya se sabe, desde el verde hasta
el marrón toda su gama de colores.
Cansados de
tanto ejercicio, decidieron descansar sobre la hierba, aunque esta estaba
húmeda por el rocío de la mañana, ellos ni siquiera la sintieron.
—Dina, ¿te
has dado cuenta de que tus alas se han vuelto livianas?, no te quejas ya de su peso.
— Es cierto,
me siento ligera, creo que cuando intente volar lo conseguiré.
—¿Lo
intentamos desde esa colina, Juan?
Juan se
quedó un poco pensativo, tenía curiosidad, pero mucho miedo de perderla.
Los dos
jóvenes subieron al collado y desde él, Dina se recolocó sus alas, se santiguó,
y dándole con rapidez un beso en los labios se tiró sin pensarlo al vacío...
Aquella
imagen quedará por siempre grabada en su retina, lo que vio fue volar una
blanca paloma en un majestuoso vuelo batido.
Años más tarde, cada vez que Juan subía a la colina, volvía a releer esa nota que guardó aquella tarde
como un tesoro, donde en ella decía:
"Fui
real, te amé a mi manera, pero nuestros destinos se cruzaron en tiempos
diferentes"
(Relato perteneciente a la propuesta trimestral de “Variétés”)
Que imaginación a partir de la imagen! Bonito relato y muy inspirador!
ResponderEliminarEs una bonita historia de amor, muy tierna al final.
ResponderEliminarUn saludo!!